Economía

Published on enero 22nd, 2012 | by EcoPolítica

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Desempleo y jóvenes: la propuesta de la reducción del tiempo de trabajo

Por Borja Barragué [1]

Existe una abundante literatura acerca de los orígenes, efectos y salidas sobre la crisis económica que comenzó en el verano de 2007 en EEUU y que ha provocado que tanto la tasa de desempleo global en España supere ya el 20%, duplicando la de la zona euro. Pero si la cifra global es preocupante, aún lo es más si nos ceñimos a lo que ocurre con los menores de 25 años: en el segundo trimestre de 2011, la tasa de desempleo juvenil en España alcanzó el 46,1%. El dato es tan escandaloso que diarios y prensa económica internacionales como The New York Times, The Economist o The Guardian han publicado recientemente informaciones sobre el tema.

La situación de hoy, cómo negarlo, constituye uno de los problemas sociales más graves, y que mayor atención debería merecer, a los que se enfrentan los gestores públicos en España. Por dos motivos. En primer lugar, porque el problema no es sólo (ni siquiera quizá principalmente) la situación de desempleo actual, sino sus repercusiones futuras. Los jóvenes que acceden al mercado laboral en un ciclo de recesión tienen, a lo largo de su carrera laboral, menores sueldos, más periodos de desempleo y mayores porcentajes de sobrecualificación que quienes lo hacen en un momento de expansión. Según los datos de la Muestra Continua de Vidas Laborales (2009), el 40% de los jóvenes que comenzaron a trabajar de forma temporal antes de los 21 años continúan haciéndolo después de 20 años. Para el intervalo de edad de 21 a 25 años, la tasa de temporalidad transcurridos 20 años se halla en torno al 30%. Además, hay evidencia empírica sólida que señala que el trabajo temporal alimenta un círculo vicioso de temporalidad-desempleo-escasa formación.

El segundo motivo es que la tasa de desempleo juvenil actual no es muy diferente de las que se registraron en fases recesivas anteriores como las de 1984-85 y 1994-96, cuando se situó cerca del 45%. En efecto, parece posible afirmar que el mercado de trabajo español muestra una enorme sensibilidad procíclica, también en lo referente a los jóvenes. Es decir, genera muchos puestos de trabajo en periodos de crecimiento, pero los destruye en épocas de recesión. Esto, creo, es indicativo de que el desempleo juvenil en España seguramente tenga unas causas estructurales, que a juzgar por los datos de la presente crisis persisten.

Expuestas de forma muy apretada, estas causas estructurales serían las tres siguientes: 1) las deficiencias del sistema educativo español, en el que la tasa de abandono escolar temprano (porcentaje de población de entre 18 y 24 años que no ha completado la educación secundaria superior) se viene situando desde 1996, con muy pocas variaciones, alrededor del 30%; 2) la ineficiencia e insuficiencia de las políticas activas de empleo (PAE) en España, que con una tasa de abandono escolar temprano como la mencionada, del total de recursos empleados para políticas de empleo dedica un 17,4% a PAE, un porcentaje muy reducido en comparación con la media UE-27 /25,3%; y 3) la dualidad del mercado de trabajo, que registra una tasa de temporalidad del 26,03% (la más alta de la UE-27, sólo inferior a la de Polonia) y en el que, de acuerdo con los datos del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE), de los 14,4 millones de contratos realizados que se firmaron en 2010, 13,1 fueron temporales (o lo que es lo mismo, sólo el 8,5% de los contratos realizados en 2010 fueron indefinidos. En 2009 lo fueron el 9,4%).

Al margen de las soluciones que requieran las deficiencias del sistema educativo y de las PAE señaladas, aquí nos vamos a centrar en algunas de las propuestas que se han venido planteando para corregir el funcionamiento global del mercado de trabajo. Una medida para la reactivación laboral en España es la denominada “propuesta de los 100”, firmada por cien conocidos economistas y promovida por la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), el Instituto de Empresa (IE), el servicio de estudios del BBVA, etc. Dicho muy resumidamente, la iniciativa consiste en la implantación de un nuevo contrato único que no afecte a los vigentes, con costes de despido crecientes con la antigüedad del trabajador en la empresa. Habitualmente la propuesta suele acompañarse de un sistema de seguro de despido financiado con cotizaciones sociales, análogo al existente en Austria. Otra propuesta, una vieja idea tradicional en el ámbito sindical, y que es la que aquí se va a defender, es el reparto del tiempo de trabajo.

Con mucha frecuencia, cuando se discute la posibilidad de reducir la duración de la jornada laboral, el rechazo de los círculos empresariales, e incluso académicos, se produce de forma inmediata. La solución para salir de la recesión, suele argumentarse, pasa por trabajar más, no menos. Sin embargo, como ha observado correctamente J. Riechmann en alguna ocasión, la reducción del tiempo de trabajo se está produciendo ya en la mayoría de los países industrializados, sólo que de la peor y más caótica de las maneras; en forma de paro masivo. En efecto, si nuestra tasa de desempleo es de un 20%, eso significa que el tiempo de trabajo se ha reducido una quinta parte.

En un contexto como éste, hostil a las propuestas progresistas de reparto del tiempo de trabajo, la New Economics Foundation, una institución británica sin ánimo de lucro con personalidad jurídica propia fundada en 1986, publicó en febrero de 2010 un informe titulado originalmente en inglés 21 hours. Why a shorter working week can help us all to flourish in the 21st century, editado en castellano por el centro de recursos, estudios y formación sobre Ecología política “Ecopolítica”.

El informe nos invita, provocadoramente, a participar en un “experimento mental”, con el objetivo de abrir un debate serio sobre las consecuencias de que, a lo largo de los próximos años, el número de horas que la gente pasa en su puesto de trabajo se mueva en una dirección descendente. Propone un cambio radical en el tiempo de trabajo que hoy se considera normal, reduciendo de 40 a 21 horas la semana laboral. Concediendo, por supuesto, la oportunidad para que la gente elija una semana laboral de mayor duración. Y asumiendo, claro está también, que, de acuerdo con lo apuntado más arriba sobre las necesarias reformas en el sistema educativo y en las PAE, una reducción de la semana laboral no va a acabar por sí sola, a modo de bálsamo de Fierabrás, con todos los problemas de que adolecen los mercados laborales de los países industrializados.

Alcanzar una reducción de horas de trabajo comporta una serie de beneficios potenciales en el triple ámbito ambiental (reducción de la huella ecológica), social (distribución más equitativa de los tiempos de trabajo remunerado y domésticos) y también económico (incremento de la productividad), pero también una serie de problemas (el más grave, desde una óptica de izquierdas, su posible impacto sobre la pobreza). Por eso alcanzar la reducción de horas laborales requiere de unas condiciones para la transición, como compensaciones salariales por la reducción horaria (y en atención, lógicamente, al incremento de la productividad), o políticas de formación para combatir la falta de habilidades de algunos trabajadores. Sería absurdo tratar de ocultar estos problemas, pero el objetivo, la promoción de una sociedad más justa y que preserve su medio ambiente, merece la pena.

Notas

[1] Investigador de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité de Redacción de EcoPolítica.

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