Energía, clima y biodiversidad

Published on noviembre 24th, 2015 | by EcoPolítica

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París 2015: ¿un acuerdo justo?

Por Javier Andaluz [1]

El científico sueco Arrhenius descubrió en la segunda mitad del siglo XIX los efectos que el dióxido de carbono tenía sobre el clima; sin embargo no fue hasta los estudios que tuvieron lugar entre los años 50 y 80 del pasado siglo cuando se comprobó que la continua quema de combustibles fósiles estaba originando un progresivo y continuo calentamiento del planeta. En la actualidad no existen dudas de que nuestro actual modelo de producción y consumo está originando un drástico y acelerado cambio climático.

La comunidad científica liderada por el panel intergubernamental de expertos en cambio climático (IPCC), afirma que el calentamiento del sistema climático es inequívoco y que la influencia humana es la causa dominante. Así, asistimos a un incremento de la temperatura de los océanos, al deshielo de glaciares y de la cobertura del ártico y un incremento de fenómenos meteorológicos extremos De la misma forma, este panel afirma que para contener estos cambios dentro de un límite “aceptable” será necesario reducir de forma sustancial y sostenida las emisiones de gases de efecto invernadero. Aunque el límite establecido en un origen hablaba de que ese límite no superase los 2ºC, últimos estudios demuestran que este debería bajar a los 1.5ºC de forma que no se produjeran los “tipping points”[2], como podrían ser las liberaciones de metano de suelos y mares, que provocan una aceleración del cambio climático.

Estos efectos ponen en una situación de enorme riesgo a todas las comunidades planetarias, desde pequeños estados insulares en los que una elevación del nivel del mar originará su completa desaparición hasta los países más norteños donde ya se está produciendo un cambio en los ciclos naturales de las estaciones. Pero sin duda alguna, son los países del Sur global quienes con mayor intensidad sufrirán las consecuencias de este cambio climático, debido a encontrarse en zonas especialmente vulnerables y al haber sido históricamente expoliadas de los recursos que necesitan para su adaptación.

El primer gran protocolo fue el de Kioto, en principio vigente hasta el 2012, cuando entraría en vigor un nuevo acuerdo que debería haber sido redactado en la cumbre del clima del 2009 que tuve lugar en Copenhague, y que sin embargo, los gobiernos allí reunidos fueron incapaces de alcanzar ningún compromiso, posponiendo la decisión a futuras conferencias de las partes (COP). El gran fracaso de Copenhague marcó un antes y un después en el marco de las negociaciones, originando un cambio en la forma en la que se deben alcanzar los acuerdos. Así, antes de esta fecha se hacía un enfoque de arriba abajo (“top-down”) lo que significa que en la práctica es la convención quien decide los objetivos de reducciones repartiendo la carga proporcionalmente entre los países dependiendo de su nivel de desarrollo. Este enfoque cambia a uno de abajo a arriba (“bottom-up”), según el cual son los países los que determinan qué compromisos quieren alcanzar y los trasladan a la convención.

El tiempo ha dado la razón a las organizaciones que han mantenido que la nueva forma de trabajo de las Naciones Unidas -en la que los propios países deciden cuáles son los compromisos- no lograría que sean lo suficientemente ambiciosos como para evitar las peores consecuencias del cambio climático. Así, la suma de los mismos arroja la escalofriante cifra de un incremento de la temperatura global de 3ºC, lo que  supone una sentencia de muerte para muchas comunidades ya que estamos hablando de 3,5 veces el cambio climático experimentado hasta ahora.

Los compromisos presentados para 2030 representan un incremento de las emisiones globales entre un 37% y un 52%. De hecho, aun cuando se acepten las revisiones cada 5 años, estas pueden llegar tarde, ya que según los datos en menos de 15 años sobrepasaremos la cantidad de emisiones máximas para mantenernos dentro del margen de seguridad[3]. Estos  se alejan demasiado de las recomendaciones realizadas por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, quien ha advertido de que “si no se realizan esfuerzos adicionales a los ya desplegados […] se experimentarán aumentos en la temperatura media global en superficie en 2100 de 3,7 grados a 4,8 grados”.

También es muy preocupante comprobar cómo en el borrador del acuerdo de París se sigue insistiendo en una serie de mecanismos injustos que siguen agrandando la brecha de carbón y la injusticia climática,  como algunos mecanismos del protocolo o los mercados de carbono, donde el Gobierno español gastó más de 800 millones de euros para cumplir sus compromisos entre 2008 y 2012.

Además se siguen contemplando falsas soluciones al cambio climático, como la geoingeniería, la captura de carbono, la energía nuclear o las repoblaciones forestales industriales. Es decir, se aboga por continuar con un modelo ya agotado basado en el consumo excesivo de combustibles fósiles que nos conduce a un futuro donde los efectos del cambio climático pasarán una tremenda factura.

Conscientes de que las consecuencias del cambio climático sucederán, se estableció en la  COP17 (Durban, 2011) el denominado Fondo Verde para el Clima, que proporciona financiación para los países más vulnerables y afectados por el cambio climático. Un fondo que las propias Naciones Unidas ya consideran insuficiente, y que seguirá vinculado a  instituciones antidemocráticas como el Banco Mundial, que tienen una larga trayectoria de financiación de proyectos que han agravado el cambio climático, la corrupción y la pobreza.

El tiempo de actuación se está agotando, y debería resultar evidente que no nos puede sacar del camino al colapso ambiental el mismo modelo que nos ha llevado a esta situación. Por ello la única solución posible es un cambio de modelo que sea capaz de desarrollar una economía baja en carbono con la mayor brevedad posible. Esto pasa por prohibir inmediatamente la fractura hidráulica, dejar sin explotar la mayor parte de las reservas fósiles y abandonar las falsas soluciones como la geoingeniería o los mercados de carbono.

Luchar contra el cambio climático es dar un impulso definitivo a una transformación integral de la forma de producción y consumo con una apuesta clara por un horizonte 100% renovable, con soluciones clave como la agroecología y el comercio local de proximidad. Una transformación en la que toda la ciudadanía cumpla un papel central, donde su participación sea una pieza clave en el diseño de este nuevo modelo, más justo y más sostenible.

Notas

[1] Javier Andaluz es coordinador de la campaña de cambio climático París 2015 de Ecologistas en Acción.
[2] El tipping point sería el momento en el que, tras un cierto grado de acumulación apenas perceptible, una pequeña variación adicional provoca una gran diferencia. Ver: http://ustednoselocree.com/2010/05/06/tipping-points/
[3] IPCC AR5 indica que la cantidad de carbono que se puede emitir de 2011 a 2050 es de  400–850 GtCO2 para mantenernos por debajo de los 1.5ºC

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