Cultura Ecológica

Published on noviembre 11th, 2015 | by EcoPolítica

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¿Por qué consumimos tanto? La maldición de los bienes posicionales

Por Giorgos Kallis [1]

Reproducción parcial del capítulo “Los límites sociales del crecimiento” del libro «Decrecimiento. Vocabulario para una nueva era« (Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgos Kallis – Icaria, 2015)
Publicado con el consentimiento expreso del autor
Su contenido ha sido adaptado para EcoPolítica por Javier Zamora [2]

Vivimos en sociedades obsesionadas por consumir, y muchos de nosotros lo hacemos de manera irresponsable o poco crítica. Tener más ropa o más libros,  conseguir la equipación completa para un nuevo deporte, el último coche o el último móvil; viajar más lejos, hacer más cursos, tener menos arrugas… Nadie se salva del vicio consumista. Incluso después de estos años de crisis económica, resulta escandaloso hasta qué punto gran parte del discurso público se centra más en volver a consumir como lo hacíamos antes que en transformar la estructura de la sociedad para volverla más igualitaria y sostenible. ¿Pero qué es lo que explica esta situación?

Una de las posibles respuestas a esto se encuentra en el concepto de bienes posicionales. Por encima de un cierto nivel de consumo y crecimiento económico (el que satisface las necesidades materiales básicas), una proporción cada vez mayor de los ingresos se destina a los llamados “bienes posicionales” (Hirsch, 1976). Una casa exclusiva, un coche caro, un diseño único, una versión de coleccionista o un título de una de las mejores universidades del mundo; todos estos son bienes posicionales. La posibilidad de acceso a tales bienes demuestra la posición de una persona en relación a las demás, y por ello, depende del ingreso relativo. A diferencia de los bienes normales, cuantas más personas tengan un cierto bien posicional, menos satisfacción obtendremos de él. Los bienes posicionales son intrínsecamente escasos, pues esa escasez es su  esencia; por definición, no todo el mundo puede ser el que tiene más, el que posee la mejor casa o el más caro de los coches. El crecimiento económico no puede satisfacer siempre el deseo de bienes posicionales. Peor aún, el crecimiento hace menos accesibles los bienes posicionales. A medida que la economía se vuelve más productiva a nivel material, el consumo posicional, intrínsecamente limitado como es, se torna más caro.  Ejemplos de esto serían el precio cada vez más alto de una casa con buenas vistas o el coste que implica a lo largo de toda la vida una titulación de una universidad de élite. Los bienes posicionales, por lo tanto, son un indicador del límite social del crecimiento y el consumo, es decir, un límite de lo que el crecimiento puede ofrecer.

Sin embargo, aquello que sustenta el deseo de crecimiento en las economías ricas es precisamente el sueño de acceder a bienes posicionales.  Consideremos, por ejemplo, a Daniel Ben-Ami, que en un libro contra el decrecimiento defiende el sueño de “Ferraris para todos” Por un momento, sigamos su argumentación y supongamos que no debemos preocuparnos por el cénit del petróleo ni por el cambio climático, pues – en teoría – el progreso tecnológico logrará superar tales límites. Ignoremos también la congestión de tráfico que habría si todos tuviésemos un Ferrari, algo que convertiría estos coches en un vehículo más lento que una bicicleta. En teoría, supongamos, las ciudades y autopistas podrían ser readaptadas para acomodar 7.000 millones de Ferraris desplazándose a toda velocidad. Aun con todo, el límite fundamental del suelo de Ben-Ami es que si todo el mundo tuviese un Ferrari, entonces un Ferrari ya no sería un “Ferrari”. Sería el equivalente a un Seat 500, un coche para las masas. Las aspiraciones pasarían a centrarse en otro coche, más rápido y que sugiriese más riqueza y posición. Quienes no tuviesen acceso al nuevo modelo se sentirían tan frustrados como aquellos que hoy no tienen un Ferrari. La búsqueda de bienes posicionales es un juego de suma cero (Frank, 2000).

Pero es este un juego de suma cero con importantes consecuencias en forma de costes sociales y ambientales (imaginaos los recursos desperdiciados en reconfigurar territorios o limpiar el aire de los gases emitidos por 7.000 millones de Ferraris). Los recursos personales y públicos desperdiciados en semejantes juegos posicionales de suma cero podrían ser utilizados de manera mucho más beneficiosa para otros ámbitos (Frank, 2000). De hecho, en las sociedades ricas una proporción cada vez mayor es dilapidada en consumo privado y posicional, mientras que los bienes públicos que mejorarían la calidad de vida de todos se van dejando deteriorar (Galbraith, 1958). El consumo posicional incrementa también el coste del tiempo libre (“No tengo tiempo…”), haciendo menos atractivo el ocio, socavando la sociabilidad y reduciendo el tiempo dedicado a familia, los amigos, la comunidad, o la política (Hirsch, 1976). El tiempo pasa a ser de los presupuestos, cotizándosele cada vez más en términos de dinero (“¡Mi tiempo es oro!”); como consecuencia de esto, las relaciones sociales se van mercantilizando paulatinamente. La mercantilización es también  resultado de los encerramientos fomentados para mantener el acceso privilegiado a los bienes posicionales (por ejemplo, una playa privada, un restaurante exclusivo, o una matrícula para la universidad, Hirsch, 1976). En un círculo vicioso, a medida que más y más bienes y servicios van cayendo bajo la égida del dinero y la competición posicional, se potencia todavía más el amor por el dinero y continúan socavándose las relaciones sociales y las costumbres (Hirsch, 1976; Skidelsy y Skidelsky, 2012).

El concepto de bienes posicionales es fundamental para entender que no podemos seguir viviendo en una sociedad que promueve de manera tan agresiva el consumo mediante herramientas como la publicidad o la obsolescencia programada. No solo es que los niveles actuales de producción y consumo de los países ricos no podrán prolongarse eternamente o que se están volviendo antieconómicos por sus costes sociales y ambientales. Lo que sucede es que el crecimiento por el crecimiento  en sí es “insensato”,  una meta sin ninguna razón, la persecución de un sueño escurridizo (Skidelsky y Skidelsky, 2017:7). En los países ricos hay lo suficiente como para satisfacer las necesidades materiales de todos; las desigualdades posicionales son un problema de distribución, no de crecimiento agregado (Hirsch, 1976).

Por esa razón, si queremos solucionar el problema de la sociedad de consumo, no basta con promulgar la simplicidad voluntaria y presentar la abstención de consumo posicional y ostentoso como una cuestión moral e individual. Esto es erróneo: el consumo posicional no es un vicio personal. Es un fenómeno social estructural en el que los individuos aceptan seguir siendo parte de la corriente principal. Escapar de la ‘carrera de ratas’ y disminuir el consumo implica riesgos para quienes dan el primer paso, como un descenso de la respetabilidad, menores oportunidades de trabajo y pérdida de ingresos (Frank, 2000). Comprensiblemente, las personas con antecedentes menos privilegiados y que afrontan inseguridad económica estarán menos predispuestas a correr tales riesgos.  Por otro lado, y paradójicamente, los estilos de vida frugales y “simples’ se han convertido en indicadores de distinción y posición, puesto que primero son adoptados por miembros de las élites educadas o artísticas que pueden apreciarlos y permitírselos (Heeth y Potter, 2004). Pensemos en los vaqueros (jeans), usados primero por los neorrurales de la década de 1960, o en el aumento del valor de la propiedad en zonas rurales remotas.

Dentro de las soluciones estructurales, existen diversas propuestas. Algunos economistas quieren que los gobiernos promuevan el encarecimiento de los bienes posicionales. Las propuestas incluyen impuestos mayores para los bienes suntuarios o desplazar los impuestos de los ingresos al consumo, básicamente restando ahorros de los ingresos imponibles (con tasas muy progresivas, teniendo en cuenta que los ricos ahorran más [Frank, 2000]). Otros van más allá, y proponen una redistribución radical, puesto que si todo el mundo tuviese niveles de riqueza similares, ninguno podría pujar más alto por bienes posicionales. Otra propuesta es retirar del sector comercial los bienes posicionales (desmercantilización) poniéndolos al alcance del público a través de una distribución pública y no mercantil (Hirsch, 1976)

Más allá de esto, una segunda cuestión es si la competición posicional puede ser contenida mediante impuestos y regulaciones dentro del capitalismo, o si su superación depende de una transición más allá del capitalismo.  Las desigualdades son esenciales, más que incidentales, en la dinámica del capitalismo, como ya lo señaló Joseph Schumpeter. El acceso desigual a los bienes posicionales favorece una insaciabilidad generalizada, que es fundamental para que el capitalismo pueda extraer constantemente energía de nosotros (trabajando y consumiendo) aun cuando nuestras necesidades materiales básicas ya han sido satisfechas. Viceversa, aunque los bienes posicionales y la competencia por el dinero hayan existido siempre, es únicamente el capitalismo el que los ha liberado con más fuerza. La insaciabilidad puede tener orígenes psicológicos, pero ha sido el capitalismo quien la ha convertido en la base psicológica de una civilización. Una sociedad que se considerase a sí misma satisfecha de tener “suficiente” no tendría razones para la acumulación y ya no sería capitalista (Skidelsky y Skidelsky, 2012).

Las economías socialistas suprimieron los bienes posicionales por decreto, mediante la redistribución y con colectivizaciones forzadas. Pero la competencia posicional reapareció dentro de la competencia por las posiciones en la burocracia y por los bienes provenientes de Occidente. Algunas sociedades antiguas canalizaron la competición hacia eventos deportivos simbólicos, la ceremonia del potlatch y el intercambio de regalos. Los antropólogos han documentado también cómo en sociedades igualitarias primitivas existían posiciones sociales, aunque no tenían gran importancia, ya fuese porque eran rotativas o porque estaban socialmente controladas o reprendidas, asegurándose de que ningún individuo o grupo acumulase demasiado poder.  Suponiendo que hoy cualquier colectivo (nación, comunidad, etc) decidiese adoptar una dirección igualitaria en el actual mundo hipercomunicado y globalizado, el interrogante que se plantea es por qué sus miembros no habrían de compararse con los individuos de vecindarios menos igualitarios para acabar así envidiándoles. Esto puede ser en gran parte lo que sucedió en los países socialistas. Aunque la competición por bienes posicionales es un problema estructural, su solución nunca puede ser impuesta exclusivamente desde arriba. Tiene que ser parte integrante de un proyecto ético-político de autolimitación, simplicidad e igualdad al que se adhieran autónomamente los miembros de un colectivo.

Notas

[0] La fotografía es la obra Untitled (I shop therefore I am) de la artista conceptual  Barbara Kruger. Su uso en la presente web no tiene ningún propósito comercial.

[1] Giorgos Kallis es científico ambientalista y trabaja sobre economía ecológica y ecología política. Giorgos es profesor ICREA en el ICTA, Universidad Autónoma de Barcelona. Licenciado en Química por el Imperial College de London, posee  un Master en Ingenería Medioambiental por la misma universidad, así como un Master en Economía por la Universida Pompeu Fabra. Además, es doctorado en Política y Planificación Ambiental por la Universidad del Egeo.  Desde abril de 2015, Giorgos Kallis trabaja en Londres como Leverhulme visiting professor en el departamento de Estudios sobre Desarrollo, SOAS, London.

[2] Javier Zamora García es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas. Acaba de finalizar el Máster en Pensamiento Social y Político en la Universidad de Sussex. Participa desde hace años en diversos movimientos sociales. Es coordinador del Grupo de Lectura “Cornelius Castoriadis” y co-coordinador del Área de Cultura Ecológica de EcoPolítica.

Referencias

FRANK, R.: Luxury fever: Weighing the cost of excess, Nueva York, The Free Press, 2000.

GALBRAITH, J.K.: La sociedad opulenta. Barcelona, Ariel, 2004 (1958)

HEETH J. y POTTER, A.: Nation of rebels. How counter-culture became consumer culture. Nueva York, Harper Collins, 2004

HIRSCH, F.: Los límites sociales al crecimiento. México, Fondo de Cultura Económica, 1976

SKIDELSKY, R. y SKIDELSY, E.: How much is enough? Money and the good life. Londres, Penguin, 2012.

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