Relaciones Internacionales

Published on abril 26th, 2015 | by EcoPolítica

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Un «Plan B» para la política exterior y de seguridad europea: mitigación del cambio climático mediante programas militares de I+D+i

Por Francisco Seijo [1]

Artículo publicado en el Green European Journal, nº 10, marzo 2015
Traducido al castellano para EcoPolítica por el propio autor

El cambio climático representa una oportunidad única para que los partidos verdes europeos articulen una estrategia pragmática e innovadora para el siglo XXI con respecto a la política exterior y de seguridad de Europa y, simultáneamente, rompan el estancamiento en el que se encuentra esta crucial dimensión del proyecto de integración europeo.

Al alterar el clima del planeta los seres humanos han transformado el mundo natural de manera irreversible. Estas transformaciones nos obligarán a vivir de un modo drásticamente distinto al que nos hemos habituado desde el comienzo de la era industrial. Tal y como la revista conservadora británica «The Economist» apuntaba en un artículo reciente sobre el significado del antropoceno para la civilización planetaria globalizada, «Los seres humanos han cambiado la forma en que funciona el mundo… ahora tienen que cambiar su forma de pensar sobre el mismo.» De hecho, sigue existiendo una gran incertidumbre entre los pensadores ecologistas sobre cómo el cambio climático va a impactar a la humanidad. Algunos – como Bill McKibben – consideran que el advenimiento de un planeta totalmente humanizado y artificial traerá consigo el «fin de la naturaleza» mientras que los “ecomodernistas” – como Shellenberger y Nordhaus –  ven el mismo como una oportunidad para lanzar una nueva revolución tecnológica que permita trascender el actual sistema capitalista creando nuevas estructuras políticas y económicas de organización que resulten en una civilización mas sostenible.

Europa necesita contribuir a este reto reflexionando y tomando iniciativas efectivas para la mitigación del impacto a gran escala de las emisiones de carbono de la era industrial en los sistemas naturales del planeta de las cuales el continente es una de las regiones del mundo históricamente más responsables. Este proceso no tiene por qué ser un proceso totalmente traumático. De hecho, la mitigación del cambio climático podría suponer un impulso para el proyecto de integración europeo dotando de un nuevo propósito a algunos de sus pilares más carcomidos por la inacción y la parálisis.

I. Repensando el reto del cambio climático

El cambio climático ha sido teóricamente enmarcado por los académicos, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático y la mayoría de los políticos internacionales, como un ejemplo clásico de un «fallo del mecanismo de mercado». Tal y como Nicholas Stern, el economista que ha producido el informe mas influyente hasta ahora sobre la economía del cambio climático, afirma, «El cambio climático es el resultado del mayor fracaso del mecanismo de mercado que el mundo haya experimentado hasta el momento…El problema del cambio climático implica un fracaso fundamental del mismo ya que los que dañan a otros mediante la emisión de gases de efecto invernadero, en general, no pagan por estos daños».

Esta conceptualización del problema ha llevado a las Naciones Unidas, a la Unión Europea y a otros actores políticos nacionales, regionales y supranacionales a apostar por «cap and trade» como la principal política de mitigación. «Cap and trade», en términos generales, busca crear un mercado racional y regulado de emisiones de gases de efecto invernadero incentivando o coaccionando a las instituciones privadas industriales y financieras que desean mantener sus ganancias sirviendo al mismo tiempo el bien común mediante la mitigación de emisiones.

Ha llegado el momento de reconocer que este enfoque ha fracasado. El ejemplo más notable de este fracaso es el Sistema Europeo de Comercio de Emisiones, más conocido internacionalmente por su acrónimo inglés: EU ETS. El EU ETS de la UE no sólo no ha cumplido hasta ahora con sus ambiciosos objetivos de reducción de emisiones, sino que ha estructurado también un mercado costosísimo para el erario publico que ha distorsionado el precio de los permisos de emisiones (reduciendo su valor a niveles prácticamente invendibles) y creado enormes oportunidades para el fraude para los intereses industriales y financieros que se suponía iban a ser motivado por este sistema para resolver el problema.

Queda por ver si – con profundas reformas – el EU ETS y otras iniciativas regionales igualmente ambiciosas como el Programa de Comercio de Emisiones de California (CARB TP) llegarán algún día a mostrar su eficacia. Es evidente, sin embargo, que se ha hecho necesaria una re-evaluación crítica de los fundamentos teóricos y la eficacia de «cap and trade», porque pronto los negociadores internacionales sobre cambio climático buscarán diseñar en París un tratado internacional sobre cambio climático basándose en esta idea. Este acuerdo, de aprobarse, podría comprometer a la comunidad internacional con la estrategia de «cap and trade» durante décadas.

Dada la creciente urgencia de mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero sería temerario apostar tan sólo por esta posible solución al problema. El mundo necesita un «Plan B», y el desarrollo de un plan alternativo requiere un replanteamiento sustancial de lo que representa el cambio climático desde un punto de vista teórico y practico.

II. El cambio climático como un “dilema de seguridad”

Supongamos por un momento que el “fallo del mecanismo de mercado” que el cambio climático representa no es una causa sino una consecuencia de otras variables. Esta es sin duda una tarea difícil dado el carácter predominantemente «económico» de nuestra época contemporánea en la que los intereses financieros y económicos priman sobre otros y parecen determinar el éxito o fracaso de cualquier iniciativa. ¿Qué pasaría si este  supuesto “fallo” fuese la consecuencia de un «dilema de seguridad» subyacente? El dilema surgiría cuando un Estado que intentase mitigar unilateralmente sus emisiones de cambio climático se viese inevitablemente atrapado en un razonamiento de “doble vinculo” sobre las posibles consecuencias de su acción o inacción.

Imaginemos que un determinado Estado opta por actuar respecto al cambio climático mientras otros estados deciden ignorar el problema y seguir adelante con sus emisiones. El coste económico de su intervención, sin duda, provocaría que su sistema económico perdiese competitividad en comparación con el de sus competidores (suponiendo que, como hasta ahora, el precio de la contaminación provocada por los gases de efecto invernadero sea externalizado). Inevitablemente, este Estado perdería poder político y su seguridad se vería amenazada. ¿Qué pasaría sin embargo si este Estado optase por la estrategia contraria, es decir, la inacción? Esta vez la «crisis de seguridad» emergería, como consecuencia de un sistema climático global deteriorado.

Este tipo de dilemas de seguridad no es nuevo en las relaciones internacionales. La humanidad se ha enfrentado a problemas similares anteriormente en multitud de ocasiones.

El ejemplo histórico más cercano de la resolución exitosa de un «dilema de seguridad» fue la crisis nuclear de la Guerra Fría. Una combinación de carreras armamentísticas, tratados de desarme y «señalización» efectiva (es decir, que las dos potencias nucleares fueron capaces de transmitir de manera creíble información sobre sus intenciones reales a la otra parte), impidieron una guerra nuclear catastrófica. De hecho, los negociadores internacionales del cambio climático han captado las similitudes entre estas dos «dilemas de seguridad» ya que el Protocolo de Kyoto se ha inspirado en el diseño de los tratados internacionales sobre proliferación nuclear de la Guerra Fría.

Sin embargo, la aplicación de modelos de tratados de «desarme» al cambio climático puede representar un razonamiento de “falsa analogía”. La experiencia demuestra que las iniciativas de desarme funcionaron mejor cuando éstas se negociaron bilateralmente. Los tratados de desarme multilaterales han funcionado, en general, mucho peor. El tratado de no-proliferación nuclear de 1968, por ejemplo, no logró que países como Corea del Norte, Israel o Pakistán desarrollaran sus armas atómicas. Los partidarios del desarme también han tendido a minimizar, por razones obvias, la importancia de las carreras armamentísticas como elemento disuasorio y mecanismo para superar el «dilema de seguridad» de la Guerra Fría.

¿Cuáles son, entonces, las características especiales de este nuevo «dilema de seguridad» que el cambio climático representa? El mayor desafío es cómo encontrar una forma de mantener una civilización medianamente próspera desde el punto de vista material en una era post-industrial libre de emisiones. Necesitamos fuentes de energía alternativas que puedan, por lo tanto, garantizar el bienestar material de la humanidad y preservar los sistemas ecológicos que nuestra civilización necesita no sólo para su supervivencia, sino también para su bienestar espiritual. La alternativa tecnológica económicamente viable a los combustibles fósiles no existe todavía. Sin embargo, la tecnología es la que nos ha metido, de alguna manera, en el problema y, aunque otras medidas como frenar el «consumismo» y otros sistemas culturales, económicos y políticos derrochadores pueden ayudarnos también, es sobre todo la tecnología la que necesitamos para superar el presente dilema.

La tarea no será fácil. No podemos, mal que le pese a un sector del ecologismo político, atrasar el reloj y retroceder la civilización a una era pre-industrial de bajas emisiones en la que la población del mundo no era más que una fracción de lo que es hoy en día. A mayores, el ambiente político en el que esta búsqueda de alternativas tecnológicas debe desplegarse también ha cambiado sustancialmente. El mundo es ahora asimétricamente multipolar. Europa, por lo tanto, ya no puede simplemente esperar a que “inventen ellos” tal como hizo a lo largo de la Guerra Fría con los EE.UU. Europa debe hacer frente a las responsabilidades que el declive geopolítico relativo de los EE.UU. conlleva.

III. El plan “B”

Entonces, ¿qué se puede hacer? Cuando conceptualizamos el cambio climático como un «dilema de seguridad» en lugar de como un «fallo del mercado» la solución al problema ya no se basa exclusivamente en el mecanismo de «cap and trade». En lugar de ello, el cambio de enfoque pasa por la creación de un entorno político internacional más propicio para el desarrollo de tecnologías alternativas que impulsen a los combustibles fósiles -y a sus intereses financieros e industriales vinculados- hacia una gradual obsolescencia económica y política. Para facilitar este proceso, la Unión Europea debe formular una política exterior y de seguridad que defina el cambio climático como una de sus máximas prioridades de seguridad nacional, con lo que claramente «señalizaría» tanto a sus aliados como a sus rivales que se toma el problema en serio y que pretende beneficiarse de las oportunidades geoestratégicas que ofrece un mundo sin combustibles fósiles.

Por lo tanto, el plan “B” europeo debería de basarse en las siguientes medidas:

1. Reforma de la política de seguridad europea. Es necesaria la creación de proyectos de investigación en tecnologías verdes financiados a nivel europeo siguiendo el modelo cooperativo internacional utilizado para la industria militar e incluso detrayendo recursos de estos proyectos ya que el problema del medioambiente es principalmente un “dilema de seguridad”. ¿Porque tenemos proyectos militares despilfarradores tipo «Eurocopters», «Eurofighters», «Sistemas Galileo», etc. y no un proyecto de I+D+i intereuropeo de investigación en energías renovables que persiguiese el doble objetivo de garantizarnos la independencia energética frente al “techo del petróleo” y combatir el cambio climático además de favorecer efectos económicos positivos de «knowledge spillover» [1] en forma de patentes gratuitas para las industrias europeas? Esto mismo se hizo con internet en EEUU con gran éxito para su economía. Hace falta pues una revolución tecnológica que facilite la transición hacia un modelo productivo más verde.

2. Reforma de la fiscalidad europea. El sistema de EU ETS debería de ser sustituido por un «impuesto a las emisiones» homogéneo a nivel europeo. Esto requeriría a su vez la creación de un sistema fiscal europeo único favorable a las iniciativas ciudadanas, PYMES y grandes empresas que incorporasen en sus procesos tecnológicos y productivos mejoras verificables de emisiones. En este contexto, el movimiento ecologista debería de mostrar su oposición a muchos de los impuestos verdes que están implementando los Estados europeos al amparo de la crisis. Muchas de estas tasas ecológicas tienen como verdadero objetivo aumentar la recaudación sin necesariamente incentivar una transformación de las fuentes de emisión industriales ya que estas provienen de la vertiente “oferta” más que de la “demanda”. Es decir, pongamos impuestos a las industrias que creen productos que resultan en altas emisiones y no a la ciudadanía que, por falta de opciones reales, se ve forzada a utilizar muchos de estos productos o servicios básicos y, por lo tanto, constituyen un mercado cautivo. Además, la imposición arbitraria de muchas de estas tasas verdes genera escepticismo, cuando no hostilidad, entre la población hacia todo lo que huela remotamente a “ecologismo político”.

3. Refuerzo de los poderes ejecutivos de la Comisión Europea y, en particular, del Comisariado de Competencia para llevar a cabo una reforma financiera, industrial y energética que limite el tamaño de los actores existentes y abra dichos mercados a nuevas iniciativas empresariales en igualdad de condiciones. Esto implicaría poner fin a la política de creación de «campeones europeos» industriales, financieros y energéticos supuestamente competitivos a escala global (y que no lo son) cuyo “éxito empresarial” se basa en prácticas oligopolísticas dentro del mercado cautivo europeo y que se ha fomentado/tolerado desde la consecución del mercado único y se ha acelerado con la llegada del euro.

4. Elaboración de planes de eficiencia energética y mitigación del cambio climático a nivel municipal y regional con objetivos concretos y verificables ya que estos niveles de gobernanza son los que más conocen las peculiaridades de los sistemas naturales con los que están acoplados. Los fondos para infraestructuras de los Estados nacionales, de cohesión y convergencia, y de la Política Agraria Común de la Unión Europea [2] deberían estar condicionados al cumplimiento de estos planes elaborados de abajo/arriba y no de arriba/abajo desde Bruselas como hasta ahora. Esto implicaría, a su vez, el reforzamiento de las comunidades locales en la gestión de los «recursos de uso común» dotando de mayor poder económico y capacidad de auto-gestión a las mismas.

5. Giro en la política exterior de la Unión Europea en lo que respecta a cambio climático. La nueva política estaría basada en fomentar una «carrera» en pos de nuevas tecnologías verdes entre los grandes bloques regionales mundiales en vez de buscar un sistema internacional de «cap and trade» y “mecanismos flexibles” que nunca se impondrá y que ha fomentado la exportación de emisiones de países ricos a pobres. Europa debe liderar a través de la competencia y no del «buenismo», desencadenando intencionadamente una especie de «carrera espacial» como hizo EE.UU. con la URSS durante la guerra fría. Una vez desencadenado este proceso unilateralmente a través de una mayor inversión en I+D+i en tecnologías verdes se fomentarían negociaciones internacionales no solo a través de las Naciones Unidas, institución que debe de ser reformada en profundidad para garantizar su futura relevancia política, sino también a través del G-20, foro en el que están representados los principales países emisores de gases de efecto invernadero.

Todas estas medidas resultarían compatibles y crearían sinergias con procesos de mayor democratización e integración europea, causa principal de muchos de los males que nos aquejan en la actualidad, además de que beneficiarían estratégica e ideológicamente a los partidos verdes europeos.

Notas

[1] Francisco Seijo es profesor, investigador y consultor de política medioambiental en varias universidades norteamericanas y en el Instituto de Empresa. Es coordinador del Área de Relaciones Internacionales de EcoPolítica.
[2] En teoría del crecimiento económico se entiende por knowledge spillover el [efecto] desbordamiento del conocimiento. La imagen es clara: una empresa innovadora desarrolla conocimientos, pero esos conocimientos no quedan confinados en la propia empresa, sino que desbordan o rebosan sus límites y pasan a ser, aunque no lo quiera y sin que pueda evitarlo, de dominio público, de manera que otras empresas pueden aprovecharlos (Comisión Europea, 1997).
[3] El sistema agroalimentario global es responsable de hasta del 57% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Fuente: http://gustavoduch.wordpress.com/2013/02/23/asfixia-en-el-supermercado/

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