Published on junio 12th, 2016 | by EcoPolítica
0Europa hacia el abismo: el nuevo auge de la extrema derecha y la amenaza a la democracia
Por Luis de Miguel [1]
El pasado domingo 22 de mayo todos nos sobresaltábamos cuando los medios nos informaban, al inicio del recuento de votos, de la posible victoria del Partido por la Libertad (FPÖ) austriaco en las elecciones presidenciales celebradas en este país, con su candidato Norbert Hofer al frente. No deja tampoco de ser relevante que su principal rival fuera el candidato ecologista Alexander van der Bellen. Ambos habían postergado en la primera vuelta a los candidatos de las dos fuerzas políticas tradicionales en este país, los socialdemócratas y los demócratas cristianos. Fuerzas que, con distintos nombres y matices según el país, han sido las que han dominado la vida política de gran parte de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial.
El hecho de por qué las dos fuerzas políticas hegemónicas del continente están en sus horas más bajas en casi todos los países es sin duda un tema muy interesante, pero no es lo que ocupa a este texto, sino como las extremas derechas europeas están volviendo a experimentar un importante auge electoral a medida que los europeos vamos acudiendo a las urnas y en gran medida a costa de estas dos fuerzas políticas a las que se aludía anteriormente. Una vez más, España constituye una notable excepción en estas dinámicas políticas, no tanto porque la situación de España sea radicalmente opuesta a la de sus vecinos europeos, sino porque la respuesta política que dan las extremas derechas en Europa, en nuestro país la da una fuerza política de naturaleza totalmente distinta como es Podemos. España no es única en este aspecto de su sociología política: es de constatar la ausencia de extremas derechas fuertes y estables en países con realidades sociales tan diferentes como Irlanda, Islandia, la República Checa, Portugal o Malta.
Antes de entrar en detalle, debería de explicar el hecho de porqué antes hemos hablado de “extremas derechas” y no de una más convencional extrema derecha. Y si usamos este plural es porque consideramos que no se puede tratar al fenómeno del auge de las ideologías extremistas de derecha sin mencionar su condición poliédrica. Es cierto que todas “extremas derechas” tienen puntos en común (posiciones nacionalistas extremas, ensalzamiento de la “preferencia nacional”, posicionamiento antiinmigración, condición de partido “antisistema”, eurofobia), pero también tienen matices que les diferencian y que en cierta forma vienen dadas por la propia realidad sociopolítica del país en el que se desempeñan. Así, la extrema derecha en Holanda, Dinamarca, Suecia o Noruega es más bien una derecha populista, nacionalista y ultraliberal, que huye de posiciones racialistas y que incluso coquetean con posicionamientos propios de la nueva izquierda (aceptación del aborto, defensa de los derechos LGTB, feminismo o regulación de la prostitución).
Sin embargo, la extrema derecha en Bulgaria, Hungría o Grecia es una extrema derecha abiertamente reaccionaria, lindante con el neonazismo, ultranacionalista, militarizada y que adopta posicionamientos racialistas. Precisamente por su fuerte diferenciación con la extrema derecha populista y “reformada” que impera en los países de Europa Occidental vamos a dejar al margen aquí la situación en Europa Oriental, que es digna de un análisis pormenorizado aparte.
En otros países como Alemania, Bélgica o Austria, estas extremas derechas se constituyen en partidos “catch-all” [2]; o sea, formaciones que presentan variedad de discursos según cual sea al público que se dirigen: así se presentan en los medios públicos como formaciones serias, aceptadoras de la democracia y el juego político y presentando un programa de gobierno más radical pero aceptable dentro de los esquemas políticos mayoritarios de la opinión pública; pero por otro lado patrocinan o apoyan otras expresiones públicas radicales, especialmente en sus sectores juveniles, centradas sobre todo en acciones callejeras vistosas, desfiles paramilitares, grandes exhibiciones con banderas, cánticos y lemas o baños de masas de sus líderes carismáticos para ofrecer una imagen pública de fuerza.
En cierta medida, explicando la pluralidad de las extremas derechas en Europa se han explicado parte de las razones que llevan a esta a volver a cobrar auge electoral en muchos de los países más avanzados de Europa en pleno siglo XXI. Como ya sucediera en los años 30 del pasado siglo XX, las extremas derechas vienen a dar una solución radical y pretendidamente efectiva a una situación de incertidumbre política, social y económica y sobre todo lo hacen en una situación en la que las fuerzas políticas moderadas muestran una incapacidad notable por dar estas soluciones o por lo contrario estas se encuentran desprestigiadas como sucede ha sucedido en Francia o Austria. Tales “fórmulas mágicas” solo acaban encerrando un discurso muy básico, efectista, populista y no exento de demagogia, pensando y diseñado exclusivamente para complacer los oídos del auditorio al que va dirigido.
En el contexto general europeo, ignorando ahora las peculiaridades que puede presentar cada país, algunas de las razones que llevan a este auge de las extremas derechas son los siguientes:
- Crisis financiera y económica: en mayor o menor medida, casi todos los países europeos han atravesado unos años en los que sus indicadores económicos han sufrido duros vaivenes, que han derivado en profundos cambios en las estructuras económicas, financieras y sociales de los países europeos occidentales. En algunos países como Finlandia o Suiza, la crisis apenas ha dejado notar sus efectos dada la solidez de estas economías y su rápida capacidad de reacción; pero en la mayoría de los países la crisis financiera se ha traducido en importantes recortes de los estados del bienestar (Holanda, Alemania, Suecia), en “terremotos” financieros que a punto estuvieron de arruinar el país (Islandia) o directamente a colapsos económicos graves provocados por una elevada deuda pública y una caída en los ingresos del Estado (Grecia, Portugal). Aun así, la respuesta de los electores frente a esta situación de crisis macroeconómica ha distado de ser uniforme, y según el país, resulta hasta contrapuesta: así mientras en Grecia los extremos políticos han experimentado un importante auge, en Portugal no hubo una ruptura del sistema de partidos tradicional, sino más bien se asentó aun más.
- Fracaso en los procesos de convergencia europeos: la consagración de la llamada “Europa de las dos velocidades” por parte de la Comisión Europea ha llevado a ver el proyecto de construcción europeo como un proyecto fundamentalmente injusto y diseñado para beneficiar a los países más ricos (significativamente Alemania). Esta falsa impresión ha sido hábilmente aprovechada por las formaciones de extrema derecha en todas partes para reavivar ideas nacionalistas chovinistas y contrarias a la Unión Europea, y han tenido éxito en todas partes, a veces ofreciendo mensajes contrapuestos: así, mientras la extrema derecha griega podía acusar a Alemania de arruinar a su país, la extrema derecha alemana pregonaba que mientras aún hay alemanes parados parte del dinero de los impuestos de los alemanes va destinado a rescatar económicamente a Grecia. Esta manipulación opuesta de una misma realidad ha acabado por sembrar la desconfianza mutua entre los distintos socios europeos, no tanto entre sus gobiernos como entre los ciudadanos comunitarios.
- La inmigración: este tema casi siempre ha sido un caballo de batalla de las formaciones de extrema derecha, ejerciendo muchas veces el papel de “cabeza de turco” de los problemas del país. Así a la inmigración se le ha responsabilizado del aumento de la delincuencia, del paro, de la alineación cultural, de la pérdida de valores… No deja de ser relevante que toda esta inmigración tenía siempre un origen externo a Europa y que los inmigrantes pertenecían a etnias, religiones o razas exógenas, provocando el choque cultural. Sin embargo, la crisis económica provocó un fenómeno nuevo en la Unión Europea que se creía controlado: la inmigración interior por razones económicas, en especial de españoles, portugueses y griegos hacia los países del norte. Esta inmigración, gracias a los acuerdos de libre circulación de trabajadores comunitarios y a los tratados Schengen de libertad de tránsito, ha sido muy fluida, permitiendo que trabajadores de los países del sur y este de Europa acudan a países del norte de Europa y puedan instalarse y encontrar trabajo con más facilidad que la inmigración extraeuropea. Sin embargo, esto no tranquilizó para nada a los grupos de extrema derecha de los países receptores de inmigración, sino que por lo contrario empezaron a centrar sus críticas en esta inmigración interior, con un argumentario similar al usado con los inmigrantes extraeuropeos: aumento de la delincuencia, parasitación de los servicios sociales del país, aumento del paro entre los nacionales, etc.
- El terrorismo islámico: dentro de estos procesos de choque cultural a los que se ha aludido, el auge del terrorismo integrista islámico ha provocado una reacción contraria en las multiculturales sociedades europeas. Los grupos de extrema derecha aprovechan a su favor una situación de psicosis pública provocada por los grandes atentados ocurridos en suelo europeo en los últimos años para denunciar una “invasión” musulmana, lo que al mismo tiempo permite promover sentimientos ultranacionalistas, racistas y autoritarios alentando ese estado de psicosis colectiva. Quizá la vertiente más oscura de este fenómeno es que haya obligado a las sociedades europeas a abrir un complicado debate acerca de los límites de las libertades públicas, un debate que sirve de coladero para la introducción de ideas antidemocráticas y totalitarias disfrazadas de “políticas contundentes contra el terrorismo”.
- Contagios ideológicos: otro de los efectos más novedosos de este auge electoral de las extremas derechas en Europa es que vuelven a demostrar una importante capacidad de efecto “contagio” de sus programas y agendas políticas a sectores ideológicamente próximos o a obligar a sus rivales políticos a tomar posición en temas políticamente comprometedores. En países como Francia, Reino Unido o Suecia estamos viendo como partidos democristianos y conservadores adoptan parte de los discursos de las extremas derechas populistas como un intento de atraerse al electorado que de otra forma iría a votar a esas formaciones extremistas, mientras que en países como Bélgica, Holanda, Grecia o Finlandia los grupos de extrema derecha han tenido la capacidad de colocar en el debate público temas que son incomodos para los partidos tradicionales (sobre todo en materia de inmigración y seguridad pública), obligando ya no solo al centro-derecha, sino incluso a socialdemócratas o a la izquierda a posicionarse públicamente al respecto.
Estas nuevas formas de extremismo político, pese a no tener una excesiva renovación ideológica y programática respecto a las formaciones creadas después de la Segunda Guerra Mundial, si tienen detrás un hábil cambio de imagen y han puesto en marcha exitosas campañas de “marketing” político que facilitan su inclusión y normalización en los espacios de comunicación política públicos (revistas, programas de TV, redes sociales en Internet). Muchos de estos partidos han roto totalmente con antiguos posicionamientos ideológicos y también estéticos que pudieran evocar concomitancias con el neofascismo o neonazismo (posiciones generalmente rechazadas por la opinión pública) y han adoptado imágenes, lemas y formas de comunicación modernas, se muestran muy activos en los principales espacios de difusión, adoptan un posicionamiento propositivo y positivista frente a los temas de debate público (reservándose de esta forma el rol de “conciencia crítica” de los regímenes democráticos modernos), se dirigen a un público amplio y tienen una inherente capacidad de adaptar su discurso según cual sea su auditorio. Así, los candidatos del Frente Nacional francés en campaña perfectamente podían prometer a un grupo de obreros una mejora en sus condiciones laborales por la mañana mientras por la tarde aseguraban a los empresarios que abaratarían el despido.
Dentro de este proceso de lo que el politólogo italiano Pietro Ignazi llamaba “aggiornamento” [3], las formaciones de la extrema derecha no han vacilado en mezclar elementos ideológicos que les son en principio ajenos. Desde mediados de los 80, varias formaciones de la derecha radical se dieron cuenta que obtenían cierto éxito electoral si arrebataban a la izquierda los espacios y nichos sociales tradicionales que tenían, rompiendo así con la imagen de formaciones ultraconservadoras y herederas del fascismo que muchos de ellos tenían. Así los partidos de extrema derecha perdieron el miedo a empezar a dar mítines en barrios obreros de las ciudades, tradicionalmente dominados por los comunistas, como pasó en Francia o Italia. En otros casos asumieron reivindicaciones sociales de signo progresista, que van desde la aconfesionalidad o incluso cierto anticlericalismo a defender el aborto. En Holanda, el líder populista Pym Fortuyn dijo ser islamofobo porque él era gay y consideraba que el auge del islamismo era un riesgo para la libertad sexual. Más recientemente, varios partidos extremistas han adoptado posiciones cercanas al libertarismo: así el UKIP británico o el Partido Popular suizo defienden modelos de democracia basados en la participación ciudadana y en la pérdida de importancia de las cámaras legislativas, acusando a estas de estar alejadas de la realidad social.
Precisamente, esta estrategia de entrismo mediante la aceptación de las normas del juego democrático o incluso mediante su crítica dentro de los cauces políticamente aceptados para lograr su amejoramiento es lo que ha convertido a estas formaciones políticas en unos elementos de riesgo en la salud de las democracias occidentales: fingen aceptar estas condiciones mientras propagan un mensaje que resulta antidemocrático, disfrazado según precise cada caso y momento y ayudado por el debate sobre los límites de la libertad pública, de especial fuerza a raíz de la amenaza del terrorismo radical islámico. Por lo general, en una situación de incertidumbre como la actual es cuando los partidos extremistas encuentran su caldo de cultivo propicio y cuando experimentan crecimientos electorales significativos como los que hemos visto recientemente en buena parte de Europa occidental.
Ante esta circunstancia, la primera pregunta que suele venirle a uno es: ¿y como se puede parar esta preocupante dinámica sociopolítica? Lo cierto es que los partidos extremistas parecen haber dado con el talón de Aquiles de la democracia, porque las estrategias desplegadas por las formaciones políticas moderadas no parecen haber causado ningún efecto. En algunos países como Bélgica o Alemania se intentaron los llamados “cordones sanitarios” contra estas formaciones, consistentes en no contar con sus diputados y representantes para alcanzar acuerdos políticos y marginarles en las sedes parlamentarias, pero esta estrategia solo ha servido para que estos partidos se presenten como las víctimas de un sistema que pretende ignorarles y que les margina por “atreverse” a decir la verdad o para acusar a los partidos tradicionales de no respetar a los electores que dieron su voto a estos partidos extremistas.
En países como Francia o el Reino Unido es la ley electoral la que ha frenado a la extrema derecha con cierta eficacia, pero tampoco resulta una solución definitiva. En Francia el Frente Nacional está muy cerca de obtener tal poder social y político que haga inútil esta barrera legal, mientras que en el caso del Reino Unido, la extrema derecha no necesita poder político ya que dispone en su lugar de una gran capacidad mediática para poder orientar los debates públicos a temas que les son propicios, como es el caso del “Brexit” o salida del Reino Unido de la Unión Europea, un tema sobre el cual el UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) ha basado gran parte de su discurso político y que ha conseguido influenciar incluso a amplios sectores del poderoso Partido Conservador.
En países como Alemania o Grecia, se ha intentado ilegalizar a los partidos extremistas mediante procesos judiciales, pero esto obviamente resulta más contraproducente, porque aparte de proporcionarles argumentos victimistas para presentarse públicamente como mártires de la democracia o casi como héroes nacionales, debilita aún más a los denostados partidos tradicionales, que son mostrados como una casta política parasita del Estado y que emplea las instituciones como un instrumento de represión política. Además, también permite presentar a la democracia como un “sistema ineficaz” y no menos “dictatorial” que los regímenes fascistas, una sutil forma de sembrar dudas sobre los sistemas democráticos actuales.
Así pues, resulta patente que la oposición frontal resulta inútil contra unos partidos que si en un principio se pensaba que eran “one-hits”, esto es, captadores de un voto de castigo muy volátil y no ideologizado, si han demostrado en cambio que cuentan sociológicamente con un nicho electoral estable en las sociedades europeas occidentales. En ese sentido quizá la mejor forma de desactivar su potencial desestabilizador sea admitirles e incluirles en el juego democrático. Así ha sucedido en Dinamarca y Noruega, donde los partidos de derecha populista inicialmente marginados acabaron siendo incluidos en los cálculos electorales para formar gobiernos junto a conservadores y liberales (de hecho, en ambos países han llegado a tener estas responsabilidades), dando como resultado una significativa pérdida de radicalismo y una “domesticación” de su programa electoral. Un proceso similar está teniendo lugar ahora mismo en Finlandia con el partido de los Verdaderos Finlandeses, que ejercen el gobierno en la actualidad y que han pasado de un nacionalismo radical populista a posiciones de derecha clásica; e incluso formaciones como el Partido por la Libertad de Holanda, el Frente Nacional francés o la Liga Norte italiana han experimentado cierta moderación tras su entrada en las instituciones. Por supuesto este tampoco es un remedio infalible, puesto que en otros casos esta entrada en el juego parlamentario e institucional no solo no ha moderado las posiciones políticas de estos partidos, sino que incluso los ha radicalizado más, tal como ha ocurrido en Bélgica, Grecia o Austria.
Aunque estos procesos políticos llevan casi 30 años extendiéndose por toda Europa, parece que solo llaman la atención a una opinión pública muy anestesiada e hiperinformada en situaciones muy sobresalientes: en 1999 toda Europa asistió horrorizada a la formación de un gobierno de coalición entre democristianos y populistas en Austria, provocando una crisis en el seno de la Unión Europea que casi se salda con la expulsión del país alpino. En 2002 también causó honda conmoción el hecho de que el líder del FN francés, Jean-Marie Le Pen lograse vencer al candidato socialista Lionel Jospin en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas y pasase a la segunda vuelta junto con el líder conservador Jacques Chirac (quien venció a Le Pen por casi 50 puntos de ventaja.) Ahora, el nuevo aviso se ha producido en Austria: si bien finalmente Hofer no accederá a la presidencia de la república, no es menos revelador comprobar que ha logrado el apoyo de casi el 48% de los electores austriacos y que la ultraderecha ha arrasado entre los trabajadores manuales, tradicionalmente votantes de la socialdemocracia. ¿Será este el definitivo aviso de que Europa está enfrentándose a una crisis política, social y muy posiblemente sistémica y que las democracias occidentales vuelven a estar en riesgo? ¿O quizá los sistemas de partidos políticos están volviendo a reajustarse para crear un espacio institucionalizado a la derecha de los partidos democristianos y conservadores? Solo el tiempo nos lo dirá.
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Notas
[0] La imagen que encabeza el presente artículo se encuentra en eldiario.es. Su utilización no tiene ningún propósito comercial. Enlace imagen: eldiario.es.
[1] Luis de Miguel es licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y especializado en Arqueología. Actualmente es miembro de la coordinadora de Somos Coslada y activista por los derechos LGTBI+.
[2] Para más información: Xavier Casals. El pueblo contra el parlamento. Pasado & Presente, 2013.
[3] La teoría del “aggiornamento” fue creada por Pietro Ignazi tras analizar la evolución política del Movimiento Social Italiano (MSI), un partido creado por varios nostálgicos del régimen fascista de Mussolini tras acabar la II Guerra Mundial y que evolucionó desde una posición neofascista moderada que no excluyó el uso de la violencia hacia una posición derechista clásica, manteniendo en el proceso gran parte de su apoyo social y llevando a cabo un destacado proceso de cambio de estructura de partido, de imagen pública y de discurso político, llegando en 1993 a cambiarse su nombre por el de Alianza Nacional (y de nuevo en 2014 por Hermanos de Italia) y a participar en varios de los gobiernos de centro-derecha encabezados por Silvio Berlusconi. La evolución del MSI es considerada como prototípica dentro de la evolución de los partidos de extrema derecha europeos, pero no ha tenido el mismo éxito en otros países cuando ha tratado de ser imitada, como sucedió en España o Alemania.