Published on julio 23rd, 2008 | by EcoPolítica
0Ecologismo radical y decrecimiento
Por Hervé Kempf
Artículo publicado en Le Monde, 03 marzo 2005
Traducido al castellano para EcoPolítica por Lara Pérez Dueñas
¿Es la democracia compatible con el ecologismo radical? En un momento en que éste vuelve a la luz, a la vez en el plano teórico, a través de la crítica del productivismo, que en el plano activista, al oponerse a los transgénicos, a la publicidad, a la televisión, a la industria nuclear y automovilística, etc., esta cuestión se plantea de nuevo, y la plantean los mismos ecologistas.
El debate tiene su raíz en el pensamiento de Hans Jonas, filósofo alemán fallecido en 1993, cuyo pensamiento es una de las principales inspiraciones de la ecología. Ante el peligro al que se expone la humanidad por el desarrollo de la técnica, Jonas afirmaba en su obra principal “El principio de responsabilidad”: “ Hay que tomar medidas para que el interés individual no se imponga espontáneamente, medidas, sin embargo, que difícilmente pueden tener lugar en un proceso democrático.”
Este debate se ha reavivado con el retorno de la visión catastrofista en el pensamiento ecologista, inspirada en parte por las reflexiones del filósofo Jean-Pierre Dupuy (Pour un catastrophisme éclairé, Seuil, 2002). De ello se ha hablado en un fortificante seminario que ha reunido, en Montbrisson (Loire), en febrero de este año, a alrededor de 90 intelectuales, Verdes, alternativos, miembros de la Asociación Attac o de Amigos de la Tierra con el tema “Antiproductivismo, decrecimiento y democracia”. Así, apoyándose en la llamada teoría del pico de Hubbert, que afirma que la producción mundial de petróleo alcanzará dentro de muy poco un máximo debido a la disminución de la cantidad de reservas accesibles a buen precio, Yves Cochet, diputado (Los Verdes) de París, describe una posible situación de profunda crisis provocada por un aumento brutal del precio de la energía, lo que llevaría al desmoronamiento de los sistemas de transporte: la aviación civil se vendría abajo, el medio rural se desorganizaría (debido a su dependencia del automóvil), etc. La crisis estaría acompañada por violentas guerras por el control del petróleo de Oriente Medio. A partir de ahí, el diputado entrevé tres hipótesis: el caos y la barbarie; una dictadura de los países ricos protegiéndose a toda costa; una sociedad sobria y racionada.
Sin suscribir unánimemente a la profecía de Cochet, los ecologistas radicales auguran una crisis ecológica sin precedentes. Para prevenirla, afirman la necesidad de una ruptura con el sistema económico dominante, que se basa en el crecimiento.
Tejido social
Denuncian también la ideología del desarrollo sostenible, que pretende conciliar el desarrollo económico y la protección del medio ambiente. El desarrollo sostenible no sería más que una fachada, el manto medioambiental de un liberalismo que no estaría dispuesto a cambiar nada. Los ecologistas radicales se oponen también al dogma central de la izquierda: el progreso social es inseparable del crecimiento económico. Pero si llegamos a una grave crisis, y si el único medio para prevenirla es adoptar medidas de racionamiento y de decrecimiento, ¿cómo hacerlo sin recurrir a soluciones dictatoriales, “leninistas”, rechazadas por los ecologistas que siempre se han opuesto a la ideología marxista? Una primera respuesta viene dada por Geneviève Azam, economista de la Universidad de Toulouse: refiriéndose a la obra del filósofo Cornelius Castoriadis sobre la formación de la democracia en la Antigua Grecia, ha mostrado que ésta puede reforzarse gracias a la confrontación con la tragedia.
“La democracia es nuestro arma suprema”, dice Azam, para quien el buen ejercicio de ésta supone asumir que el planeta es finito, reabrir la imaginación para explicar que el mundo finito no es un mundo cerrado, reanimar el sentido de la tragedia que implica cambios decisivos.
Otra manera de abordar este problema es señalar que la democracia está ya enferma por culpa de las potencias que contribuyen al desastre ecológico. Según Serge Latouche, de la Universidad de París-Sur, “el poder ya no lo ejerce la política, sino la instancia oculta de las multinacionales”. Por otro lado, indica Stéphane Lavignotte, de la asociación Vélorution, “está en juego el saber si la sociedad es lo suficientemente comunitaria para ponerse de acuerdo. Pero ¿qué fuerza tiene el tejido social en una sociedad donde hay tanta desigualdad?”
Esta constatación es inevitable, incluso entre los que no adoptan una lógica catastrofista. Alain Caillé, impulsor del movimiento anti-utilitarista encarnado en la Revista de MAUSS, señala: “Es evidente que el ideal democrático, a nivel mundial, no funciona. La dinámica actual del capitalismo impulsa hacia una “parcelización”, hacia una explosión del sentido colectivo”.
Así, la cuestión que plantea la ecología radical es esencialmente política: si se quieren evitar las soluciones autoritarias ante las crisis, hay que revitalizar la democracia. Esto pasa por una articulación de lo social con la ecología, de la solidaridad con la disminución de los consumos materiales. “Menos bienes, más relaciones”, “No construir la sociedad que la catástrofe va a imponernos, sino la sociedad que queremos”, “No sólo hacer menos, sino hacerlo de otra manera”, “Luchar contra las desigualdades instaurando unos ingresos óptimos” son las ideas que sintetizan este planteamiento donde las crisis ecológica y social no se consideran como opuestas, sino ligadas intrínsicamente.
Alain Caillé, de manera algo provocativa, abre una perspectiva “social-demócrata universalizada” y propone una alizanza “entre los que se preocupan por el planeta, los que quieren reconquistar la democracia, y los que aspiran a fundar de nuevo una base ética mínima”.
En este planteamiento emergen los materiales necesarios para una plataforma en la que podría construirse una izquierda a quien le faltan ideas sobre la sociedad a la que pretende transformar. Con la condición de aceptar el radicalismo que proponen los defensores del “decrecimiento”. Y tener como referencia más a Ivan Illich que a Karl Marx.