Published on septiembre 23rd, 2012 | by EcoPolítica
0No sobreestimemos nuestros medios
Por Jean Zin
Traducido al castellano para EcoPolítica por Elisa Santafe
Pasado el período de las elecciones y de las esperanzas revolucionarias más locas, volvemos a la realidad y la situación es aún más catastrófica de lo que se pretende. Todo parece perdido en todos los frentes, con márgenes de maniobra reducidos a la mínima expresión. Dream is over, el sueño ha acabado. Lo más grave, no lo repetiremos lo suficiente, son los problemas ecológicos, que se anuncian cada vez más imposibles de solucionar con el desarrollo de los países más poblados (después de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, unidos bajo el nombre de BRICS, vienen los « Next eleven », con economías que despegan: Bangladesh, Egipto, Indonesia, Irán, Corea del Sur, México, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Turquía, Vietnam …), mientras nos dirigimos a un récord de población donde la presión sobre los recursos llegará a su máximo. En lo inmediato, los problemas económicos son los que están destinados a agravarse de forma permanente, a la espera del “crack” de la deuda y el aumento de la inflación. La presión presupuestaria se combina con la presión del desarrollo de los otros continentes para desmantelar las protecciones sociales y perjudicar nuestro “modelo europeo”.
Ahora que en los países árabes se levantan nuevas instituciones democráticas y que aquí se ha dado todo el poder a los “socialistas”, muchos caen del guindo y se dan cuenta de hasta qué punto nuestros medios son limitados, muy lejos de las grandes escaladas verbales que entusiasman a las multitudes. Bueno, sí, quedan los revolucionarios convencidos de que hay que cambiar la vida y de que hay que instaurar el paraíso en la tierra, son los salafistas que testimonian sobre el carácter religioso de las ideologías políticas y dicen que sólo hay una manera de que el mundo sea conforme a nuestros fines y de que aquí reine la divina justicia: es la dictadura más implacable. El movimiento comunista sólo habrá sido una nueva versión de estas dictaduras teocráticas que se remontan quizá a los hititas. De hecho, la idea de la dictadura del proletariado tenía sólidos argumentos para ello (al igual que la imposibilidad del comunismo en un solo país), pero la experiencia ha demostrado que había dictadura sin proletariado y que todo lo que se obtenía en estas sociedades religiosas era lo contrario de lo que se había querido al principio (el amor, etc.). Siempre ha habido estalinianos que preferían aun y todo el “socialismo real” a nuestras sociedades comerciantes, no es mi caso ni el de la mayoría de la población. Se pretendía defender un comunismo democrático, salvo que esto ya no es más realista que un islamismo verdaderamente democrático.
Si se quiere imponer un nuevo orden, se necesita un poder inflexible. Si no, tenemos una sociedad pluralista y una economía abierta, lo que restringe ampliamente los poderes políticos, tanto más cuanto que estamos integrados en conjuntos más amplios y dependemos de circuitos vitales de materias primas, de alimentos, energía, mercancías, informaciones…
En cierta manera, estamos en una especie de final de la historia, pero de un final de la Historia sólo como lo habíamos soñado entre 1848 y 1968. Lo que se termina es más bien la idea de que podría haber un final de la supuesta “prehistoria” humana, una lucha final, el final de la lucha de clases. No podemos partir la historia en dos, no podemos cambiar todo, y para los revolucionarios esto es el final de su historia. Pero no ha terminado la historia de la unificación del mundo, de las peripecias políticas, de los desafíos ecológicos, de los accidentes tecnológicos, incluso de las guerras. Nuestras sociedades se caracterizan no obstante por un rechazo a la guerra en el que se ha construido Europa, que participa ampliamente en nuestra parálisis. La guerra siempre ha sido un instrumento decisivo del desarrollo del capitalismo y de la resolución de las crisis financieras. Esto es lo que hace que la situación no tenga ninguna solución y por eso no hay que creerse demasiado protegido de un nuevo resurgir de los extremismos, lo que sería un cataclismo. Aún no hemos llegado a eso, pero hay que ser consciente de que es un factor innegable de nuestra sumisión a nuestros acreedores y de no poder hacer que devuelvan lo que se han llevado.
No faltan almas cándidas que dicen creer lo contrario y defienden que bastaría con salir del euro, cerrar las fronteras, nacionalizar las fábricas y los bancos, aumentar los impuestos, etc., como si viviéramos en la Luna, en un mundo que no cuenta y se desarrolla sin nosotros y con privilegiados que se dejarían despojarse de sus bienes sin hacer nada, es decir, en una utopía total que no tiene que nada que ver con nuestras realidades terrestres y las leyes de la Tierra. Un día la economía será una ciencia, quizá cuando haya entendido que no lo es porque hace abstracción de demasiados fenómenos sociales de los que depende. En la realidad real es mucho más sórdido, hasta el punto de que se habla de un blues de los socialistas, que tienen todos los cargos pero que saben que no pueden hacer nada o casi nada. Incluso es prácticamente imposible conseguir medidas simbólicas como un inicio de Tasa Tobin o un amago de recuperación. Se canta victoria por las menudencias arrancadas en grandes luchas y pretender que se podría hacer más es sólo testimoniar que sólo ocupan el ministerio de la palabra.
En la práctica, nos encontramos con múltiples dificultades y las relaciones de fuerzas efectivas, con un sistema cuyo funcionamiento es vital para la mayoría. Aunque hay unas políticas mejores que otras, no hay absolutamente ninguna artimaña que nos permita ignorar esta correría planetaria en la que vamos a ser devorados humanos y bienes, ni siquiera que nos pudiera evitar un rigor que, según toda probabilidad, debería afectarnos dura y permanentemente (incluso si después de la crisis de la deuda se espera que se reanude el crecimiento, lamentablemente podemos decirlo a la vista de sus consecuencias ecológicas dramáticas…).
No nos quejamos, ¡estaría bueno! Todavía formamos parte, durante unos instantes, de los maestros del mundo; pero esto será pronto sólo un viejo recuerdo. Somos como un país conquistado, sumergido no por olas de inmigrantes, sino por las mercancías del resto del mundo que sale de su subdesarrollo. El Imperio ya no es precisamente Estados Unidos, que sólo es el brazo armado. Un pueblo vencido bien puede maldecir su suerte, pero tendrá que tomar decisiones, no hay otra salida. El éxito que encuentra el trabajo de escolar del joven La Boétie sobre nuestra pretendida servidumbre voluntaria es ridículo ante estos procesos materiales del orden de la deriva de los continentes. Tendríamos que admitir nuestra poca influencia sobre estos movimientos planetarios y la gravedad de nuestra situación en lugar de llenarnos la cabeza con estas soluciones imaginarias y audacias puramente verbales, imaginando que hemos encontrado lo que hará que el mundo cambie en un momento, lo que demuestra una gran candidez que no tiene nada de positivo.
Entonces, ¿que han obtenido los militantes más radicales, los utópicos, los decrecentistas, fuera de su propia estima ante su audacia inaudita y su grandeza de espíritu? Tienen a todo el mundo contra ellos y sin embargo, se imaginan que el mundo debería ser suyo, que hay un error en alguna parte, que no les entienden, que el pueblo no reconoce a sus verdaderos amigos, sus verdaderos intereses, que el diablo actúa movido por un complot o propaganda televisual que ha transformado a nuestros maravillosos semejantes en infames traidores.
Invocan la democracia que, sin embargo, los rechaza, oponiendo la llamada “soberanía nacional” a Europa sobre todo, pero equivocándose de época sobre la democracia también, asimilando las reglas democráticamente elegidas por los pequeños grupos homogéneos con una democracia pluralista, la de la polis y de la política, que es más bien un espacio de concertación y de acuerdos.
Esta ilusión democrática tiene un nombre, es el totalitarismo heredado del terror revolucionario, pero es más fundamentalmente un error sobre los valores (sobreevaluados) y sobre un pretendido hombre nuevo venido de no se sabe dónde y que nos haría daño. Es una ilusión sobre lo que constituye nuestra libertad política, que nunca ha contemplado hacer lo que queremos ni decidir sobre el mundo en el que vivimos, aún menos sobre la naturaleza humana, sino solamente poder participar en las dos grandes decisiones de un Estado democrático que necesita la aprobación de los más concernidos: la guerra, cuando era popular, y los impuestos. Hemos visto que para la guerra, está chupado (y cuando atacamos Libia ni siquiera nos preguntan qué pensamos). Podría ser lo mismo con los impuestos, donde ya no tenemos tantos medios de distinguirnos de los demás al nivel de las redes digitales, al menos a nivel europeo, no pudiéndonos aislar como si fuéramos un país pequeño cuando somos la sexta potencia mundial, en decadencia pero que obtiene aún una parte sustancial de su riqueza de su antigua posición dominante.
Tengo que decir que creía aún posible hacer el golpe de 1936 y hacer de la huelga general un feliz sustituto de la guerra, incluso de la revolución. Sólo las experiencias recientes sobre todo en Grecia me hacen pensar que una huelga general ya no puede ser tan decisiva como antes, y esto debido de nuevo a la globalización, a las importaciones de sustitución que son más o menos el equivalente de los esquiroles que rompen las huelgas. La huelga general ya no tiene el impacto de un bloqueo o de un asedio, sólo de un acto de protesta masiva, lo que no está mal para empezar, pero para cumplir su objetivo exigiría durar el tiempo suficiente y poner en juego intereses vitales. En este aspecto tampoco hay que soñar, o más bien tener pesadillas.
¿Esto es todo? ¡No echéis leña al fuego! ¿Queréis desesperarnos o qué? Lo sabemos, no hay que desesperar a Billancourt. Hay que poder contar historias bonitas para alentar la lucha, ya que sólo la lucha parece que nos devuelve nuestra dignidad perdida en el trabajo, y una actitud derrotista da alas al enemigo. Salvo que hacer como que se hace algo no sirve de nada, ni tampoco reunir a millones de trabajadores en las calles, incapaces de impedir que se racanee en nuestras protecciones sociales ya moribundas. No, la situación es grave, socialmente a causa de la competencia con los más pobres del mundo entero, y ecológicamente después de Río, mientras nos anuncian un derrumbamiento inminente (pero ocurrido durante siglos). No se puede entender que ante tantos callejones sin salida, la gente se vuelva loca y quiera creer en soluciones extremas o puramente imaginarias, esto está totalmente relacionado con la situación de bloqueo en la que nos hemos encerrado, expresando la imposibilidad de continuar. En el fondo, la única razón que puede hacer creer a la gente que el Frente Nacional podría mejorar su suerte, es únicamente que nunca ha estado en el poder…
Después de este sombrío panorama, ¿la única solución sería tirarnos al agua o colgarnos? No, reconocer la gravedad de la situación no es animar a no hacer nada, sino a no dispersar nuestras fuerzas ni emplearlas en vano en luchas perdidas o contra molinos de viento. Decía al principio de la crisis, y con razón, que podemos salir de ésta, es evidente y es lo que produce todos los discursos voluntaristas que nos prometen solucionar la crisis en un santiamén con un dirigente fuerte. Sólo que es casi lo mismo cuando decimos, ante la evidencia de nuestras riquezas, que tenemos los medios de abolir la pobreza y de conseguir una paz universal, es decir, de forma completamente abstracta, sin ninguna efectividad (otros quieren abolir igual de vanamente la prostitución o las drogas, como si hubieran sido los primeros en pensarlo…).
No están sólo las posibilidades materiales y objetivas, también están las condiciones sociales y subjetivas. Lo que está comprobado no es que podríamos construir una Europa solidaria, convertida en primera potencia económica durante algún tiempo, sino que sólo avanzamos paso a paso con el cuchillo al cuello y nadie puede decidir ir más rápido y más lejos con una retahíla de Estados con intereses divergentes. Asimismo, no basta con tomar la riqueza a los ricos ni con tomar las fábricas, como podíamos creer cándidamente antes de ver la experiencia de autogestión de Lip, que estaba lejos de resolver la cuestión en una economía dinámica donde ninguna posición está dada de antemano. Por supuesto que hay buenas medidas que pueden tomarse para intentar mantener nuestro adelanto en algunos sectores, mejorar nuestra productividad, ya muy alta, caminar hacia una mayor justicia, protegerse de una competencia desleal, invertir en infraestructuras, etc. No obstante, todo esto debería ser muy marginal fuera de la urgencia, que puede provocar avances rápidos, pero que nadie quiere realmente.
Nuestras posibilidades reales de dar la vuelta a la situación son pues ínfimas, es la triste realidad y ni siquiera las revoluciones la han cambiado. Hay que partir de aquí, volver sobre la tierra y pinchar la burbuja especulativa de una izquierda imaginaria y de una ecología infantil. Más que imaginarse una economía idílica restaurada por algunas pirulas, (incluso el sacrificio de chivos expiatorios), hay que prepararse para una economía del desastre, ya que nos espera esto si seguimos así. La cuestión que hay que plantearse es la de los medios que nos quedan. Hay todo un trabajo intelectual que debe hacerse para entender la realidad y no halagar a los militantes con lo que quieren oír. Hay todo un trabajo artístico que reactivar para expresar verdades duras de decir, no lo políticamente correcto pseudotransgresivo, y por supuesto, hay todo un trabajo político que llevar a cabo para cambiar las reglas. El Parlamento Europeo no es del todo inútil al entregarnos por ejemplo un ACTA, y tampoco en varios sectores ecológicos, pero la construcción de un derecho social europeo parece por ahora fuera de alcance (habría que llegar a construir las condiciones, pero estamos lejos de eso).
Las protecciones sociales siguen siendo pues un desafío nacional que puede marcar la diferencia, pero no conforme a la moda sindical de defensa de los derechos adquiridos y de reivindicaciones puramente cuantitativas que nunca van muy lejos. Podemos decir que la cuestión está muy mal iniciada, ya que se confía a representantes de los asalariados más protegidos la suerte de todos los precarios que se multiplican ideológicamente, la izquierda se ha quedado estancada en nuestro pasado industrial.
Habría que reconstruir las protecciones sociales con bases diferentes, más individuales y que no dependan de las empresas que nos contratan, lo que plantea inmediatamente la cuestión de un ingreso garantizado. No es en absoluto el camino que se ha tomado y no soy yo quien podría convencer a estos sindicalistas patentados y muy bien pagados, de que sería mejor tener en cuenta a todos los que no son asalariados o sólo lo son temporalmente, y en todo caso, no sindicados. La presión de los hechos y el número acabarán por tener razón, pero no veo ninguna fuerza a la izquierda -salvo quizá los Verdes, y no tanto-, que vaya en la buena dirección. No hay mucho que esperar por este lado, sino que no es a la derecha a la que hay que convencer para que acepte reivindicaciones puramente cuantitativas; haría que convencer a la izquierda para que cambie de programa y tenga una verdadera política de izquierda para el futuro, ¡y no para su glorioso pasado!
Da igual cómo considere la situación, no veo ninguna otra vía que nos quede abierta salvo la vía municipal o comunal. Si creyera que se puede tomar el poder sobre el mundo, ¿por qué me preocuparía por las pequeñas iniciativas locales? No hay otro comunismo que el de la comuna, en esta democracia del cara a cara donde sabemos bien que no se puede decidir sobre todo sin preocuparse por los vecinos. No hay duda de que implicar a un ayuntamiento en experiencias alternativas como las monedas locales y las cooperativas municipales parece utópico. Al menos se puede apostar por el número y lo local forma parte en todo caso de nuestro radio de acción. Si hay que actuar y no dejar que nos dominen, que sea a este nivel, donde podemos ver el resultado de nuestros actos al menos y no refugiarnos en la nostalgia de ideologías añosas o querer reconstruir una Francia mítica. Aquí también, la urgencia debería ser decisiva.
Lo local es al menos lo que nos queda cuando se ha perdido todo y entremos en economía de guerra, o el sistema monetario se derrumba como en Argentina. Inútil decir que nadie se interesa por la relocalización, ni siquiera los Verdes realmente, en un momento en que es la única forma de tener una economía un poco más sostenible (incluso si esto no nos evitará las penurias previstas, y tengo que confesar que me cuesta convencerme a mí mismo).
No, esperamos que una solución milagro nos salve de todos los problemas que nos esperan y nos impacientamos porque no llega. No soy adivino, no sé si la debacle será rápida y repentina y si nos permitirá volver a empezar o si sólo será un largo declinar que acumule tensiones, pero no debemos sobreestimar nuestros medios de evitar la agravación de la situación ecológica y social. Más valdría prepararse para lo peor y tomar las medidas en consecuencia para organizar la resistencia local a las crisis sistémicas que están por llegar. No obstante, no haremos nada antes de ser forzados por los hechos, esto se ve tanto en la ecología como en Europa o en la cuestión de la regulación financiera. Nuestra libertad es muy limitada. Vamos a estar jodidos y vamos a tener que hacer frente a esta situación juntos, con la gente de nuestro alrededor, tal y como son…