Published on julio 11th, 2013 | by EcoPolítica
0Sobre la crisis española: ¿salir del euro?
Por Alain Lipietz
Artículo publicado en Alternatives Économiques Francia
Traducido al castellano para EcoPolítica por Miguel A. López
Regreso de una breve estancia «política» en Madrid. Una pequeña visita a la ciudad, por lo menos. Sorpresa: Madrid está mejor mantenida que muchas ciudades francesas (limpieza, incluso en los barrios más populares, calidad del sistema público de transportes, el Jardín Botánico mucho más cuidado que nuestro Jardín de Plantas). El Estado español no se ha hundido por los golpes de la crisis y del régimen impuesto —mal que bien— por la Troika (FMI, Comisión Europea y BCE).
La crisis de la deuda soberana española tiene de particular que no procede del Estado. A principios de 2008, España estaba claramente en la línea de Maastricht-Dublín-Ámsterdam: el club de los del 60% de déficit público. Éste era incluso dos veces más bajo. Lo que ha empujado al Estado español a salvar su sistema financiero, nacionalizando la deuda privada, ha sido el hundimiento del sistema financiero mundial tras la quiebra de Lehman Brothers, punto culminante de la crisis americana de los créditos subprime a la vivienda. Los demás países de Europa han hecho lo mismo, pero éstos estaban, bien al nivel de Maastricht (Francia) o muy por encima (Italia). Y aquí, como en otros lugares, en lugar de salvar a las personas endeudadas (los particulares que debían dinero a los bancos), el Estado español ha preferido salvar a los bancos y dejar a los particulares con sus deudas.
El origen de la crisis española es pues, con más claridad que en otros casos, su modelo de desarrollo y no el laxismo presupuestario de su gobierno (el del socialista Zapatero). Para esquematizar: un modelo de desarrollo liberal-productivista movido por la construcción a crédito.
Primero, construcción residencial: la crisis española es directamente una crisis de las subprime, de las familias con bajos ingresos o precarios que se habían endeudado de forma poco prudente (pero animados por los bancos) para su propia vivienda. Como en los EE.UU., esta “imprudencia” es sobre todo una señal de la precariedad del asalariado español (herencia del período Aznar) y de la debilidad del sector de la vivienda social de alquiler. No es anecdótico: los alemanes, con uno de los salarios más altos de Europa, están entre los europeos menos “ricos” simplemente porque no están obligados a comprar una vivienda para alojarse. No tienen necesidad de hacerse un patrimonio y endeudarse, ellos gastan lo que ganan y ahorran el resto. Y eso se ve.
Después, construcción turística: como tosta-culos de Europa, España se ha dotado de un formidable parque de hoteles y de residencias secundarias para las clases medias españolas y extranjeras: un componente del modelo aún en vigor en Turquía (que haría bien en estudiar la crisis española). Este componente ha sido fuertemente animado por la UE a través de la libre circulación de capitales e incluso mediante exenciones fiscales a los ahorradores alemanes que invertían en inmuebles en las Azores y en las Baleares. El país que ha masacrado de esta forma sus playas y ha agotado su agua dulce, su modelo no podía más agotarse algún día, con crisis financiera o sin ella.
Finalmente, construcción vial y otros “elefantes blancos” y mega-infraestructuras inútiles (aeropuertos sin aviones ni pasajeros, mega-puertos marítimos, puertos deportivos…). Beneficiándose a grifo abierto del maná europeo que subvencionaba o financiaba a interés nulo la mitad de sus inversiones, España se ha cubierto de un plato de espaguetis de autopistas tan flamante como desesperadamente vacío, quedando la otra mitad a cargo del Estado. En este caso, como en el de las viviendas turísticas, la superabundancia de liquidez de la que España se ha beneficiado gracias a Europa (créditos anormalmente baratos, subvenciones FEDER) ha llevado a una sobre-acumulación imprudente en un modelo pasota de “mar, sol y coches”.
No hace falta ocultar los esfuerzos, a veces dubitativos, del gobierno de Zapatero para asegurar la transición hacia un modelo más sostenible: la conversión hacia la energía solar y eólica ha sido ahí más precoz que en otros sitios (comparado con Francia, no es difícil) y el relanzamiento del ferrocarril, a pesar de las críticas de los ecologistas españoles por la prioridad que se ha dado a los enlaces a gran distancia y a la gran velocidad sobre los enlaces locales y regionales. Pero, si hay que imputar una responsabilidad al gobierno de Zapatero en el desastre actual, es sobre todo la falta de vigilancia sobre los incumplimientos de los bancos de una gestión prudente.
Esta imprudencia de la banca española, tan peligrosa por haber heredado del pasado franquista una estructura de “conglomerados financieros” (que reagrupa bancos de depósitos, bancos de negocios y compañías aseguradoras), era conocida desde hacía tiempo. Cuando yo era ponente, en 2001, de la directiva europea sobre vigilancia y las reglas prudenciales de los conglomerados financieros, España estaba en el punto de mira. Pero hay que comprender que este connivencia con la imprudencia era objeto de un consenso nacional por el empleo: todas las regiones, ciudades y autonomías del Estado español animaban a los bancos y cajas a conceder préstamos sin contar el sector de la construcción. De ahí el retraso de Zapatero en darse cuenta del tamaño de la crisis en los años 2008-2009. Para diferir su comienzo no tenía más que continuar dando préstamos.
La salida de la crisis de las deudas “pasadas” no puede en ningún caso resolverse con el cuestionamiento de las prestaciones del Estado de bienestar español. Eso está completamente fuera de lugar. Al contrario, la política de austeridad salarial y presupuestaria impuesta al pueblo español agrava la crisis. De esta forma, se continúa expulsando de sus viviendas a familias insolventes, a un ritmo de 90.000 por año, mientras que hay más de un millón de viviendas vacías (y nuevas).
Como toda las crisis de deudas insolventes, esta crisis llama a una anulación parcial que, para evitar la paradoja ya clásica (crisis chipriota) del «¿Cómo anular la deuda del prestatario insolvente sin arruinar al acreedor imprudente?», debe más bien tomar la forma de un amplio reescalonamiento, a tipos de interés cercanos a cero, con la posibilidad para el prestamista de liquidar, con condiciones, sus haberes congelados (ante el BCE).
Queda por ver que el Estado español, aplastado por sus propias deudas, ahogado por la depresión organizada por la Troika, se encuentre en la imposibilidad de retomar sus inversiones, entre otras en la senda verde. Por eso España tiene otra vez necesidad de créditos, y los más seguros serían los créditos europeos, dirigidos a la reconversión ecológica. Al contrario, repudiar unilateralmente la deuda corriente significaría que el Estado español y todas sus Autonomías renunciarían durante un tiempo a todo nuevo préstamo y que deberían encontrarse pues en medida de presentar de un día para otro un presupuesto equilibrado.
Nadie piensa en ello. «Repudiar la deuda es igual a agravar vertiginosamente las políticas de seguridad», dicen. Sin embargo, economistas progresistas españoles acaban de proponer una salida del euro, medida también temeraria. No se contentan con proponer el repudio unilateral de la deuda «ilegítima», repudio cuyos peligros he señalado, sino salir del euro para recuperar la competitividad exterior de España. «Con la incorporación al euro, nuestro país perdió un instrumento esencial para competir y mantener un equilibrio razonable de los intercambios económicos con el exterior».
Ojo: en la época de Maastricht (hace 21 años) yo me opuse a la moneda única por incompatible con la heterogeneidad de los países llamados a participar: no todos tenían la misma dinámica inflacionista de sus precios expresados en moneda nacional. Era el mismo argumento. Yo estaba en aquella época a favor de una moneda «común» en relación a la cual las monedas nacionales interiores podrían, durante un período de transición, reajustarse periódicamente. Pero aquí se habla, hoy, de abandonar el euro y restablecer la peseta.
Primero, me extraña que la crisis española sea debida a una baja competitividad externa de las mercancías producidas en España. Mi análisis (más arriba) es tal vez esquemático y parcial, pero el del texto en cuestión me parece aún más reductor. Me extraña, seguidamente, que en Grecia, donde el factor «desequilibrio de la balanza de bienes y servicios» es mucho más convincente que en España para explicar la crisis estructural, los economistas del principal partido de la oposición de izquierda, Syriza, se agarren a rechazar la salida del euro como solución milagrosa y nuestros amigos españoles no lo tienen en cuenta.
Pero veamos el fondo de la cuestión, suponiendo que el problema nº 1 de la crisis española sea la competitividad externa. Primero, si es verdad que una mala paridad de la moneda no arregla las cosas, esto no es más que un factor entre otros más profundos. Globalmente, los viejos países industrializados son comercialmente aplastados por las nuevas potencias manufactureras de Asia, que utilizan todas las herramientas de la “competencia falsificada”: paridad de la moneda artificialmente baja, sí, pero sobre todo clases obreras mantenidas en un nivel de vida increíblemente bajo para ser potencias que dominan la informática y la bomba atómica, lanzan satélites artificiales pero les importa un bledo los problemas ecológicos, subvencionan sin vergüenza alguna sus exportaciones, practican en su beneficio todas las astucias del proteccionismo mezquino o explícito, etc. Es el problema político nº 1 de nuestra crisis de comienzos del siglo XXI, que impide una simple salida nacional «rooseveltiana» a la crisis (ver mi libro Green Deal). Expresada en una moneda común como el dólar, la producción de una España fuera del euro quedará también “no competitiva en los mercados exteriores” para todas esas razones.
Europa no puede mantener su competitividad respecto de China más que manteniendo una diferencia de productividad por medio de una enorme inversión en «inteligencia» y especializándose en nichos de mercado irremplazables, o bien llevando al nivel de vida de sus asalariados al nivel chino. O también estableciendo una “muralla China” comercial respecto a China, que no sería aceptado por ningún consumidor europeo. En última instancia, una Europa fuerte podría pegar un puñetazo en la mesa ante los abusos chinos, como tratan de hacer los EE.UU. España no.
¿Qué aportaría entonces la salida del euro? El texto no lo dice pero es evidentemente la segunda estrategia la que se sobreentiende: devaluar la peseta. Es decir, el asalariado de Baleares o de la Costa Brava ganaría menos por su trabajo, en poder de compra de productos chinos o alemanes para atraer mejor a turistas alemanes o chinos y comprar menos sus productos propios. Lo mismo vale para los asalariados españoles de la industria eólica. Esto apunta pues a la estrategia de la «Bajada del poder de compra de los asalariados españoles para igualar las condiciones de competencia con los trabajadores chinos». El texto debería tener la honestidad de decirlo: el efecto a corto plazo sería rigurosamente el mismo, para los trabajadores españoles, que la actual política de austeridad, una bajada drástica del poder adquisitivo.
«Sí, pero no a medio plazo, se diría. Porque la devaluación permitirá el renacimiento de una industria local con puestos de trabajo, etc. Al principio, estos productos locales serán mucho más caros que sus equivalentes chinos o alemanes, pero más adelante». Problema: hay una dimensión «producción en masa» en la bajada de costes. Es la lógica de las agrupaciones comerciales continentales, europeas, sudamericanas, etc., desde la Segunda Guerra Mundial. Si España apunta a reconstruir su mercado local, entonces su industria no será nunca competitiva, lo que la llevará a una espiral autárquica (salir del euro, después de la UE, etc.) mientras que la mayoría en España no niega las bondades de su entrada en la Unión. Lo que se critica, y con razón, son las políticas de la Comisión Barroso (y del Consejo Europeo que las apoya) pero esto es válido cualquiera que sea la escala geopolítica. Se puede criticar la política del gobierno francés o español, como la de la municipalidad de Petaouchnok, sin querer salir de Francia, España o Peaouchnok. (señalo de paso que el gobierno de Cataluña defiende la independencia de Cataluña, pero reclamando la solidaridad financiera de Madrid, y por supuesto permaneciendo en la Unión).
Se puede sobre todo, a cualquier nivel de tipo de cambio, relanzar la actividad local al servicio de la comunidad local, por ejemplo a través de la economía social y solidaria. La reconquista de una competitividad sobre los mercados internacionales es una vía de muy largo alcance y mucho más arriesgada porque depende tanto de los demás como de nosotros.
Pero, venga, supongamos incluso que con un tipo de cambio real más bajo los productos españoles se vuelven “suficientemente” competitivos. ¿Cómo conseguirlo? Para conseguir una «devaluación real» por medio de la salida del euro hay que estar seguro de que los precios interiores españoles (en pesetas), multiplicados por el tipo de cambio, van a bajar efectivamente, expresados en euros. Ahora bien, la penosa experiencia de los primeros años de Mitterrand o de los años 90 en América Latina demuestra que no es tan sencillo. Tras el regreso de la peseta y la devaluación, los precios de los bienes importados se dispararán y todos los agentes comerciales repercutirán estas alzas en pesetas. Los asalariados lucharán por conservar su poder adquisitivo porque se les ha explicado que la devaluación servía para evitar la austeridad. La inflación en pesetas se inflamará y no podrá extinguirse más que por una nueva devaluación. Los tipos de interés arderán también, sean expresados en pesetas (ya que los prestamistas anticiparán la devaluación continua de ésta) o en dólares (ya que el prestamista chino o catarí no tendrá la menor confianza en la estabilidad económica de España) y sobre todo porque, para atajar la espiral inflación-devaluación-fuga de capitales, el gobierno y el banco central españoles no tendrá más recurso que ofrecer un tipo de interés de dos cifras.
En total, los precios españoles expresados en euros se arriesgan a no bajar lo suficiente para ser competitivos. Por eso, ni yo, ni los economistas de Syriza, hostiles a la entrada en el euro al comienzo, somos partidarios hoy de una «salida de combate» (como se decía entonces de una «devaluación de combate»). La Historia «depende del sendero»: no se puede volver a las condiciones que fueron las de elecciones hechas en el pasado. El euro ha acelerado la interdependencia de las economías europeas y no se puede hacer como si no hubiera existido.
Entonces, ¿cómo establecer un precio razonable para los productos españoles sobre el mercado mundial? Sin duda esto será cuestión de pacientes esfuerzos, principalmente dirigidos a la organización del trabajo, la calificación, la investigación. No existe más que una solución legislativa simple: hacer bascular el coste de la protección social sobre una tasa deducible en frontera, como el IVA. Pero la adopción, como en Dinamarca, del «IVA social», herramienta potente, es una escopeta de un solo tiro y va a encarecer el precio de los productos importados (pero haciendo bajar el precio local de la producción local): es el objetivo buscado, pero será honrado decirlo.
Una vez más, yo no creo que se trate del problema nº 1 de España.
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Notas
[1] Integrante del Grupo de Trabajo Internacional de EQUO