Published on noviembre 4th, 2015 | by EcoPolítica
0El ambientalismo y ecologismo latinoamericano. Parte IV
Parte IV. El agroecologismo y el post-desarrollismo
Por Joan Martínez Alier, Héctor Sejenovich y Michiel Baud [1]
Artículo publicado en la obra Gobernanza ambiental en América Latina de Fabio de Castro, Barbara Hogenboom y Michiel Baud (coordinadores) (Buenos Aires: CLACSO, 2015)
Publicado con el consentimiento expreso de Joan Martínez Alier
El orgullo agroecológico andino y mesoamericano (con autores como el chileno Miguel Altieri, el mexicano Víctor Toledo y muchos otros) tiene raíces más antiguas todavía que el conservacionismo pero no se manifestó con fuerza hasta los años 1970 y 1980 –por ejemplo con Paratec en Perú, formado por agrónomos disidentes egresados de la escuela de La Molina donde habían aprendido la simplificación tecnológica y productivista de los cultivos de exportación, azúcar y algodón, que suponía incluso la eliminación de las variedades nativas de algodón de colores. Ellos reaccionaron en contra de esa enseñanza (Grillo et al., 1988). Fueron críticos de la noción uniformizadora de “desarrollo” y a su cargo estuvo la primera edición en español del diccionario editado por Wolfgang Sachs, un clásico del post-desarrollismo (Sachs, 1996). Empezaron a investigar y aplicar las epistemologías agrarias de la sierra expresadas en técnicas agronómicas propias y en la conservación de semillas de muchas variedades y especies a cargo de campesinas y campesinos indígenas.
El ambientalismo latinoamericano (a diferencia del de Estados unidos) se ha nutrido muchísimo de las propias prácticas agrícolas ancestrales y del respeto al conocimiento indígena. Los estudios y la práctica agroecológica contemporánea del influyente agrónomo de Chapingo, Efraín Hernández Xolocotzi (1913-1991), cuya trayectoria (en Estados unidos y en México) desembocó en una nutrida y competente escuela de etno-ecólogos mexicanos (como Víctor Toledo), ahora inspira un movimiento campesino en pleno siglo XXI en México con el refrán “sin maíz no hay país”. Víctor Toledo (La Jornada, 5 de agosto de 2014) sostiene que la evidencia demográfica muestra que la civilización agraria mesoamericana indígena subsiste y persiste por encima de la tendenciosidad anti-indígena de los censos. Eso no implica ni una idealización ni un romanticismo. “son esas poblaciones indígenas las principales oponentes al modelo civilizatorio industrial”. La agricultura indígena es una de las principales fuentes del ecologismo latinoamericano, y eso es un rasgo distintivo que al mismo tiempo pone en cuestión la arrogancia de la tecnología agronómica occidental [2].
Para entender los sistemas agrarios latinoamericanos tradicionales hace falta al menos un “diálogo de saberes” cuando no un rechazo al pensamiento occidental. los pueblos cuya situación y prácticas son investigadas aportan sus propias perspectivas y conocimientos para guiar la investigación, una idea que Robert Chambers de Sussex University desarrolló a partir de Paulo Freire y Orando Fals borda, es decir, una idea latinoamericana. Ese diálogo de saberes es compartido por el pensamiento ecologista también en la doctrina de la “ciencia post-normal” de Funtowicz y Ravetz que admite y hasta requiere una “evaluación extendida de pares” en cuestiones donde hay mucha incertidumbre tecnológica y, al mismo tiempo, urgencia en las decisiones.
Más radicalmente, Héctor Alimonda, impulsor de la ecología política en CLACSO, explica la situación ambiental por “la persistente colonialidad”. Escribe: “a lo largo de cinco siglos, ecosistemas enteros fueron arrasados por la implementación de monocultivos de exportación” (2011: 22). El tema de la colonialidad sirve para interpretar la crisis ambiental en términos de pérdida de conocimientos y culturas indígenas, verdaderos “epistemicidios” que no pueden ser compensados por la ciencia occidental ni por tardíos llamados a un “diálogo de saberes”.
Las pautas de sustentabilidad económico-ambiental de muchas sociedades pre-hispánicas que conocemos por la arqueología o que sobrevivieron con muchos cambios, expresan los intereses vitales y los valores sociales de esas sociedades. Son más útiles para la época que vivimos que la ilusión del desarrollo universal uniformador. Arturo Escobar y Gustavo Esteva han sido pensadores destacados del postdesarrollismo anteriores o paralelos a la discusión del decrecimiento o de la “prosperidad sin crecimiento” en Europa. Escobar y Esteva tiene raíces antiguas en el pensamiento de América (o Abya-Yala) pero conocen asimismo a Ivan Illich, Cornelius Castoriadis, André Gorz, ecologistas políticos de la década del setenta.
En Ecuador, el debate político tras 2007 introdujo palabras como Sumak Kawsay, “buen Vivir”, posiblemente con miles de años de uso oral, reelaboradas en artículos y tesis por intelectuales quechuas como Carlos Eloy Viteri desde el año 2000 (Viteri proviene del pueblo amazónico de Sarayaku, opuesto a la extracción petrolera). Sumak Kawsay se convirtió en objetivo nacional en la Constitución ecuatoriana de 2008 introducido bajo la presidencia de Alberto Acosta en la asamblea constituyente (Hidalgo-Capitán et al., 2014). algo parecido ocurrió en la Constitución de Bolivia de 2009 con la expresión Aymara, Suma Qamaña.
Por encima de las disputas sobre quién tiene el mérito mayor en esas novedades constitucionales, el hecho es que poner como objetivo de país el Sumak Kawsay es muy distinto a decir que el fin principal que se persigue es el crecimiento económico o incluso el desarrollo sostenible. Sumak Kawsay es algo próximo a una economía solidaria y ecológica que ya ha existido y que hay que recuperar. Es un concepto emparentado con el “post-desarrollo”. En el mismo camino de crítica al desarrollo uniformador se encuentran en América los representantes de la Vía Campesina (un movimiento internacional pro campesino cuyo nombre está en castellano y cuyo primer secretario general fue Rafael Alegría, de Honduras). Hay una afinidad grande de los propagandistas agroecologistas latinoamericanos como Camila Montecinos en Chile y Silvia Ribeiro en México con la Vía Campesina y la CLOC (la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones Campesinas).
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Notas
[0] La foto que encabeza este artículo corresponde al mural “Presencia de América Latina” del artista mexicano Jorge González Camarena. El mural se encuentra en la Casa del Arte de la Ciudad Universitaria de Concepción (Chile).
[1] Joan Martínez Alier es uno de los dos padres fundadores de la economía ecológica en España (junto a José Manuel Naredo) y fundador y director de la revista semestral “Ecología Política. Cuadernos de debate internacional”, referencia de la materia en castellano tanto en España como en América Latina.
[2] En el capítulo 3 de este libro, Mina Kleiche-dray et al. analizan el conocimiento y la gestión campesina e indígena de la biodiversidad.