Opinión

Published on noviembre 18th, 2014 | by Javier Zamora García

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Contra la otra casta (I). Podemos, verdad, democracia

Por Javier Zamora García [1] [2] [3]

I

En los inicios de la crisis, cuando comenzó el ciclo de protestas globales que nos han acompañado desde 2008, se escuchaban dos tipos de voces críticas como solución a la catástrofe. Una de ellas pedía más democracia, y entendía que la solución a la crisis pasaba por cuestionar todo entre todos; decidir de manera común una vía que para satisfacer a la mayoría de las personas debía contar con todas sus  voces, no solo para representarlas, sino también para aprovecharse  del potencial que contenían.  Frente a esta vía, otra solución era reclamada por muchos de la mano de la técnica. Esta vía contrapuesta no reclamaba más democracia, sino más bien soluciones eficaces para tiempos realistas.  Aunque la deliberación fuera sana, era importante primar la eficacia como garantía de la solvencia, la estabilidad y el éxito de las recetas.

De manera general, y más que probablemente por una ausencia de democracia en todas las instituciones europeas, la solución técnica se impuso con una continua tendencia a limitar el poder de los gobiernos hasta el punto de derribar algunos  otros. El fracaso de esta solución, 6 años después,  lo resume la palabra austericidio. La receta que ofrece la técnica, equivocada en la solución que ofrece  – también probablemente, por los intereses que en realidad representa – solo ha generado más malestar entre nosotros.  Pero ese malestar producido por la opción tencócrata no solo se produce por sus consecuencias, sino también por sus procedimientos.  El lenguaje que dominaba entonces – a pesar de las resistencias de un lado y otro de la calle – expresaba  ausencia de alternativas; establecía caminos trazados en los que muchos no se sentían contentos ni interpelados.  Lo que muchos han señalado desde entonces es que en la cerrazón del diálogo y la deliberación, en la negación de la dimensión comunitaria de la política, existe una profunda confusión entre política y administración. Una negación del carácter contingente de toda decisión colectiva.

II

Cuando la política se convierte en administración, se anula la democracia. Si para salir de una situación no hace falta escuchar la voz del otro – por su ignorancia, por su equivocación, por el rechazo a que no piense como nosotros -, la política se convierte en administrar una Verdad que se posee. Esta verdad  administrada no solo es incapaz de integrar la inteligencia de los otros, sino que también niega sus voces, y por tanto, encierra en sus entrañas  un potencial totalitario. Cuando la política se impone sin razones ni deliberación,  por acertada que sea, nos anula y nos niega como personas.   Cuando el líder de cualquier organización toma una decisión sin preguntarnos, no solo nos sentimos ofendidos porque pueda estar equivocado, sino porque se ha otorgado un poder que no le corresponde: el poder de dirigir nuestras vidas, sea en  aspectos más o menos significativos de ellas.

La sensación de que nuestras vidas están siendo dirigidas por otros es algo compartido por el espíritu de las protestas sociales que han recorrido el mundo en estos últimos años.  No somos mercancía en manos de políticos y banqueros.  Por eso, hoy en día, podemos decir que este poder de decisión sobre nuestras vidas como personas y como pueblos, la soberanía popular, la capacidad de agencia colectiva,  es el nuevo fantasma que recorre Europa. Como fantasma vive más como recuerdo que como realidad, pero se resiste a desaparecer.  Como fantasma, una vez fue querido y aún es deseado por muchos, pero sus manifestaciones – que son a la vez presencia y ausencia – solo producen miedo.  Esta presencia-ausencia de la soberanía toma la forma de burocracias omnipresentes y espectrales al mismo tiempo, pero también la de varios monstruos políticos  que hacen de las fronteras y la xenofobia un grito de terror violento ante la impotencia para autogobernarse.

Frente a la extrema derecha y a la tecnocracia – dos formas de anulación de la democracia – en el seno de los movimientos sociales ha nacido una respuesta diferente. Para cambiar el rumbo es necesario pensar entre todos, caminar entre todos, decidirlo todo.   Pero para eso, la sociedad que vio a sus representantes  gobernarla sin su consentimiento tuvo primero que abolir la representación para poder repensarla

III

Años más tarde,  tras un largo proceso de reflexión, renovación y transformación, la representación política es propuesta de nuevo. Sin embargo, y aunque muchas formaciones han reivindicado su hermandad con el espíritu del 15-M,  existe una que atrae especialmente la atención: Podemos. Esta atención, en lo que ahora respecta,  no solo se debe a sus méritos comunicativos, sino también a que sus discursos han vuelto a recuperar una palabra que para muchos de nosotros tenía en política connotaciones indeseables: la eficacia.

La palabra eficacia tiene en política una larga tradición. Pertenece a una discusión que es profunda y antigua entre política como administración y política como diálogo/conflicto. Sin embargo, en el último siglo, la tensión se ha ido resolviendo en favor de una de las partes. La aparición de sociedades complejas  ha sido interpretada por algunos como una dificultad insalvable para que las personas de a pie – los ciudadanos –  puedan participar en los asuntos públicos. Existe menos tiempo, los trabajos son más absorbentes y los problemas más confusos y complejos.  Es por eso que ciertas escuelas de pensamiento han defendido, en la línea de Joseph Schumpeter, que la democracia debe restringirse a una competencia entre élites; es decir, que no está en juego la participación de las masas en las decisiones públicas, sino tan solo la decisión sobre cuál es el mejor equipo de gobierno, compuesto por aquellas personas –los líderes – capaces de articular e interpretar la realidad.

Al entrar en dinámicas competitivas similares a las del mercado o las de la guerra, los equipos de gobierno deben presentarse ante el público como el gobierno de los mejores.  Al situarse como los mejores, los líderes – que no son ni portavoces ni representantes, sino líderes – poseen una determinada visión de los problemas sociales que defienden como la mejor. Son capaces de articular la realidad en un lenguaje lúcido, claro y sencillo, y aportar soluciones. La política, en este sentido, no se trata tanto de decidir, sino de interpretar, descubrir e implementar. La confusión entre política y administración es en realidad la intrusión de la verdad en el reino de la política. La confusión entre lo posible – lo verosímil, lo plausible  – y lo verdadero, tome el nombre que tome.

Cuando la verdad penetra en la política, la solución a los problemas sociales se convierte en un asunto técnico o científico.  En consecuencia, la solución a los problemas no se busca en un espacio de deliberación, sino en los laboratorios de aquellos que compiten por la verdad.  Los think-tanks son tanques de pensamiento porque en ellos se encuentra la verdad de forma  impermeable, pero también porque son máquinas de guerra.  Y las políticas de la verdad ejercen su actividad en una esfera pública que ya no es un espacio de construcción común, sino una arena política.  La política, así entendida, no es más que la continuación de la guerra por otros medios.  Estos medios, que una vez pertenecieron a la guerra (propaganda), son ahora utilizados como herramienta que determina una nueva victoria; una victoria que tal vez es menos sangrienta, pero impone la misma regla sobre el enemigo: su silencio.

IV

El mayor de los engaños – y quizá de sus fortunas – de esta guerra es sentir que los ciudadanos forman parte de ella.  Muy al contrario,  los ciudadanos son enclaves a conquistar,  objetivos de una guerra de posiciones, espacios sobre los que ejercer hegemonía.  Su parecer no importa, y por eso no se les pide que voten, sino que se les sondea.  La encuesta se diferencia de la votación en que quien la organiza se reserva el derecho de obedecer su resultado. La encuesta es a la política lo que la exploración es a la guerra: formas de conocer un elemento determinante pero insuficiente para ofrecer un camino por sí solo,  actividad que más bien  será reservada al juicio del comandante.

Cuando la política se ha convertido en guerra, los peligros aparecen demasiado pronto.  Por un lado, el enemigo sustituye al amigo, y la confianza no solo desaparece entre aquellos que compiten por el poder en un juego en el que solo se puede ganar o morir, sino también entre los que una vez fueron considerados  aliados. La figura del traidor es tan solo la consecuencia de inaugurar un espacio para la violencia donde el otro solo suma en tanto que contribuye a un esfuerzo común definido pre-políticamente y nunca en diálogo con los otros.  Al definir la política con la gramática de la guerra, la aparición de las figuras del traidor, el disidente o el reformista  son tan solo cuestión de tiempo.

Sin embargo, el segundo problema – el que más nos afecta a todos-  consiste en que en la política entendida como guerra solo nos beneficia en tanto que la visión del líder conecta con aquella de la población. Los líderes – aunque sean líderes colectivos a través de Equipos técnicos o gabinetes de partido – , como señala Marina Garces,  no pueden representar el conjunto de la vida colectiva, “porque solo pueden ser  uno de los momentos y funciones de esta articulación viva”.   Por esta riqueza de formas de vida,  en una sociedad democrática  – y más si esa sociedad es multicultural y globalizada – , la diferencia entre un mesías y un tirano es difusa.  Si sus herramientas de sondeo le fallan, el líder puede volverse impermeable e incapaz de traducir a una población de la que en algún momento  separará algo insalvable (la edad, la clase social, las ideas…). El líder puede equivocarse al interpretar la realidad, e imponer una receta contraria y opresora de la voluntad de las personas.  Por último, el líder puede desarrollar intereses propios y convertirse en casta o en burocracia, vaciando de poder ciudadano la institución y convirtiéndola en algo que es incapaz de  ser permeado por una sociedad que es rica y cambiante.

Vivimos un momento histórico complicado donde la democracia se ha vaciado de contenido tanto en su realización como en su actividad, y como todo vacío, produce miedo.  Este miedo es tanto más grave cuanto evidencia que somos incapaces de decidir sobre nuestras vidas y destinos en un momento en el que ambos nos desgarran.  Es indudable que resulta necesario devolver a los pueblos la capacidad de gobernarse a sí mismos, y comenzar a cambiar el signo de una vida pública que cada vez es menos pública y menos vida. Sin embargo, debemos conocer los riesgos de  tecnificar la política y entregar el gobierno a los mejores. Por estas dos razones, es necesario ser capaces de sumarse al cambio con un sentido crítico que no deje de ser proactivo y constructivo.

Notas

[1] El autor es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas. Actualmente cursa un Máster en Pensamiento Social y Político en la Universidad de Sussex. Participa desde hace años en diversos movimientos sociales. Es miembro del Club de Lectura “Petra Kelly” y co-coordinador del Área de Cultura Ecológica de EcoPolítica.
[2] El autor quiere dar las gracias a todos los integrantes del Taller Política y Espectáculo. Lo aquí dicho es en gran medida el fruto de sus  lecturas colectivas y las  discusiones que en él se produjeron.
[3] Después de reflexionar sobre el contenido, y sobre todo, la recepción del artículo “Contra la otra casta. De Podemos, Bankia y el ejercicio de la ética” me he dado cuenta de que era necesario otro texto.  Un texto que no aclarara a posteriori lo allí dicho, sino que explicara de dónde proviene. Creo que este texto encaja bien como primera parte de aquel artículo, que ahora he renombrado “Contra la otra casta (II). De Podemos, Bankia y el ejercicio de la ética”.  Pienso que se entiende mejor si se considera lo allí escrito como una consecuencia o una reflexión sobre lo que ahora presento, que pasaría a ser el anterior no desde el punto de vista de la cronología, sino de la lógica del discurso. Así, al menos, lo ha sido siempre en mi cabeza.

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About the Author

Coordinador del Área de Cultura Ecológica de Ecopolítica junto a Fidel Insúa



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