Política y Sociedad

Published on enero 24th, 2016 | by EcoPolítica

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Tiernos y subversivos: la construcción extraparlamentaria

Por Nicolás Paz [1]

El gobierno representativo ha sido elegido. El Parlamento es un teatro de soliloquios. Allí nadie escucha, nadie se pone en el lugar del otro, nadie representa a nadie más que a sí mismo. Su legitimidad acaba al día siguiente del voto porque ya el candidato o la candidata no son los mismos y el elector tampoco. El voto es un acto concreto, temporal e inmanente. Su validez más allá del momento resulta del todo cuestionable. Y quizás, por eso, no es extraño escuchar ya las voces de quienes reclaman nuevas elecciones como quien indica que ese resultado ya no vale. Y no les falta razón porque cualquiera que conozca la naturaleza del voto, sabe que éste varía una vez conocemos el primer resultado y el elector reposiciona sus ideas, pensamientos e intereses en función de la visualización del resultado y las posibilidades de obrar un cambio en el mismo. El votante vota pensando en qué votaran los otros en una suerte de juego psicomágico de gran interés para antropólogos, psicólogos y sociólogos pero que nada aporta a la construcción de la libertad y la autonomía humanas. El elector vota para frenar, vota para aupar, vota para equilibrar, vota como quien juega a una ruleta de colores y números predefinidos. Rojo o negro, par o impar, el votante es un ludópata de la estadística del cambio o la permanencia. Lo sacrifica todo a la suerte o la providencia.

El Parlamento es un circo claman los que defienden su sillón con uñas y dientes. El Parlamento, sus señorías, siempre ha sido un circo, un espectáculo, un lugar de escenificación forzosa de una democracia de pasillo y salón privado. Nada se debate en el hemiciclo de los diputados y las diputadas. Allí sólo se representa -quizás de ahí lo de gobierno representativo- una función. Se declama, se grita, se portan camisetas reivindicativas o corbatas de estabilidad y poder, flores o bebés, bicicletas o grandes coches oficiales tintados de impoluto negro, frases grandilocuentes o ingeniosas, discursos aburridos o de gran emoción pero nadie escucha más que a sí mismo y a los suyos. Levanta el dedo el diputado para indicar cómo votar, cómo pensar. ¿Para qué el teatro, entonces? Para divertir y divertirnos, para creer en algo cuando ya no creemos en nada. Es una pantomima más de las muchas que hemos comprado. Se inventó para frenar el poder de los reyes y en algunos países nos quedamos con los viejos y los nuevos reinados. ¿No querías sopa? Pues toma dos cucharadas.

No lo critico porque el teatro es más necesario que nunca pero defiendo en tanto que teatro que se utilice en toda su grandeza, con todas sus técnicas escénicas, sus luces, decorados, vestuario y literatura. Es una liturgia, hagamos de ella un gran espectáculo. Busquemos mejores dramataurgos, mejores directores de escena, mejores actores, iluminadores, maquilladores, mejores músicos y bailarines. Y abramos sus puertas al público para que disfrute de la representación, aplauda o vitoree. Ya hemos pagado con creces nuestra entrada.

Ahora bien, acabado el circo, es hora del trabajo post-parlamentario, post-espectáculo y bambalinas. En estos tiempos ha habido un trasvase de activos sociales y ecologistas desde las organizaciones sociales y el activismo a las instituciones representativas. Hemos pasado de rodear el congreso a entrar entre sus leones, de las verjas de las centrales nucleares a los escaños y las comisiones. Y, ¿ahora qué? El Parlamento y los ayuntamientos han sido ocupados en la medida en que el votante y la ley lo han permitido y con ello quizás se ha vaciado algo que necesita nuevos activos, nuevas organizaciones, nuevas personas capaces de organizar ese otro mundo posible aquí y ahora, tras los telones.

No podemos esperar a que el espectáculo cambie la realidad. Es la realidad la que está dando nuevos espectáculos. Pero si vaciamos la realidad del contenido de otro mundo imaginado no habrá más espectáculo. Se acabarán las nuevas funciones y regresaremos a los circos de siempre con sus víctimas y sus torturas de fieras o gladiadores.

Quizás es el momento de dejar de mirar a ese lugar franqueado por leones, de grandes escalinatas y columnas de piedra y regresar a la imaginación de crear nuevas organizaciones políticas con capacidad de acción subversiva y creativa frente a la injusticia y la falta de libertad. En el Parlamento hay trescientas cincuenta personas organizando no sé qué. Fuera hay gente capaz de crear sus propias organizaciones, gestionar sus propios intereses, valores, principios y emociones, de tomar sus propias decisiones, cuidar del Planeta y de los suyos, defender su autonomía y libertad y hacerlo con ternura y subversión. Es la hora de liberar al individuo de la hegemonía del espectáculo del parlamentarismo y regresar a donde siempre hemos estado, a la vida y la agitación social, cultural, política. Hay política fuera del hemiciclo, los plenos y las comisiones. Y sobre todo, hay personas, vida y construcción creativa posible. No ha acabado nada, continúa.

¿Qué hacer? La necesidad de reunir

En un mundo centrado en los fines y los objetivos debemos reclamar los procesos, los caminos, los medios y las relaciones. Necesitamos cuidar de nosotros mismos, de los demás y del Planeta entero y eso implica construir formas organizativas tiernas, amables, acogedoras. Necesitamos lugares de encuentro, de escucha, de diálogo. Lugares en los que se produzca de forma primigenia, experimental e inacabada la sociedad y los modelos de deliberación y tomas de decisión que queremos para el futuro. No hay que esperar ni sacrificar nada. Debemos ser capaces de formar las realidades que imaginamos y desarrollarlas aquí y ahora en nuestras comunidades. No es tarea fácil, nunca lo ha sido pero no podemos reproducir relaciones utilitaristas y mercantilistas con el fin de construir una sociedad que supere ese mismo paradigma de utilidad, funcionalidad y mercantilismo de las personas y la vida toda. El modelo económico y el poder no son hechos, son relaciones y en tanto que relaciones deben ser combatidas. Somos nosotros mismos los que debemos ser capaces de reinventar nuestros modos de relación social, cultural y política. Es en la experimentación de nuevos modelos relacionales y organizativos donde reside la clave para una transformación ineludible. No es algo nuevo y son centenares de miles las organizaciones que llevan décadas en esta tarea de polinización social e inteligencia colectiva. En un momento dado, algunos de sus integrantes sintieron que era el momento de dar un salto a la política de foco y sillón y con el ímpetu y la ilusión de quien desea ensayar sus modelos en un ámbito que hasta entonces le era ajeno, se presentaron ante las cámaras como nuevos jugadores del parlamentarismo estatal o el municipalismo local. Este salto se produce y se reproduce cada cierto tiempo en tanto que percepción de que es en esos lugares y en esos tiempos donde se toman las decisiones trascendentales y donde la posibilidad de hacer más por la justicia y la libertad humana parece posible. Los elegidos sienten la llamada y los seguidores apoyan con la esperanza de una última oportunidad posible.

No digo siquiera que no haya que participar de esta ilusión y esperanzas renovadas y jugar al juego de los votos y las elecciones. En las decisiones allí tomadas también se juega nuestro presente y nuestro futuro. Afirmo simplemente que ése lugar es sólo otro espacio más que ocupar en el ámbito de la sociedad, que no debe centrar toda nuestra energía, todos nuestros recursos y todo nuestro escaso tiempo robado al productivismo. Hay que estar en todas partes y no hay lugar más importante que otro en el mundo de la vida humana más que aquel elegido por nosotros mismos. El problema de una sociedad absorta por los focos es que parece que todo aquello que no tiene relevancia en el plano de lo mediático pierde su importancia. Si aceptamos esto caemos en la trampa de los modelos de relaciones de un sistema deshumanizado y deshumanizador que instrumentaliza todo en su favor en una especie de nueva teleología sin fin ni sentido. Y caemos en la lucha opresora de la visibilización continua y de la vida como eslogan. Nuestra vida no es un marca, nuestras relaciones no son una sinergia competitiva, nuestra acción en el mundo nos pertenece a nosotros mismos y ganar y perder es su modelo, no el nuestro.

Reunir, entablar complejas relaciones llenas de contradicciones y paradojas entre personas y organizaciones sin dejarse arrastrar por las lógicas de otros, ésa es la tarea. Para ello, necesitamos imaginar e inventar foros igualmente complejos y contradictorios que permitan reunir en la diversidad sin simplificación ni reducción. Y necesitamos nuevos modelos de aprendizaje, romper con las identidades cerradas, desinstitucionalizarnos personal y colectivamente en todos y cada uno de los ámbitos que configuran nuestra vida y empezar de nuevo a cada instante. El sistema es el mapa, nosotros somos el territorio. Quizás es el momento de correr sin mapa, quizás siempre lo ha sido. Podemos comenzar por quedar y vernos. Luego, ya vemos qué hacemos. Nadie puede hablar por nosotros mismos.

De la relación a la acción relacional subversiva

Si el encuentro es la relación tierna de los encontrados y en ella se da acción misma de acogida y ternura, no es menos cierto que de dicha relación debe surgir también acción relacional subversiva. Debemos encontrar formas de encuentro y formas de acción que sean subversivas y pacíficas a partes iguales. Debemos cambiar el modelo de encuentro y con ello cambiar el modelo de acción política, social y cultural. La acción debe aspirar a ser propositiva incluso cuando se realice en un espacio de resistencia y contestación a la injusticia y la falta de libertad.  Porque nosotros somos los responsables de la construcción de un mundo imaginado por nosotros mismos y esto implica soñar juntos, proponer, hacer, experimentar y aprender en el camino del entendimiento compartido. Porque la importancia de la acción subversiva reside precisamente también en ser una acción relacional. Debemos ser capaces de estrechar lazos de fraternidad en la acción conjunta compartida creando nuevas relaciones de personas y organizaciones que hacen desde la sensibilidad distinta pero cuyo espacio compartido de relación es su nueva realidad social, política y cultural. Juntarse entre distintos para hacer mundos distintos, de eso va esta historia de la construcción extraparlamentaria, de unir a los diferentes en un camino hecho en común. Fundemos hoy el mundo que estamos todavía imaginando y encontremos modos de hacer sociedad, de organizar cultura y de actuar en la polis fuera de los márgenes totalitarios del Estado. Si nuestra acción enfrenta al Leviatán con sus propias limitaciones y contradicciones bienvenido sea. Estaremos dentro y fuera, abriendo caminos para otros mundos y otras instituciones posibles. Lo importante es que en el camino encontraremos personas afines a nosotros mismos con las que construir proyectos de vida al tiempo que destruimos las barreras autoimpuestas que imposibilitan el encuentro auténtico y el diálogo sincero entre personas libres y autónomas.

En definitiva, la pregunta no es sólo ¿quién decidirá en que sociedad vamos a vivir? sino también ¿quién la construirá? Nadie puede hacerlo por nosotros mismos. Y allí, entre sillones y señorías, sólo hay un puñado de hombres y mujeres con sus virtudes y sus vicios. Tras las puertas del parlamentarismo hay política, mucha más de la que imaginan en sus comisiones y plenos y si no pregunten quién les ha llevado hasta allí, quiénes construyeron las reivindicaciones, quienes arrancaron de los gobiernos los derechos y las libertades y se las devolvieron a sus legítimos dueños. No son esos hombres y mujeres de hemiciclo y espectáculo, fueron los que les sostenían desde la periferia del poder, desde las puertas del imperio de la democracia encerrada de fastos y tapices.

No es la primera vez que en el Parlamento hay organizaciones políticas con hombres y mujeres de buenas intenciones, ni siquiera la primera vez que habrá diputados verdes preocupados por el Planeta y nuestra supervivencia pero nadie puede sacrificar el presente y el futuro a unos elegidos. Para aquellos que se han entusiasmado con los resultados presentes o en la esperanza de resultados futuros, dense la vuelta y miren quiénes quedan ahora a su lado tras el espectáculo, con quiénes pueden comenzar a construir de nuevo. Esos son los imprescindibles. Y ahí es donde reside la política, la de verdad, la que se hace con todo el cuerpo.

Notas

[1] Nicolás Paz, filósofo, humanista, politólogo, escritor y mediador en conflictos. Experto en ética aplicada, modelos de toma de decisiones, resolución pacífica de conflictos y técnicas de resistencia espiritual no violenta. Activista ecologista por la paz.

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