Published on mayo 27th, 2023 | by EcoPolítica
0Barbara Trachte y el modelo del dónut en Bruselas: “La economía globalizada hace vulnerables a las empresas”
Entrevista de Benjamin Joyeux a Barbara Trachte
Artículo publicado en inglés en el Green European Journal
Traducido por Guerrilla Translation y publicado en El Salto fruto de la colaboración entre el Green European Journal, El Salto, Guerrilla Translation y EcoPolítica
La Secretaria de Estado de la región de Bruselas Capital y responsable del área de Transición Económica e Investigación Científica explica la manera en que aplica la economía del dónut en la capital europea.
El llamado modelo del dónut o de la rosquilla de Kate Raworth es una teoría económica diseñada para determinar la sostenibilidad de una economía de forma fácil e inteligible. Este modelo se representa visualmente en forma de rosquilla y combina los conceptos de los límites planetarios y unas normas sociales mínimas con el fin de evaluar el rendimiento económico. Algunas de las principales ciudades europeas como Ámsterdam, Ginebra y Bruselas han adoptado el modelo de la rosquilla para proyectar sus transiciones ecológicas. Barbara Trachte, secretaria de Estado de la región de Bruselas Capital y responsable del área de Transición Económica e Investigación Científica, explica la manera en que Bruselas aplica este modelo para dar un nuevo rumbo a la economía de la región.
¿Qué le llevó a adoptar el modelo de economía de la rosquilla en la región de Bruselas-Capital?
Al principio de mi mandato, en julio de 2019, decidimos cambiar el nombre del Ministerio de Economía de la región de Bruselas Capital por el de Ministerio de Transición Económica para que quedara bien claro que nos movíamos en una dirección diferente. La idea era vincular el desarrollo económico a nuestros objetivos sociales y medioambientales e intentar transformar la economía de Bruselas para que fuera responsable desde el punto de vista social y medioambiental. Antes los objetivos climáticos y sociales siempre habían sido considerados como externalidades económicas, no se han convertido en un asunto clave hasta hace bien poco
La cuestión económica no ha sido necesariamente una prioridad para el ecologismo hasta ahora. Sin embargo, la economía es un factor de gran importancia en el cambio climático. En el año 2019, con muchos años de experiencia de gobierno a nuestras espaldas, decidimos que era esencial invertir también en esta área. Para ello, necesitábamos en primer lugar una herramienta teórica. Las políticas de desarrollo regional contaban con algunos programas muy completos para apoyar a las empresas en la transición, pero no había ninguna visión global ni una verdadera reflexión sobre los impactos medioambientales. Por lo tanto, necesitábamos unos indicadores, una brújula que guiase nuestros organismos gubernamentales. Al principio quisimos llevar a cabo una investigación participativa junto con los organismos gubernamentales y la ciudadanía a fin de encontrar nuevos indicadores e internalizar lo que antes se consideraban externalidades. Acababa de publicarse el libro Economía rosquilla y nos pareció muy interesante porque era muy fácil de entender. Era la primera vez que teníamos una visión completa de las repercusiones sociales y medioambientales de la economía y de cómo tenerlas en consideración en su totalidad. El mayor mérito del modelo de crecimiento que sigue imperando en la economía es que es una curva que todo el mundo puede entender.
El libro nos ayudó a explicar nuestro plan a las autoridades públicas para que entendieran de verdad lo que queríamos hacer.
El proyecto BrusselsDonut empezó a desarrollarse en el año 2020. ¿Cómo ha evolucionado el proceso desde entonces, especialmente en el contexto de la pandemia? ¿Qué ha logrado en concreto?
La primera fase se centró en la financiación de la investigación para después buscar la manera de reducir la rosquilla a una escala regional. Esta etapa finalizó en 2020, en medio de la pandemia, y la experiencia adquirida nos sirvió para elaborar una visión general de las repercusiones sociales y medioambientales de la economía de la región, así como para elaborar unas guías sobre la puesta en práctica de esta teoría en estrategias concretas.
Por último, dispusimos una metodología clara para que cada empresa evaluase su impacto social y medioambiental, tanto en su entorno local como fuera de él, así como una didáctica para explicar esta teoría al conjunto de ciudadanos-consumidores de Bruselas. El equipo central estaba formado por una docena de personas encargadas de investigar esta metodología y redactar el informe. Se reunieron con nuestras instituciones públicas, tres empresas y un grupo de ciudadanos. Nos habría gustado contactar con mucha más gente desde el principio, pero la pandemia nos lo puso difícil.
La idea de utilizar una rosquilla como marco de referencia puede parecer algo rebuscada para quienes desconozcan la teoría. Teniendo en cuenta que la economía se considera un asunto «serio», ¿cómo fue la recepción inicial de su idea de la rosquilla?
La verdad es que fue mucho mejor acogida de lo que esperaba. De todas maneras, la idea de la transición económica ya estaba de moda unos meses después de nuestro acuerdo de coalición. Por ejemplo, en el año 2019 la Comisión Europea acababa de presentar su Pacto Verde, antes de la pandemia. Poco después la crisis del COVID-19 puso de manifiesto la fragilidad de las cadenas de suministro de nuestro mundo globalizado. Ya sabíamos desde hacía tiempo que este sistema no era bueno ni para el clima ni para la sociedad, pero la pandemia reveló que ni siquiera estaba en condiciones de suministrarnos productos básicos como mascarillas. Todo el mundo se dio cuenta de que esta economía globalizada hacía que nuestras empresas fueran muy vulnerables. Y la crisis energética actual, así como la serie de veranos tórridos que se han sucedido, nos han vuelto a dar la razón. Era un caldo de cultivo.
El modelo de la rosquilla identifica un círculo exterior de límites planetarios que no se pueden traspasar y un círculo interior de derechos sociales que hay que respetar. ¿Qué reveló sobre las condiciones sociales y medioambientales de Bruselas?
Como era de esperar, Bruselas supera una gran cantidad de límites medioambientales. Por lo general, en el Norte global sobrepasamos muchos límites planetarios por la parte exterior de la rosquilla, pero nos va mejor por la parte interior ya que reconocemos muchos derechos sociales a la ciudadanía. En el Sur es al revés. Así, en Bruselas nos dimos cuenta de que la región gastaba un presupuesto de carbono siete veces superior al que le corresponde. Sin embargo, la mayor sorpresa nos la llevamos en la base o fundamento social, donde vimos que el color rojo había penetrado bastante hacia el interior de nuestra rosquilla. Este dato se debe en parte a que los ciudadanos a los que consultamos fijaron unos objetivos muy altos para los servicios públicos.
¿La pandemia provocó también un replanteamiento del modelo económico de Bruselas? ¿Hubo algo que le sorprendiera o desafiara sus creencias?
Todo lo contrario. La pandemia confirmó varias de nuestras corazonadas. En marzo de 2020 necesitábamos producir mascarillas porque no había más y las primeras empresas que se movilizaron pertenecían a la economía social y solidaria. Todo lo que llevábamos años diciendo sobre la resiliencia, la economía local, las cadenas de suministro que no dependen de mano de obra china en situación de explotación, etc. ¡Todo eso funciona! En esta situación pandémica sin precedentes, las empresas que siempre hemos defendido fueron las primeras en responder. Aunque quizás para algunas personas esta etapa fuera una revelación, en realidad para nosotras supuso una confirmación. El modelo de economía social ha liderado la transición económica y ha demostrado su resistencia ante una crisis porque satisface las necesidades locales con empleos que no pueden deslocalizarse.
Bruselas también es una ciudad internacional que acoge a personas, organizaciones y empresas con vínculos por todo el mundo. ¿Contempla BrusselsDonut el impacto que tiene Bruselas en otras partes del mundo?
Sí. La gran ventaja de la economía de la rosquilla es que lo incluye todo desde el punto de vista del impacto en un área local y también fuera de ella. Si nos limitamos a considerar el impacto medioambiental en Bruselas y nos centramos únicamente en la ciudad, lograremos reducir nuestro impacto directo. Sin embargo, más del 80 % de nuestras emisiones en Bruselas son indirectas y están relacionadas con las importaciones para el consumo (alimentos, transporte, etc.). La economía de la rosquilla tiene todo esto en cuenta. Esta teoría proporciona las herramientas que permitirán a estas empresas cambiar su modelo de negocio, su forma de trabajar y los productos y servicios que ofrecen. Y esto nos permitirá reorientar nuestra política económica hacia las empresas que se han sumado a la transición o quieren hacerlo.
¿Cuál es su perspectiva de un futuro próspero y sostenible para la región de Bruselas? ¿Cómo cambiará la región y qué impulsará este cambio?
Hemos actualizado nuestras herramientas de apoyo a las empresas, tales como la ayuda en el desarrollo de modelos de negocio, las evaluaciones de impacto, la búsqueda de nuevos clientes, etc. Además, ahora contamos con un Fondo de Transición Económica que incluye una estrategia bien definida y unos criterios concretos y dinámicos. Es decir, ya no se trata simplemente de decir “sí, te financiamos” o “no, no te financiamos”, sino más bien un “ahora mismo estás en este punto y si avanzas por este camino, te daremos más financiación”.
Estamos hablando también de recuperar la industria de la ciudad porque la economía bruselense es principalmente una economía de servicios. Queremos aumentar la producción en la ciudad para ganar en resiliencia y diversificación. Queremos que en Bruselas haya más trabajadores autónomos, más mujeres empresarias y más empresas que sirvan de ejemplo social y medioambiental. Vamos bien encaminados, con muchos ejemplos de empresas bruselenses que ya están en ello o en proceso de transición.
Ahora bien, Bruselas nunca será una ciudad autosuficiente. Sigue siendo una economía de servicios (con un 93 % de los empleos) y lo seguirá siendo, algo lógico teniendo en cuenta que es la capital de Bélgica y de Europa y que cuenta con un sinfín de conexiones e instituciones públicas y privadas. La autosuficiencia alimentaria también es muy baja y nos gustaría que hubiera más agricultura, pero hay muy poco espacio.
También tenemos una moneda comunitaria llamada Zinne. Colaboramos en la expansión de esta iniciativa voluntaria mediante el aumento del número de comercios que la aceptan, el desarrollo del Zinne electrónico, la colaboración con los ayuntamientos y el impulso del comercio en el ámbito de la red. El Zinne es una herramienta de apoyo a la economía regional porque, a diferencia del euro, se usa a nivel local.
La región de Bruselas ha tenido dificultades para aplicar su plan de movilidad sostenible en algunas zonas debido a las objeciones de algunos residentes que se muestran contrariados por su impacto en los conductores. ¿Cómo puede la región ganarse el apoyo y la comprensión de sus habitantes a la hora de llevar a cabo esta transición? ¿Qué podría y debería hacer de forma diferente?
Las políticas de movilidad suelen ser objeto de resistencia cuando se aplican. No obstante, la oposición desaparece bastante rápido una vez que la transición finaliza y la población nota el cambio de verdad. Hubo lugares de Bruselas donde la resistencia era más fuerte y al final desapareció bastante rápido. En el centro tampoco existe ya ninguna resistencia y las cosas van relativamente bien, aunque haya habido cambios importantes.
Hay que tener en cuenta las necesidades de los comerciantes. Es necesario que exista un respaldo paralelo a la implementación de estos proyectos o, de lo contrario, la oposición permanecerá. Bruselas ha estrenado muchos carriles bici, por ejemplo, y estos permiten a los comerciantes que sus mercancías se repartan en cuestión de minutos en vez de tener que esperar a que una furgoneta circule por el tráfico y aparque en doble fila para descargar las entregas. Las vías alternativas de movilidad han contribuido a suavizar la oposición que suscitaban en un principio.
¿Significa eso que la mejor solución para usted es implicar al mayor número de personas posible? Se suele tachar a los ecologistas de dar muchos sermones…
En mi opinión, no podemos pretender introducir cambios en movilidad, por ejemplo, y que todo el mundo esté de acuerdo desde el principio. Cambiar de comportamiento siempre da miedo de entrada, da igual de qué barrio se trate. También hay comercios que no pueden abastecerse de la noche a la mañana con una bicicleta de reparto. Es fundamental que el cambio cuente con el apoyo adecuado para que pueda perdurar en el tiempo. Todas las ciudades que han peatonalizado su centro, como Burdeos, se enfrentaron a una gran oposición, pero hoy en día sus beneficios caen de cajón, incluso para los comerciantes.
Los ecologistas conocen muy bien los límites planetarios gracias al trabajo de la comunidad científica y a los mecanismos internacionales como las reuniones de la COP. ¿Acaso el modelo de la rosquilla es una forma de conseguir que su compromiso con la justicia social sea también fundamental en sus propuestas?
El modelo de la rosquilla permite visualizar con claridad la relación entre el impacto social y el medioambiental, por lo que constituye una herramienta de comunicación muy potente. Para los ecologistas es vital hablar más de economía. Somos muy buenos en energía, en biodiversidad, en movilidad, etc. Es preciso reconocer las competencias que tenemos en materia de economía.
No hay tiempo que perder. Si queremos lograr nuestros objetivos climáticos para 2030 y 2050, debemos trabajar conjuntamente con las empresas y motivarlas para que realicen la transición. Yo animo a que asuman las cuestiones económicas como propias. Somos más convincentes de lo que la gente cree.
Lo que está ocurriendo con el Pacto Verde, con la fiscalidad europea, con el mundo de las finanzas y los bancos y con la propia mano de obra está generando un entorno favorable. Las empresas de Bruselas me dicen muy a menudo que quieren contratar a jóvenes talentos recién salidos de la universidad y que quienes se gradúan cada vez demandan más información sobre el impacto social y medioambiental de las empresas.
Nos encontramos en un punto en el que podemos acelerar las cosas. Muchos negocios están convencidos de que tienen que actuar o, de lo contrario, se exponen a sufrir las consecuencias de la crisis.
¿Qué consejo le daría a una ciudad o región que esté planteándose probar la economía de la rosquilla?
Lo cierto es que la participación trae consigo unas sorpresas muy agradables. No deberíamos tener miedo de incluir a las empresas. Trabajo a diario con empresas social o medioambientalmente responsables, pero también con grandes supermercados. Cada vez se muestran más dispuestos a participar y trabajar con nosotros, reconociendo nuestra legitimidad y experiencia. Por lo tanto, deberíamos adoptar la economía de la rosquilla implicando al mayor número de personas posible, incluso a las partes interesadas que parecen más alejadas de nosotros.