Published on febrero 16th, 2015 | by EcoPolítica
0Canto del arpista
Texto traducido y publicado en LARA PEINADO, Federico. El Egipto faraónico. Madrid: Istmo, 1991. p. 64-65. Publicado con el consentimiento expreso del traductor y de la editorial Akal.
Introducción realizada por Luis Esteban Rubio [1]
I. Introducción
El Canto del arpista, compuesto en Egipto hace unos 4.000 años, es, junto a la Epopeya de Gilgamesh (especialmente la conversación que mantienen Siduri y Gilgamesh en el Libro X de la versión paleobabilónica) [2], uno de los primeros textos hedonistas de la historia de la humanidad. El poema estaba grabado en su día en la tumba de un rey Antef de la XI dinastía (hubo varios reyes con ese nombre en dicha dinastía). La XI dinastía llega al trono de Egipto durante el convulso Primer Periodo Intermedio (el cual comienza hacia el 2180 a.C.) y es la encargada de conducir a Egipto hacia un nuevo periodo de estabilidad, el Reino Medio (que comienza hacia el 2050 a.C.).
La crisis del Primer Periodo Intermedio pudo posibilitar la aparición de nuevas ideas y perspectivas ante la vida y la muerte que se alejaban de la visión normativa del Reino Antiguo, donde se creía en la existencia de una vida después de la muerte, ejemplificada en los Textos de las Pirámides. Las nuevas ideas que aparecieron defendían una actitud hedonista ante la vida y una posición escéptica respecto a la vida después de la muerte. Estas nuevas ideas eran cantadas al son del arpa en banquetes cotidianos y funerarios. Parece que tuvieron una cierta repercusión e influencia en la sociedad egipcia durante el Primer Periodo Intermedio ya que, de otra manera, no se explicaría que uno de los cantos o poemas que expresaban dichas ideas, se llegara a grabar en la tumba de un faraón.
No obstante, se ha de precisar que el Canto del arpista no niega la existencia de una vida después de la muerte, incluso parece que tiene el deseo de que la haya. Tan sólo se mantiene escéptico sobre esta posibilidad y anima por ello a disfrutar de la vida aquí y ahora. Con la llegada del Reino Medio se volvería a generalizar la creencia en la vida después de la muerte, como se pone de manifiesto en la amplia difusión de los Textos de los Sarcófagos durante esta nueva época de estabilidad [3].
Más adelante, en el mundo griego, el hedonismo sería defendido por Epicuro (341 – 270 a.C.). Sin embargo, Epicuro defiende un hedonismo más asceta en contraposición al hedonismo más “suntuoso” del Canto del arpista. Mientras este último anima a vestirse “con lino fino” o a ungirse “con aceites propios de un dios”, Epicuro, en su Carta a Meneceo, señala que:
“Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres de los disolutos o a los que se dan en el goce, como creen algunos que desconocen o no están de acuerdo o mal interpretan nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes ni disfrutar de muchachos ni de mujeres ni de peces ni de las demás cosas que ofrece una mesa lujosa engendran una vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo y disipe las falsas opiniones de las que nace la más grande turbación que se adueña del alma”.
Es decir, mientras el Canto del arpista anima a lo que hoy se podría acercar a un “hedonismo consumista”, Epicuro defiende un hedonismo consciente donde la prudencia guíe la búsqueda del placer, alejándose así de un hedonismo ciego, ilimitado e irresponsable. Aunque el hedonismo epicúreo sea la visión más cercana a los principios ecologistas, el Canto del arpista posee un valor de reliquia histórica que lo hacen digno de conocimiento, estudio y difusión.
En la actualidad, Jorge Riechmann ha escrito un destacado artículo, Hacia un ecologismo epicúreo, donde establece los pilares filosóficos para el fomento de una idea ecologista de vida buena basada en el «hedonismo ascético, el cultivo de la amistad y la aventura interior». Este artículo es fundamental para, a partir de él, lograr articular, teórica y discursivamente, un equilibrio dinámico entre la búsqueda de la felicidad y la existencia de una ética pública universal manifestada a través de una Declaración Universal de Derechos y Deberes Humanos; deberes que no serían sólo para con el resto de miembros de nuestra especie, sino también para con la naturaleza.
Por el potencial vital, teórico y discursivo del hedonismo, y para concluir con una opinión personal, considero que el discurso ecologista debería alejarse en cierto grado de la visión apocalíptica y catastrofista del futuro cercano para acercarse a un discurso que fomentase un hedonismo prudente donde se busque el placer y se alcance la felicidad respetando al resto de seres humanos en armonía con la naturaleza.
II. Canto del arpista
Canción que está en la tumba del Rey Antef, el justificado, colocada delante del arpista.
Este buen príncipe es un hombre feliz,
un dichoso destino ha terminado ahora.
Una generación pasa,
otras permanecen,
desde el tiempo de los ancestros.
Los dioses que antes existieron descansan en sus pirámides,
nobles bendecidos también son enterrados en sus tumbas.
[Sin embargo], aquéllos que construyeron tumbas
y de quienes sus lugares han desaparecido,
¿qué ha sido de ellos?
He oído las palabras de Imhotep y de Horjedef,
cuyas sentencias son recitadas por todas partes,
¿qué hay de sus lugares?
Sus muros se han desmoronado,
sus lugares han desaparecido,
como si nunca hubieran existido.
Nadie viene de allí
para hablarnos acerca de su estado,
para hablarnos acerca de sus necesidades,
para calmar nuestro corazones,
hasta que vayamos adonde ellos han ido.
Por tanto, alegra tu corazón.
El olvido te beneficiará,
sigue a tu corazón mientras vivas.
Pon mirra en tu cabeza,
vístete con lino fino,
úngete con aceites propios de un dios.
Aumenta tus alegrías,
que tu corazón no se entristezca.
Sigue tu corazón y tu felicidad.
Haz tus cosas en la tierra como manda tu corazón
hasta que llegue a ti ese día de llanto.
El de Corazón Enfadoso no oye sus lamentos.
Los lloriqueos no salvan a nadie de la tumba.
Pensad:
Pasa un día feliz,
no te aburras de ello.
Mira, a nadie se le permite llevarse sus bienes consigo.
Mira, nadie que parte regresa de nuevo.
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Notas
[1] Luis Esteban Rubio trabaja en la línea de economía social y solidaria de Ecooo, desde la cual co-coordina la Escuela de Activismo Económico y colabora con el equipo técnico del Mercado Social de Madrid. Es doctorando en filosofía del Derecho por la UC3M y antiguo coordinador general de EcoPolítica (2014-2018).
[2] Las primeras versiones de la epopeya se remontan a la Tercera Dinastía de Ur (la cual se desarrolla entre aproximadamente el 2.100 y el 2.000 a.C.). Sin embargo, y como señala Jesús Mosterín: «durante la era paleobabilónica (primera mitad del milenio -II) los poemas sumerios sobre Gilgamesh, traducidos al acadio, fueron reelaborados e integrados entre sí, añadiéndoseles otros elementos, como el mito sumerio acerca del diluvio e incluso episodios expresamente creados de nuevo. Durante la época Kassita (segunda mitad del milenio -II) el poema épico de Gilgamesh quedó ya escrito, unificado y fijado por algún escriba genial, quizás Sinliqi-unninni» (Mosterín, 2006, 128). Dicho lo anterior, a continuación se recoge lo que, en dicha epopeya y según la traducción del propio Federico Lara Peinado (2005, 148-149), dice Siduri a Gilgamesh:
«Gilgamesh, ¿por qué vagas de un lado para otro?
La Vida que persigues no la encontrarás jamás.
Cuando los dioses crearon la humanidad,
asignaron la muerte para la humanidad,
pero ellos guardaron entre sus manos la Vida.
En cuanto a ti, Gilgamesh, llena tu vientre,
vive alegre día y noche,
haz fiesta cada día,
danza y canta día y noche,
que tus vestidos sean inmaculados,
lávate la cabeza, báñate,
atiende al niño que te tome de la mano,
deleita a tu mujer, abrazada contra ti.
Ésa es la única perspectiva de la humanidad».
[3] En relación con los Textos de las Pirámides y los Textos de los Sarcófagos el prestigioso historiador Josep Padró (1996, 192) señala que: “[l]os Textos de los Sarcófagos es el nombre dado modernamente a los textos religiosos inscritos sobre numerosos sarcófagos del Imperio Medio, y derivan directamente de los Textos de las Pirámides del Imperio Antiguo cuyo objetivo era asegurar la vida de ultratumba del rey. Estos textos fueron copiados, adaptados y ampliados a partir del Primer Período Intermedio por la aristocracia egipcia, para asegurar su propia vida de ultratumba. Su uso fue generalizado durante el Imperio Medio, de manera que todo aquel que se podía pagar un sarcófago de madera se apropiaba de estos textos en beneficio propio. Los Textos de los Sarcófagos, a su vez, dieron origen al Libro de los Muertos, nueva adaptación y ampliaciones de los anteriores: copiado sobre papiro, el Libro de los Muertos hizo su aparición en el Imperio Nuevo y alcanzó el final de la historia de la religión egipcia. Existe, pues, un fondo religioso común desde los Textos de las Pirámides hasta el Libro de los Muertos; pero también una diferencia fundamental, puesto que los primeros estaban reservados sólo a los faraones, mientras que los Textos de los Sarcófagos y el Libro de los Muertos iban destinados ya a todos los hombres”.
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Bibliografía
EPICURO. Filosofía para la felicidad. García Gual, Carlos (trad.). Madrid: Errata Naturae, 2013.
LARA PEINADO, Federico. El Egipto faraónico. Madrid: Istmo, 1991.
— (ed.). Poema de Gilgamesh. 4ª ed. Madrid: Tecnos, 2005.
LÓPEZ MELERO, Raquel. Breve historia del mundo Antiguo. 2ª ed. Madrid: Ramón Aceres, 2011.
MOSTERÍN, Jesús. El pensamiento arcaico. Madrid: Alianza, 2006.
PADRÓ, Josep. Historia del Egipto faraónico. Madrid: Alianza, 1996.
ROMÁN, María Teresa. Sabidurías Orientales de la Antigüedad. 2ª ed. Madrid: Alianza, 2008.
YOYOTTE, Jean. “El pensamiento prefilosófico en Egipto”. En: PARAIN, Brice (dir.). Historia de la Filosofía. Vol I. El pensamiento prefilosófico y oriental. 3ª ed. Madrid: Siglo XXI, 1973.