Published on noviembre 9th, 2014 | by Javier Zamora García
0Contra la otra casta (II). De Podemos, Bankia y el ejercicio de la ética
Por Javier Zamora García [1]
I
Noviembre ha comenzado con una nueva noticia que no solo tiene un gran impacto para España, sino que genera gran revuelo en las redes sociales y la prensa: Podemos es primera fuerza en intención directa de voto. De nuevo, la joven formación nos demuestra que se toman muy a pecho su intención de marcar y liderar la agenda pública. Ellos actúan, y el resto reacciona. Y tanto a un lado como al otro surgen críticas hacia ellos. Algunas, las menos interesantes, se esgrimen desde distintos argumentarios con la sola intención de deslegitimar un cambio que no conviene a quienes desean conservar el poder. Otras, las más constructivas, hacia el modelo organizativo y las formas democráticas de un partido como Podemos, que busca ser el símbolo de una regeneración democrática del país, donde – según su lectura – una vieja casta deje el paso a una nueva ciudadanía activa, ética, responsable y capaz de llevar a nuestro país por el camino que (nos) merece(mos).
Meses atrás, durante la comparecencia de Rodrigo Rato en el marco de una Comisión de Investigación, un miembro de esa antigua casta respondía a las preguntas que un representante de la nueva ciudadanía ética y responsable (David Fernández, diputado de las CUP) le lanzaba sobre sus posibles responsabilidades en la estafa de las preferentes y el drama de los desahucios. En una moderna reinterpretación del David contra Goliat, David, representante de esta joven y nueva ciudadanía activa y ética, trataba de hacer responsable a Rodrigo Rato de los actos del gran Goliat que es Bankia, una organización grande y compleja que por lo demás ha sido conducida e integrada por hombres de distinta talla moral.
Durante un monólogo a voz y media, el diputado de las CUP sometía a Rodrigo Rato a un interrogatorio que, en un lenguaje sencillo y comprensible, retrataba a Rodrigo Rato como un criminal. En curioso contraste con las palabras de David, el lenguaje técnico y complejo de Rodrigo Rato tan solo era capaz de formular evasivas de forma más bien poco eficiente. Las preguntas del diputado recibían respuestas que: o bien afirmaban ya haber respondido a las preguntas, bien no asumían responsabilidad alguna, o bien se amparaban en el cumplimiento de la ley, o bien en que llegaba demasiado tarde como para cambiar el curso de los hechos.
Más allá del eficaz retrato del dirigente de Bankia, lo que aquella peculiar escena nos revelaba son dos cosas. La primera, en profunda similitud con lo que Hannah Arendt describía al analizar el proceso de Eichmann, es que resulta complejo exigir responsabilidades colectivas a organizaciones complejas, aun cuando se trata de situaciones tan dramáticas como la de los desahucios o la de las preferentes. La segunda y más importante, que determinadas personas en el ejercicio de sus facultades son incapaces de asumir aunque sea una porción limitada de responsabilidad cuando se les confronta con las consecuencias de sus propias acciones. Por decirlo con Kant, el cumplimiento de órdenes, directivas o simplemente costumbres y modos de hacer (uso privado de la razón) impide o bloquea la capacidad de juicio (uso público de la razón) sobre las consecuencias de nuestros actos. En otras palabras más simples, cuánto agradeceríamos que más personas comprendieran que, si actúan de forma ética, la legalidad no siempre acompaña a la justicia. Y lo que puede resultar en algunos momentos necesario no tiene por qué ser lo correcto.
II
¿Y qué tiene que ver esto con Podemos?
La imagen de David frente a Rato resume un mundo en el que estamos acostumbrados a ver la ética y la acción (particularmente la política) como absolutamente disociadas. En uno de los lados, existe gente que actúa sin ética; en el otro, gente con ética que no actúa. A un lado del río, una realidad apocalíptica – postapocalíptica, en algunos casos – en la que reinan la hipocresía, los juegos de poder y los intereses egoístas. Al otro, los paisajes utópicos – irrealizables – en los que los ideales de Justicia, Bien, Armonía y Felicidad se pasean espectrales e impolutos por un páramo vacío aunque dulce a los ojos. Esta idea, no tan alejada del mito cristiano del Paraíso y la vida después de la muerte, también se ha acabado colando en los imaginarios y las conductas de algunos de los que desde distintas identidades (marxismo, ecología, pacifismo u otras utopías) defendemos un mundo mejor. Sin embargo, volver a integrar la ética y la política no es un movimiento unidireccional, no solo significa que la política se vuelva ética, sino que la ética se vuelvapolítica.
La trayectoria de Podemos ha demostrado ya en diversas ocasiones que la acción – sobre todo la que es visible – en muchas ocasiones mancha las manos, pudiendo llegar a atraparles en su propio discurso contra la casta. La elección precipitada de un Equipo técnico, en la que era necesario presentar un equipo nutrido en un lapso de tiempo demasiado breve; las circunstancias dudosas que rodean al sistema de votación de su forma de organización o las numerosas críticas que se están vertiendo hacia el sistema de elección del Consejo Ciudadano, así como otra serie de hechos o discursos evidencian que existen una tensión importante dentro de Podemos entre aquellos que desean un cambio cueste lo que cueste, y aquellos que desean hacerlo bien, para quienes la forma es fondo y los medios tan importantes como los fines. Sin embargo, lo que la trayectoria de Podemos está poniendo en evidencia es que la posición de los segundos a) no resulta tan efectiva, b) puede ser tan lenta que no llegue nunca, y sobre todo, c) pasa desapercibida para la mayor parte de la gente.
En este sentido, muchas de las críticas que se realizan a Podemos evidencian una actitud maniquea que es incapaz de concebir la realidad más allá de modelos ideales de justicia y ética; pero sobre todo, muchas de estas críticas corren dos graves peligros paralelos: el primero, perdernos en un enfrentamiento entre facciones en un momento clave, donde realmente existe una ventana de oportunidad para un cambio profundo. El segundo, encerrarnos en torres de marfil que por muy bellas, inclusivas y verdes que puedan ser, son incapaces de confrontarse con una realidad compleja que, como dice el presidente Mujica, no puede ser confundida de forma ciega y permanente con nuestros deseos. Estas islas de coherencia, donde el medio es siempre el fin pero el fin no llega nunca, tal vez necesiten de algo de autocrítica si realmente desean corregir las desviaciones de Podemos y lograr que el cambio sea tan profundo como desean.
Aristóteles decía que a diferencia de otros saberes, la ética es un saber práctico que se ejercita por medio de la acción dirigida hacia el bien. Eso significa que es necesario juzgar lo que hacemos, buscar el bien; pero también significa que es necesario hacer, y por tanto, orientarse hacia nuevas posiciones que nos permitan ejercer una influencia real sobre el cambio que estamos viviendo, aunque la labor consista en poner límites, señalar errores o abrir nuevos horizontes. Si el modelo de partido de Podemos se desarrolla por el camino que apuntan sus mayores defectos, entonces corremos el riesgo de que el espíritu que inauguró el 15M (una ciudadanía ética, activa, responsable y capaz de autogobernarse) se desactive frente a liderazgos carismáticos que por ser humanos, son falibles, y que por ser ejercidos por unos pocos, puede que en algún momento dejen de ser democráticos. Por muy sensible que un equipo técnico sea a la realidad del momento, la experiencia nos dice que la institución siempre acaba desconectándose de la calle. Por eso, para poder generar un cambio real en el aquí y en el ahora, quizá sea necesario buscar las sinergias desde la actividad, obligando a los que gruñen a asumir riesgos y a afrontar miedos. En otras palabras, concentrando nuestros esfuerzos en ser capaces de actuar en el momento oportuno (kairós), aunque eso conlleve esfuerzos tanto prácticos como éticos.
III
Esto no significa que todo vale, ni que la ética muere en la acción, ni que la política puede ser brillante pero siempre tendrá un lado oscuro. Precisamente todo lo contrario. Esto significa que la ética es un camino ancho que puede y debe tener líneas rojas. Y tanto la amplitud de ese camino, como el ritmo con el que se avanza, como los bordes del camino pueden y deben ser elaborados por todos, aunque en función del momento se ocupen posiciones diferentes. La democracia es un quehacer colectivo que se construye paso a paso, y que si quiere carecer de excesos de autoridades – sean Ejecutivas, Legislativas o Judiciales –, debe mantenerse activa en todos sus frentes.
Que todos seamos suma – y la suma a veces es conflicto, cesión o empuje, a pesar de lo que algunos medios de comunicación quieren hacer creer desde ópticas que recuerdan a la Unidad sacralizada por el Franquismo – es importante para lo que pueda llegar a pasar en estos dos próximos años.
Primero, porque si la sociedad española despertó para la política, entonces es importante que aprendamos en la práctica que la ética no es ni una ley que se aplica – ciega a la realidad como Rato – ni una palabra sobre mármol – inflexible como las críticas que nunca surten efecto – sino que su contenido es una negociación entre lo que queremos nosotros, lo que quieren otros y lo que sucede, en la que podemos aprender más democracia que en ningún otro escenario.
Segundo, porque para activarnos como ciudadanos y sociedad es necesario aprender que en la ética, tanto como en la política, es posible acertar pero también errar. Y aceptarnos como falibles es una parte esencial para desarrollarnos no solo como personas libres para caminar hacia mejores sociedades – y en ocasiones, atrapadas en esa libertad – sinocapaces de caminar de forma autónoma, y por tanto, responsables tanto de nuestros éxitos como de nuestros errores.
Tercero, porque es hora de dejar de dividir el mundo entre torres de marfil llenas de buenas ideas y sociedades oscuras donde reinan la corrupción y los Lannister. Si Podemos dice que es la hora de la gente, ninguno de nosotros podemos rechazar esa llamada. Solo la presencia de todos evitará que la esperanza de unos pocos se convierta en un nuevo sueño frustrado, o peor, en otro nuevo Príncipe que gobierne desde arriba.
Resulta complicado discutir los peligros del cóctel tóxico que componen el mantra del “ser eficaces”, la democracia de las audiencias y el modelo de la política como guerra. Es posible que estas líneas puedan sacarnos de los problemas presentes pero sean incapaces de inaugurar la nueva política que muchos estamos buscando, y que exige transformaciones más radicales. Sin embargo, de igual manera, la ceguera de muchos impide ver que el río suena con más agua que nunca, y Podemos está consiguiendo cosas que para muchos de nosotros hace años eran imposibles. Entre esas dos líneas aparentemente contradictorias, es responsabilidad nuestra alcanzar un equilibrio.
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[0] La imagen que ilustra este artículo en la página principal del blog es La escuela de Atenas del célebre pintor Rafael Sanzio. Su utilización no tiene ningún propósito comercial.
[1] El autor es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas. Actualmente cursa un Máster en Pensamiento Social y Político en la Universidad de Sussex. Participa desde hace años en diversos movimientos sociales. Es miembro del Club de Lectura “Petra Kelly” y co-coordinador del Área de Cultura Ecológica de EcoPolítica.