Published on julio 11th, 2023 | by EcoPolítica
0En busca de una economía europea con los pies en la tierra
Entrevista de Jamie Kendrick a Paolo Gentiloni y Philippe Lamberts
Artículo publicado en inglés en el Green European Journal
Traducido por Guerrilla Translation y publicado en El Salto fruto de la colaboración entre el Green European Journal, El Salto, Guerrilla Translation y EcoPolítica
Paolo Gentiloni, comisario europeo de Asuntos Económicos, y Philippe Lamberts, copresidente del grupo de Los Verdes/Alianza Libre Europea en el Parlamento Europeo, plantean si es posible luchar contra la desigualdad y proteger el planeta más allá del crecimiento.
Con el Pacto Verde Europeo la Unión Europea formaliza su compromiso con el crecimiento verde, pero, mediante sus tratados, la UE obliga a los gobiernos nacionales a garantizar que su PIB se mantiene en línea con su deuda pública. ¿Está la Unión Europea enganchada al crecimiento? Paolo Gentiloni, comisario europeo de Asuntos Económicos, y Philippe Lamberts, copresidente del grupo de Los Verdes/Alianza Libre Europea en el Parlamento Europeo, responden si creen que es posible luchar contra la desigualdad y protejer el planeta más allá del crecimiento.
Jamie Kendrick: ¿Debería la Unión Europea aceptar que el crecimiento económico ha terminado?
Paolo Gentiloni: Honestamente, espero que no. En esta pregunta se solapan dos conversaciones que están relacionadas pero que son diferentes. Por un lado, tenemos la conversación sobre el “poscrecimiento” en el sentido de un crecimiento sostenible y de calidad que vaya más allá del PIB. Es una reflexión en torno a cómo podemos ampliar la manera en la que determinamos el crecimiento, alejándola de los parámetros tradicionales para incluir otras medidas cualitativas como los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Este crecimiento sostenible es exactamente lo que necesitamos. Y luego está la conversación paralela sobre si necesitamos crecimiento.
Para simplificar: sí, el crecimiento es necesario, sin duda. Si dejamos atrás el crecimiento nos esperan la recesión, el estancamiento y la austeridad. Las discusiones en materia de política fiscal, innovación y transformación verde también están ligadas al crecimiento. Estoy de acuerdo con el mensaje de que no podemos guiarnos únicamente por la definición tradicional del crecimiento basada en el PIB, pero decir que la era del crecimiento ha llegado a su fin sería muy peligroso. En un entorno de bajo crecimiento —por no hablar de uno de crecimiento cero— hacer frente a las desigualdades y a la transición verde se convierte en algo muy, muy difícil.
De acuerdo, pero presionar a favor de más crecimiento es hacerlo también contra las costuras de los límites medioambientales y contra los límites de la gente. ¿No existe una contradicción entre la prosperidad y el crecimiento?
Philippe Lamberts: La pregunta es si puede existir aquello que llamamos crecimiento sostenible. El crecimiento es el tamaño de una economía en términos monetarios, así que el crecimiento implica una economía cada vez mayor. La única forma de asumir esto es desvinculando por completo el tamaño de la economía del impacto material y climático que esta ejerce sobre el planeta. Hasta la fecha, la ciencia no ha sido capaz de hacer esto posible.
Al fin y al cabo, el motor de la economía es la energía, así que hacer crecer nuestras economías va a implicar siempre la necesidad de consumir cada vez más y más energía. En la segunda mitad de 2022 la Unión Europea redujo su consumo energético en un 20% sin reducir el tamaño de su economía en un 20%. Esto es un logro, es un desacople relativo de energía y crecimiento. Pero si queremos desvincular totalmente la economía de la energía y de los materiales y reducir nuestras emisiones… No estoy seguro de que esto sea posible. Llegará un momento en el que toparás con un límite; dudo mucho que sea viable lograr un crecimiento infinito.
Si aceptamos que en un planeta finito el crecimiento económico tiene límites, la cuestión distributiva cobra mucha más importancia. Cuando el pastel crece todas las personas pueden obtener un trozo de él. La realidad es que la ciudadanía de a pie no recibe tanto como los consejeros delegados de las grandes empresas o la gente de Davos, pero todo el mundo recibe algo. Esta es la difícil encrucijada política en las que nos encontramos hoy en día.
P.G.: Nuestro cometido es encontrar una respuesta positiva a esta situación y mostrar que un crecimiento sostenible es posible. De lo contrario nos veremos en una situación muy difícil. Nuestras políticas deben estar orientadas a hacer todo lo posible para reducir nuestro impacto: ahorro energético, protección de la biodiversidad, diseño de productos, derecho a la reparación, etc. Pero, aun así, necesitamos crecer.
Si echamos la vista atrás vemos que lo que ha permitido hacer frente a la desigualdad ha sido el crecimiento. Quién sabe lo que nos deparará el futuro, pero el bajo crecimiento en la Unión Europea en los últimos 10-15 años no ha hecho más que empeorar la desigualdad.
P.L.: Esto fue una decisión política. Las personas en el extremo inferior en el espectro de la distribución de los ingresos han sido las que han cargado con el peso del impacto de la crisis financiera global y la crisis de la eurozona. No tendría por qué haber sido así. El accionariado de los bancos y los tenedores de bonos deberían haber asumido las pérdidas… Pero nuestra preocupación se centraba en/el crecimiento y la economía y, al final, se enriquecieron como nunca.
P.G.: No niego que esta teoría sea cierta, en absoluto. Pero fíjate en la historia de la desigualdad. Por ejemplo, Thomas Picketty explica en Una breve historia de la igualdad que la tendencia a la desigualdad se redujo sustancialmente en periodos de alto crecimiento. ¿Podría, en teoría, funcionar de otra manera? Es posible. Pero la naturaleza humana es la que es y es mucho más fácil trabajar por un crecimiento sostenible que intentar alcanzar una mayor prosperidad e igualdad en medio de una economía en declive.
La Unión Europea se ha comprometido con el crecimiento verde para resolver el problema del clima. Estados Unidos y China están haciendo lo mismo. ¿No debería la transición verde europea trabajar por un nuevo modelo social, en lugar de enfrascarse en una nueva carrera por la competitividad, con toda la presión que esto ejerce sobre las personas y el planeta?
P.G.: Entiendo el riesgo. Decimos: “¡Bien, vayamos a por una industria verde de emisiones cero!”. Pero luego corremos a competir en un contexto basado en el mismo modelo, los mismos sistemas, explotando los mismos viejos mecanismos. Pero si queremos ver las cosas desde una perspectiva optimista, también he observado que estamos viviendo un cambio cultural y de comportamiento.
El confinamiento a raíz de la pandemia ha transformado la relación que tenemos con nuestros empleos y la manera en la que trabajamos. Mucha gente está planteando alternativas a la manera en la que nos relacionamos con el trabajo o cómo nos movemos por nuestras ciudades. La conversación europea sobre la jornada de trabajo ha vuelto a la mesa de debate.
Si empujamos en la dirección correcta y mantenemos nuestra competitividad a la par que la sostenibilidad, la economía circular y la distribución, entonces podemos progresar. No es tarea fácil en un contexto de alta inflación. El mensaje distributivo es importante porque ahora mismo nos enfrentamos a una pérdida en el poder adquisitivo de muchas personas mientras algunos sectores obtienen grandes beneficios. Esta era la lógica detrás de la contribución solidaria que la UE estableció sobre los beneficios extraordinarios de las compañías energéticas.
P.L.: No hablaría de la competitividad como si fuera algo malo. Se suele reducir la competitividad a una cuestión salarial, pero esto es, de hecho, competitividad de costes. Europa no puede ser un continente low cost. No queremos ser un continente de bajo coste, sino un continente de alto valor.
Si apuntamos al espacio del alto valor, la transición verde puede ser una jugada competitiva para Europa. Es la única manera de garantizar unos altos niveles de vida. Debemos intentar producir productos del mayor valor posible mediante procesos poco intensivos en recursos y en costes energéticos y que nos permitan mantener unos salarios altos y unas buenas condiciones laborales.
Estamos viendo mercados laborales muy tensionados en muchos países europeos y el poder de negociación debería favorecer a las personas trabajadoras en detrimento del capital. Estas personas están compitiendo para retener el talento. Si creáramos unas condiciones básicas en el mercado laboral que fueran capaces de garantizar una distribución más justa del valor añadido ya habríamos solucionado parte del problema y no necesitaríamos tantas políticas distributivas para llegar al mismo punto.
La idea de que los gobiernos necesitan mantener un nivel bajo de deuda pública para mantener un nivel alto de crecimiento ha dominado durante mucho tiempo. Ahora los gobiernos se están endeudando para hacer frente a las crisis, invertir en la transición verde, reducir las desigualdades y reconstruir sus ejércitos. ¿Qué impacto tienen todos estos compromisos públicos en la gobernanza macroeconómica de la UE?
P.G.: Los niveles de deuda de los países europeos se han visto incrementados de manera sustancial en los últimos años. Los tratados de la UE sitúan en el 60% la ratio de deuda pública en relación con el PIB que los gobiernos de la UE no debían sobrepasar. Este umbral no es una propuesta de un premio nobel, sino que era, sencillamente, la deuda media de los doce países que firmaron el Tratado de Maastricht. Hoy en día la deuda media de esos mismos doce países es del 83%.
Este aumento continuado de la deuda no es algo bueno. Algunos países tienen unos niveles de deuda excesivos que podrían resultar un problema para su estabilidad. Sin embargo, en el pasado hemos interpretado las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de forma que se incidió sobre todo en la estabilidad y muy poco en el crecimiento. Fue un error entonces y sería un error enorme ahora para la transición verde y la competitividad. Estos retos requieren ante todo inversiones privadas, por supuesto, pero los gobiernos también tienen su papel. Nadie niega esto, ni Estados Unidos, ni China, ni Europa.
La mentalidad de Bruselas está cambiando. ¿Basta con un cambio de mentalidad, sin que haya dinero en la ecuación? En 2020 Europa tomó la gran decisión de crear un programa sin precedentes para financiar la recuperación tras la pandemia con 800 000 millones de dólares. Si nos tomamos en serio la transición verde es necesario que lleguemos a otro un compromiso común. La transición verde va a requerir un esfuerzo enorme y habrá un periodo de tiempo en el que nos enfrentaremos con muchos costes sin tener unos ingresos con los que financiarlos. Esto es aplicable tanto a la industria automovilística como a la renovación de edificios. No podemos hacer frente a estos retos simplemente aflojando normas en materia de ayudas estatales y atrayendo a la inversión privada porque, de lo contrario, nos arriesgamos a provocar una divergencia excesiva entre países de la UE.
Así que sí, nos enfrentamos a un nivel mayor de deudas y debemos evitar cometer los mismos errores que en la crisis financiera, cuando recortamos la inversión pública durante sucesivos años.
P.L.: La deuda pública debe sopesarse en función de las posiciones del capital neto de los gobiernos. Si la deuda corresponde a unas estructuras energéticas mejores, un nivel educativo mayor de la población, la capacidad de crear bienes y servicios útiles y la resiliencia frente a los desastres ambientales —en fin, todo lo crucial—, no pasa nada. Pero si financias gastos ordinarios con deuda, entonces tienes un problema.
No debemos olvidar nunca que hay dos maneras de financiar el gasto público: con deuda o mediante impuestos. Aumentar los impuestos y hacerlos más progresivos es una opción democrática que está en nuestra mano. Y, en lo que respecta a las reglas fiscales de la Unión Europea, es necesario mantener un enfoque inteligente con respecto a la sostenibilidad de las finanzas públicas. Es nuestra obligación para con los contribuyentes hacer un uso del dinero lo más eficiente y efectivo que sea posible. Necesitamos arbitraje, presión y escrutinio democrático. De lo contrario, nos arriesgamos tenérnoslas con obras faraónicas pero inútiles como los cerca de doce aeropuertos regionales que se construyeron en España durante el boom del ladrillo.
El grupo de Los Verdes/Alianza Libre Europea en el Parlamento Europeo ha estudiado el impacto de la cronología de las medidas climáticas en la sostenibilidad de la hacienda pública. La conclusión es que cuanto antes se invierta, mejor será la sostenibilidad de la deuda pública. Si vas a gastarte cien mil millones de euros de dinero público en cuestiones climáticas, mejor hazlo ahora y evita tener que hacer frente a una factura todavía mayor más adelante.
La economía funciona de forma cíclica y ahora mismo debemos ponernos al día en cuanto a inversión pública y privada. Cuando aceleras la inversión cabe esperar un mayor nivel de deuda. Pero las inversiones como una red hidráulica de calidad o en redes ferroviarias son bienes duraderos que se amortizarán a lo largo de nuestras vidas y las de nuestros hijos.
Una de las propuestas de los economistas del poscrecimiento es poner un amplio abanico de indicadores de bienestar en el centro de nuestras decisiones económicas. Ya que estamos reformando las reglas fiscales de la UE, ¿podríamos detenernos a hablar de, por ejemplo, la contaminación del aire o la calidad de la vivienda pública tanto como lo hacemos de medidas reduccionistas como la deuda y el PIB?
P.G.: Hay varios avances en este sentido, pero también está la tozuda realidad de que el dinero es dinero, la relación de la deuda frente el PIB es la relación de la deuda frente el PIB y todo lo demás es una carta a los reyes.
Durante los últimos 12 años, la UE ha publicado la Encuesta Anual de Crecimiento como parte de su supervisión económica. Desde 2020 este documento ha sido rebautizado como la Encuesta Anual de Crecimiento Sostenible con tal de incluir más detalladamente la dimensión social y laboral y, más recientemente, los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Estoy totalmente de acuerdo con que nuestro análisis de la sostenibilidad de la deuda debe tener en cuenta las cuestiones medioambientales. Los bancos centrales y las empresas también lo están haciendo. Este cambio de mentalidad es difícil, es un proceso. En este contexto, las contribuciones del Parlamento Europeo a nuestras propuestas pueden ser muy importantes, ya que, en cierta medida, esta necesidad se percibe con mayor claridad en él que entre los Estados miembros.
P.L.: Es casi un debate teológico porque algunas personas consideran los umbrales del 3% de déficit y el 60% de deuda como algo sagrado. Muchos modelos económicos están basados en suposiciones que ignoran totalmente las realidades de este mundo, empezando por la energía.
La energía concentrada en los combustibles fósiles ha tardado millones de años en acumularse. Son milagros geológicos que crearon la ilusión de una energía barata y abundante. Producir energía solar eólica o solar es mucho menos eficiente que quemar el crudo que simplemente brota de la tierra. Debemos reaprender la dura realidad de cómo se comporta la energía e incluirla en nuestros modelos.
Ocurre lo mismo con el coste de la inacción. Valonia, en Bélgica, es una región con unas arcas públicas que no estaban en su mejor momento. De repente, en 2021, se vio afectada por unas inundaciones que provocaron daños que ascendieron a 5000 millones de euros, y la gran mayoría de ellos fueron costeados por el sector público. Este es un claro ejemplo de que el cambio climático y sus impactos no pueden quedar excluidos de nuestros modelos económicos. Si nos fijamos en la economía europea en su conjunto veremos que es necesario adoptar modelos nuevos que puedan anticiparse y evitar este tipo de sacudidas.