Published on abril 4th, 2016 | by Marc G. Olabarría
1El patriarcado está matando nuestra Tierra. Y solo las mujeres pueden salvarla. Parte III
Por Nafeez Ahmed
Artículo publicado en The Ecologist el 13 de marzo de 2015
Traducido al castellano para EcoPolítica por Marc G. Olabarría
‘El patriarcado está matando nuestra Tierra. Y solo las mujeres pueden salvarla’ Parte I
‘El patriarcado está matando nuestra Tierra. Y solo las mujeres pueden salvarla’ Parte II
En el poder interviene el género
Habiendo expuesto esta abrumante violencia perpetrada asimétricamente por los hombres contra las mujeres, no debería ser sorpresa para nadie que las mujeres a lo largo y ancho del mundo también estén (sobre)representadas como la llave de algunos patrones de salud mental. La depresión, por ejemplo, es el doble de frecuente en mujeres que en hombres. Generalmente, parece ser que más mujeres sufren otro tipo de alteraciones como ansiedad y ‘patrones somáticos’ – síntomas físicos sin explicación médica. Los hombres, por otro lado, son triplemente más propensos a tener alteraciones antisociales de la personalidad.
Los estudios epidemiológicos en el mundo occidental anglosajón revelan que este patrón se exacerba más en los países ‘egoístas y capitalistas’. No solamente los índices sobre enfermedades mentales están batiendo records históricos en los países occidentales, pero las mujeres de nuevo, sufren en mayor número. Las mujeres de estos países, en comparación con los hombres, sufren depresión con un 75% mayor de facilidad, siendo más fácil en un 60% sufrir trastornos de ansiedad, mientras que los hombres experimentan 250% más fácilmente alteraciones por abuso de sustancias y/o drogas.
Según el psicólogo clínico Daniel Freeman de la Universidad de Oxford, «existe un patrón – las mujeres tienden a sufrir más problemas ‘interiores’ como depresión o alteraciones del sueño. Ellas solucionan sus problemas solas, al mismo tiempo que los hombres tienen problemas ‘externos’, obtienen productos del medio ambiente como el alcohol y alteraciones del control de la ira. Es frecuente que sea la mujer quien se presente en la linea de fuego frente a los problemas de salud mental de los hombres.
Estas diferencias de género en cuanto a la salud mental es un reflejo de la diferencia fundamental en el poder entre hombres y mujeres, agravadas por discriminación étnica y de clase. Sea cual sea la perspectiva de la crisis civilizatoria que investiguemos, las mujeres se encuentran mayoritariamente en el centro de los peores sucesos y sus consecuencias. Esto sugiere que el patriarcado en sí mismo es un síntoma de una enfermedad psicológica de profundo asentamiento y auto-refuerzo, que como el cáncer, ha infectado a toda la civilización industrial.
Las acciones para conseguir una mayor igualdad de género son muy positivas. Pero algunas de las iniciativas a las que dan lugar, aunque bien intencionadas, fracasan en solucionar las raíces de esa desigualdad producida por las políticas, las economías y las culturas globales – no solo locales – en las estructuras del patriarcado. Las mujeres son sistemáticamente marginadas de puestos clave del poder y de procesos de toma de decisiones, a través de todos los espectros de la sociedad, en todo el mundo, ya sea rico como pobre. Son discriminadas, directa e institucionalmente, en política, en empleo y negocios, en las artes, en los medios y en la cultura.
Esto no sucede únicamente en detrimento de las mujeres: su marginalización económica implica a la economía global billones de dólares cada año de pérdidas, un masivo golpe a la integridad de todas esas estructuras. Sin embargo, la gran mayoría de los recursos del mundo son propiedad y controlados por una pequeña minoría población del mundo, dándose el caso del nexo entre las ‘puertas giratorias’ y los sectores corporativos, bancarios, gubernamentales, de defensa, industriales, mediáticos, u otros.
Es justo en ese nexo, que hasta 90 corporaciones monolíticas – incluyendo entre ellas a las compañías más poderosas del petróleo, del gas y del carbón – son las que permiten y cargan con la responsabilidad de dos tercios de las emisiones mundiales de gases productores de efecto invernadero. ¿Y quién dirige esas corporaciones? En la última década, el número de mujeres en los consejos de administración de las empresas de EEUU se ha mantenido estable en torno al 17%. Incluso en los países donde más mujeres hay, la diferencia no es muy grande. Suecia y Finalndia, por ejemplo, se sitúan en torno al 27%.
Más allá de ésto, la diversificación durante décadas en las empresas no nos ha llevado a ningún lugar positivo, teniendo en cuenta entre un 85% y un 88% de plantillas masculinas. Investigando más detenidamente las 500 empresas más ricas, sólo el 4% de los puestos de director ejecutivo se encuentran ocupados por mujeres, siendo todas ellas mujeres blancas. Mientras que estas gigantescas compañías intentan maximizar sus beneficios sin importar ningún tipo de recurso humano o medioambientales, se encuentran a la vez intensificando la explotación de recursos para acelerar procesos lucrativos de apropiación de tierras para la agricultura, obtención de minerales y carbón de forma fraudulenta.
En zonas menos desarrolladas como África, como notifica Oxfam Intermon, esto «produce un impacto inmediato en las opciones de las mujeres al uso de la tierra, a su sustento, a la disponibilidad de comida y el coste de la vida, y al final, en el acceso de las mujeres a la producción de alimento. Esto sólo es el impacto económico. La sabiduría de las mujeres, las relaciones socio-culturales con sus tierras y su propia administración de los recursos, se encuentran amenazados.»
Enfrentándose a la misoginia del planeta
La sistemática marginalización y represión de las mujeres no es una situación accidental de nuestra crisis civilizatoria. Es un pilar integralmente fundamental de la extendida injusticia del sistema global. La epidemia mundial de la violencia contra las mujeres se encuentra inherentemente relacionado con nuestro violento sistema androcéntrico que actúa contra el mundo natural como un todo. Los violadores, los abusadores… no son diferentes a los insaciables tiranos, un esclavo de sus deseos sadistas sin preocupación alguna por el daño infligido en el proceso de saciarse.
Del mismo modo que la violencia en contra de las mujeres, se trata de poder, gratificación personal a través de la dominación y el control, egoísmos y narcisismos extremos, una falta de empatía que roza la psicopatología. De este modo es nuestra sistemática violencia en contra de la naturaleza. A lo largo de nuestra explotación en forma de saqueo de los recursos naturales del planeta persiguiendo un crecimiento material sin fin, el sistema global continúa su asimétrica guerra en contra de las mujeres, tal y como aniquila especies, destruye ecosistemas y agota recursos por los beneficios y el poder de una pequeña minoría.
Las divisiones por género no son únicamente un reflejo del alejamiento de la humanidad de la naturaleza: es a la vez un síntoma y la vía hacia ese tipo de trastorno. Pero no está funcionando. El capitalismo contemporáneo global puede que esté enriqueciendo a algunos, pero también está haciendo a las personas más pobres y más infelices, en un contexto de aceleración de la incertidumbre y los conflictos. Y hacia el final de este siglo al menos, haremos frente al pronóstico según el consenso de nuestras mentes científicas más brillantes, a un gran planeta inhabitable si continuamos por este camino.
El sistema global está fallando, y las muertes masivas, abusos y asesinatos de las mujeres por parte de los hombres es un punto central en este fracaso: la misoginia es una forma de función integral en el proceso de destrucción de nuestro planeta. Si queremos salvar al planeta, el patriarcado debe perecer. Eso implica reconocer y responsabilizarse del hecho de que el patriarcado es integral a otras estructuras del poder que creemos asentadas, tanto del Este como del Oeste. No hay tiempo que perder. Si la misoginia gana, el planeta muere.
El doctor Nafeez Ahmed es un periodista de investigación, autor ‘best-seller’ y un estudioso de la seguridad internacional. Él participa regularmente en ‘The Ecologist’, donde escribe sobre la geopolítica de las crisis interconectadas medioambiental, energética y económicas. También ha escrito para ‘The Guardian’, ‘The Independent’, ‘Sydney Morning Herald’, ‘The Age’, ‘The Scotsman’, ‘Foreign Policy’, ‘Prospect’, ‘New Statesman’, ‘Vice’, ‘Le Monde diplomatique’, entre otros muchos. Su próxima novela se llama ZERO POINT.
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