Relaciones Internacionales

Published on octubre 3rd, 2010 | by EcoPolítica

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Excepcionalismo americano: ¿por qué no existe un partido verde competitivo en los EEUU?

Por Francisco Seijo [1]

Este ensayo intentará explicar, para un público europeo, el devenir actual del movimiento ecologista norteamericano, utilizando el debate sobre el «excepcionalismo americano», que tuvo lugar a principios del siglo XX entre intelectuales marxistas europeos que intentaban explicar por qué no había surgido un partido político socialista electoralmente competitivo en Norteamérica, para revelar los estereotipos que los europeos utilizan asiduamente para construir su discurso analítico sobre la política norteamericana. Este ensayo argumentará que este antiguo y casi olvidado debate contiene algunas interesantes lecciones para un análisis europeo menos estereotípico sobre el estado actual del movimiento ecologista en Norteamérica. De hecho, los caminos divergentes que los movimientos ecologistas han seguido en Norteamérica y en Europa pueden llevar a muchos analistas europeos a cuestionarse por qué no existe un partido verde competitivo en Estados Unidos. Esta pregunta guarda muchas similitudes con las cuestiones que los participantes en el debate sobre el «excepcionalismo americano» se plantearon ya a principios del siglo XX.

Índice

I. Las segundas partes de las películas de Hollywood como metáfora de los análisis europeos de la política norteamericana

II. Algunas reflexiones sobre el «excepcionalismo americano», compra el libro y evita la película

III. Algunas posibles causas de la inexistencia de un partido verde competitivo en Norteamérica: la separación entre los ámbitos del trabajo y de la comunidad en la experiencia política norteamericana

IV. Conclusión

I. Las segundas partes de las películas de Hollywood como metáfora de los análisis europeos de la política norteamericana

«Nunca segundas partes fueron buenas»
Miguel de Cervantes

Las segundas partes de las películas de Hollywood suelen ser una buena fuente de inspiración para los chistes del público objetivo de las mismas, es decir, la clase media suburbana Americana, y de sus suministradores de entretenimiento, los creativos profesionales que trabajan para los estudios cinematográficos. A los primeros, particularmente aquellos que poseen una formación universitaria o pertenecen a las clases profesionales, les gusta reírse de la banalidad y falta de imaginación de su industria del entretenimiento. Mientras ríen, a menudo recuerdan nostálgicamente las películas europeas «artísticas» que solían ver en los cineclubs universitarios y lamentan como estas películas no se puedan encontrar en los cines o videoclubs de los centros comerciales suburbanos donde pasan una parte considerable de su tiempo libre. Al final, estos americanos estereotípicos, según esta narrativa, acaban comprando la entrada de la segunda parte de cualquier película exitosa de Hollywood, junto a las palomitas, deglutiendo así los 120 minutos de argumentos y guiones reciclados que Hollywood les ofrece no sin un cierto sentido de culpabilidad cultural. Por otro lado, y para completar esta historia, los profesionales de Hollywood -actores, guionistas y demás creativos- se burlarían de estas segundas partes pero acabarían participando en ellas, en cualquier caso, por el vil metal.

El párrafo anterior, me temo, es una caricatura no demasiado original del proceso de realización de películas al estilo Hollywoodiense y su relación con el público objetivo que supuestamente las consume, la clase media suburbana americana. Woody Allen ha realizado muchas películas utilizando este esquema argumental que han vendido bien sobre todo entre un público europeo superficialmente anti-americano, mientras que el público americano y los estudios de Hollywood a los que supuestamente Allen critica han optado por ignorar sus películas, no tanto por la mordacidad de su contenido satírico sino por su irrelevancia a la hora de describir la experiencia real de pertenecer a la clase media suburbana norteamericana. Estas buenas gentes, de hecho, van cada vez menos al cine y, cada vez más, parece que prefieren quedarse en sus casas haciendo horas extras para aumentar su productividad en un sistema económico que les demanda horarios laborales de 24 horas al día, 7 días a la semana y 52 semanas al año, surfeando por Internet, o, los más afortunados, viendo series de HBO o PBS que, como cualquier estereotípico americano de clase media con formación universitaria sabe, exhiben más mérito artístico y son más entretenidas de ver que las trilladas segundas partes de todas las películas que hacen tanto Hollywood como Woody Allen.

A diferencia de estos primeros dos párrafos, este ensayo no pretende disertar sobre el fenómeno de las segundas partes, el agotamiento creativo exhibido por Woody Allen y su sorprendente éxito entre el público europeo, o ni tan siquiera sobre la relación de ambas cosas con la vida cotidiana y los problemas de la clase media suburbana norteamericana. En vez de eso, este ensayo intentará reflexionar sobre un tema relacionado pero paralelo; la interacción entre productos culturales mil veces reiterados, tales como las segundas partes de las películas de Hollywood y los debates intelectuales, con su público objetivo y sus creadores. De una manera más fundamental este ensayo intentará explicar, para un público europeo, el devenir actual del movimiento ecologista norteamericano. Para lograr este objetivo, este ensayo empezará explicando cómo muchos analistas políticos europeos del pasado, como Woody Allen, desarrollaron caricaturas o cuentos morales sobre el funcionamiento del proceso políticos en Norteamérica para consumo propio y el de su público. En particular, este ensayo utilizará el debate sobre el «excepcionalismo americano», que tuvo lugar a principios del siglo XX entre intelectuales marxistas europeos que intentaban explicar por qué no había surgido un partido político socialista electoralmente competitivo en Norteamérica, para revelar los estereotipos que los europeos utilizan asiduamente para construir su discurso analítico sobre la política norteamericana. Este ensayo argumentará que este antiguo y casi olvidado debate contiene algunas interesantes lecciones para un análisis europeo menos estereotípico sobre el estado actual del movimiento ecologista en Norteamérica. De hecho, los caminos divergentes que los movimientos ecologistas han seguido en Norteamérica y en Europa pueden llevar a muchos analistas europeos a cuestionarse por qué no existe un partido verde competitivo en Estados Unidos. Esta pregunta guarda muchas similitudes con las cuestiones que los participantes en el debate sobre «excepcionalismo americano» se plantearon ya a principios del siglo XX.

Aunque esta sea aparentemente una pregunta natural para un observador europeo del movimiento ecologista en Estados Unidos, la pregunta en sí puede reflejar también, por comparación, una cierta preocupación con el estado del movimiento ecologista en Europa. Volviendo una vez más a la metáfora de las segundas partes de las películas Hollywoodienses, lo que este ensayo pretende evitar es un acercamiento al tema que se base en una visión tópica de unas clases medias suburbanas norteamericanas atrapadas en un círculo vicioso consumista ante el que el único recurso es la ironía y el humor, tal y como nos lo cuenta Woody Allen en, por ejemplo, Annie Hall. De alguna manera, el mercado ha determinado que Allen hace películas sobre América para un público europeo y, llegados a este punto, sus películas tienen más interés por lo que estas nos cuentan implícitamente sobre la mentalidad de su público europeo que lo que tienen que decir sobre la realidad social norteamericana. No sin cierta picardía, Allen ha sabido hacer caja con esta fórmula y de esta manera ha prolongado su carrera encontrando financiación y un mercado para sus películas.

II. Algunas reflexiones sobre el «Excepcionalismo Americano», compra el libro y evita la película

“¿Porque no existe el socialismo en los EE.UU.?…Todas las utopías socialistas en América se han desvanecido ante el poder del rosbif y de la tarta de manzana”
Werner Sombart

Diversos analistas políticos europeos han intentado entender el funcionamiento político de Norteamérica desde por lo menos Alexis de Tocqueville. A menudo estos análisis han reflejado sus propias preocupaciones con el transcurso de la política europea y otros prejuicios. Es aparente, por ejemplo, que muchas de las reflexiones que Tocqueville realiza sobre el pacifico funcionamiento del régimen democrático norteamericano en Democracia en América reflejan su inquietud con la situación política turbulenta existente en la Francia post-revolucionaria que le toco vivir. Esto no quiere decir que sus observaciones y comentarios sobre Norteamérica no resulten interesantes e incluso algunas veces incisivos pero sí que, posiblemente, estas observaciones se viesen influidas por sus preocupaciones políticas sobre Europa. Así Tocqueville en su análisis de Norteamérica enfatiza los elementos de su sistema político que favorecen la estabilidad y el funcionamiento ordenado del sistema en detrimento de los elementos y factores que podrían promover la inestabilidad y el desorden. Si por un momento pulsamos el botón de avance hasta llegar a la pregunta principal que se plantea en este ensayo, es decir porque no existe un partido político verde competitivo en los EE.UU., uno podría argumentar que detrás de esta pregunta subyace otra que tiene que ver con la eficacia de la vía política adoptada por el movimiento ecologista en Europa. Pero no nos adentremos en ese terreno todavía.

En vez de eso, viajemos hacia atrás en el tiempo hasta principios del siglo XX y examinemos los argumentos de algunos intelectuales marxistas europeos mientras debatían sobre las causas de la inexistencia de un partido político socialista en Norteamérica. Examinando las carencias de sus análisis quizás logremos evitar una repetición de estos errores cuando nos enfrentemos a la cuestión que concierne a este ensayo. Los intelectuales europeos participantes en este debate propusieron tres posibles respuestas a la cuestión del “excepcionalismo norteamericano”. La primera de estas estaba relacionada con la diversidad étnica de la clase trabajadora norteamericana, la supuesta base social de este posible partido. La segunda se centraba en las recompensas materiales para los trabajadores ofrecidas por el sistema económico capitalista norteamericano. La tercera, finalmente, enfatizaba los valores culturales fundacionales del sistema político norteamericano y su presunta incompatibilidad con la ideología socialista.

La primera explicación del excepcionalismo norteamericano, pues, hacía hincapié en la composición multi-étnica de la clase trabajadora de los EE.UU. Engels, entre otros, argumentaban que la emigración había creado unas condiciones peculiares en la estructura productiva norteamericana que habrían impedido la emergencia de una conciencia de clase que permitiese a los socialistas norteamericanos construir un partido político efectivo. La identidad de clase norteamericana estaría, por lo tanto, fragmentada debido a las diversas identidades étnica lo cual provocaría que los componentes de la clase trabajadora rivalizaran política y económicamente en vez de movilizarse y unirse tras una conciencia de clase. Katznelson critica este argumento indicando que la actividad sindicalista en Norteamérica se vio, al contrario, favorecida por la identidad étnica de sus componentes ya que su pertenencia a estos grupos favoreció la integración de trabajadores de grupos étnicos en los sindicatos reforzando así mismo la conciencia de clase. En otras palabras, ser estibador y ser polaco en Norteamérica eran dos identidades prácticamente consustanciales. Además de esta interesante objeción empírica es digno de mencionar como el argumento étnico parece responder a inquietudes típicamente europeas sobre la identidad nacional y la homogeneidad cultural como factores de cohesión política y como estos supusieron, en muchos casos, un grave obstáculo para la creación de un movimiento político obrero internacionalista en Europa. El poder del nacionalismo como ideología es un fenómeno, no olvidemos, típicamente europeo que luego Europa ha exportado al mundo. El pensador político italiano de entreguerras Gaetano Mosca, por ejemplo, propuso la utilización de esta ideología para atraer a las masas hacia movimientos políticos alternativos al comunismo, tales como el fascismo, con el resultado final que todos conocemos.

La segunda línea de argumentación respecto al excepcionalismo norteamericano, desarrollada entre otros por Werner Sombart, postula que las recompensas disponibles dentro del sistema económico capitalista norteamericano para los trabajadores anularían a la ideología socialista. Existe una anécdota al respecto que sirve para ilustrar este argumento. En el año 1959 el líder comunista soviético Nikita Khruschev viajo oficialmente a los EE.UU. y en su agenda incluyo una visita a la factoría de una conocida marca norteamericana de automóviles. Una de las cosas que más le llamaron la atención en esta visita fue la gran cantidad de coches que había aparcados frente a las oficinas de la factoría y pregunto, no sin cierta malicia, si estos pertenecían a los directivos de la empresa. Para su sorpresa el director de la fábrica le contesto que los coches pertenecían en realidad a los trabajadores. Por supuesto, mucho ha cambiado Norteamérica desde entonces, tanto desde el punto de vista más subjetivo de la movilidad social como del más cuantificable del poder adquisitivo de la clase trabajadora. En 1965, por ejemplo, un directivo norteamericano ganaba solo 24 veces más que un obrero. En el año 2005 este ratio se había acrecentado hasta 262 veces. Sin embargo, ningún partido socialista emergió en los EE.UU. durante ese periodo de tiempo en el que se hizo evidente el deterioro del nivel de vida de los trabajadores norteamericanos. El rosbif y la tarta de manzana, por lo tanto, han sido el arma secreta contra el socialismo que Sombart y otros creían durante las últimas cuatro décadas. Una vez más esta explicación del excepcionalismo norteamericano parece reflejar una fascinación europea con el dinamismo y capacidad de generación de riqueza del capitalismo norteamericano más que con una evaluación objetiva de las realidades económicas y sociales de Norteamérica.

El último argumento sobre el excepcionalismo norteamericano está relacionado con las características culturales de base norteamericanas que serían presuntamente incompatibles con una ideología socialista. Así el culto al individualismo, la ausencia de un pasado feudal, la válvula de escape de la frontera y la preponderancia de la meritocracia y los logros individuales en el mundo laboral norteamericano impedirían, según este argumento, la emergencia de una conciencia de clase y una ideología socialista en Norteamérica. Katznelson desmonta esta tesis argumentado que estos valores solo fueron relevantes en Norteamérica durante el periodo pre-industrial y no en su época industrial, cuando un partido socialista debería de teóricamente haber emergido. Los emigrantes europeos que llegaron a EE.UU. a lo largo del siglo XX, por ejemplo, no venían de una cultura individualista, habían experimentado los últimos coletazos del feudalismo en los ambientes rurales de sus países natales, y se quedaron a vivir en las ciudades industriales del este de los EE.UU. desdeñando así el mito de la frontera americana. Así mismo, estos emigrantes europeos se organizaron entre ellos para copar ciertas profesiones y sectores económicos obviando así los valores de la meritocracia individual supuestamente dominantes en el mundo laboral norteamericano. A pesar de estos valores digamos europeos, no obstante, la clase trabajadora norteamericana no se hizo socialista. Esta última tesis, en consecuencia, parece reflejar una visión de los valores culturales norteamericanos que los norteamericanos han propagado mediante su cultura popular pero que no responde a la realidad. Dicho de una manera más simple, uno puede contar el cuento de la caperucita roja sin creer que los personajes del cuento son reales.

Resumiendo, ¿qué lecciones puede sacar un analista político europeo de los errores incurridos por sus compatriotas a principios del siglo XX en el debate sobre el excepcionalismo Americano? Una primera lección obvia es que ninguno de los tres argumentos desarrollados por estos analistas son aplicables a la cuestión de porque no existe un partido político verde competitivo en la Norteamérica actual. El multiculturalismo de la sociedad norteamericana, las recompensas materiales para los trabajadores de su sistema económico o sus particulares mitos fundacionales culturales no parecen aplicables a esta cuestión. Al contrario, estos argumentos parecen reflejar ciertas inquietudes europeas acerca del funcionamiento de sus propios sistemas políticos.

Una segunda lección quizás más profunda que los analistas europeos podrían sacar de este debate es que necesitan ser más honestos sobre sus inquietudes comparativas cuando analizan la política norteamericana. Uno de los elementos potencialmente más interesantes del análisis de la realidad política norteamericana por parte europea debería de incluir lo que el caso americano pueda decir indirectamente sobre, por ejemplo, el estado de la ecología política en Europa. En otras palabras, las peculiaridades del caso norteamericano deberían de ayudar a los europeos a desarrollar un conocimiento más profundo sobre el caso europeo.

Una tercera lección a extraer del debate sobre el excepcionalismo norteamericano estaría relacionada con la falta de empiricismo que contamina muchos de los análisis europeos sobre la realidad política norteamericana. Cuando uno se pregunta, como europeo, por la inexistencia de un partido político verde efectivo en Norteamérica uno debería de elaborar hipótesis basadas en la realidad política norteamericana y no en visiones europeas o incluso fantasías americanas sobre esa realidad.

Finalmente, una cuarta y última lección a extraer de este debate pasado tendría que ver con lo siguiente. Los analistas europeos de Norteamérica deberían de familiarizarse más con lo que los propios analistas norteamericanos tienen que decir sobre sus problemas, aprendiendo a discriminar lo que dicen por razones propagandísticas de lo que dicen con intención analítica. Con estas lecciones en mente ha llegado el momento de emprender un análisis sobre el movimiento ecologista en Norteamérica que evite los lugares comunes de una mala segunda parte.

III. Algunas posibles causas de la inexistencia de un partido verde competitivo en Norteamérica: la separación entre los ámbitos del trabajo y de la comunidad en la experiencia política norteamericana

“El movimiento conservacionista es tan grande como la tierra misma e incluye todas las necesidades e intereses de la humanidad. Es una cuestión demasiado grande, por lo tanto, para que pueda ser incluida dentro de los límites de una sola agencia gubernamental”
Gifford Pinchot

En sus reflexiones sobre la cuestión del excepcionalismo norteamericano Katznelson llega a la conclusión de que los analistas europeos no lograron identificar algunos de los elementos clave de la experiencia política del país; principalmente, la separación entre los ámbitos laborales y comunitarios en la experiencia política del ciudadano norteamericano. En City Trenches Katznelson argumenta que esta separación contribuyó decisivamente al fracaso de todos los esfuerzos por construir un partido socialista competitivo en Norteamérica. Esta característica de la cultura política norteamericana es única a este país y emergió debido a múltiples factores relacionados con el contexto institucional del país, el desarrollo arquitectónico de las grandes urbes norteamericanas y el peculiar sistema de partidos de Norteamérica. Una vez desarrollada esta separación entre los ámbitos del trabajo y de la comunidad, la comunidad emergió como el único espacio valido para el activismo político dejando al ámbito laboral el campo de la persecución de la felicidad individual mediante el éxito material y económico.

La separación entre los ámbitos de la comunidad y del trabajo en la cultura política del ciudadano medio norteamericano ha tenido también una poderosa influencia sobre el desarrollo del movimiento ecologista en Norteamérica. En su ensayo “¿Eres un ecologista o te ganas la vida trabajando?” Richard White nos cuenta como el ecologismo político norteamericano ha sido incapaz de integrar el mundo del trabajo tecnológico contemporáneo en su discurso ideológico. La naturaleza, para los ecologistas contemporáneos norteamericanos representa una de dos cosas. O bien es un espacio donde uno va a pasarlo bien disfrutando del tiempo libre o, alternativamente, uno acude a la naturaleza para dedicarse a una contemplación cuasi mística de sus procesos. En cualquiera de los dos casos, la naturaleza no es un lugar donde uno trabaje o se encuentre como en casa. Al revés, para los ecologistas norteamericanos la naturaleza debe de permanecer, en la medida de lo posible, aislada y protegida de la presencia y actividades humanas. El trabajo productivo moderno y cualquier otra intervención humana no tienen cabida en esta naturaleza ecologista ya que estos factores están asociados a su destrucción o degradación. Solo el trabajo pre-industrial realizado por comunidades localizadas en países en vías de desarrollo estaría en armonía con su medio natural según esta narrativa. Esta visión de la naturaleza demuestra una relación problemática entre el ámbito de trabajo moderno y la naturaleza lo cual lleva al movimiento ecologista norteamericano a incurrir en numerosas contradicciones en su discurso ya que casi todos los ecologistas tienen trabajos modernos industriales o post-industriales que están basados en tecnologías potencialmente degradantes del medio natural. Sin embargo, los ecologistas norteamericanos no pueden evitar caer en este doble rasero ya que según White,

Hay muchos ecologistas que reconocen que podrían existir conexiones muy fructíferas entre el trabajo tecnológico moderno y la naturaleza. Sin embargo estos viven en un entorno cultural más amplio que promueve un divorcio entre ambas. Además a menudo el movimiento ecologista recurre a palabras e imágenes mentales que agrandan aun mas este cisma…

Si White hubiese leído a Katznelson entendería perfectamente las causas de este divorcio. Al no desarrollar un discurso efectivo sobre el trabajo tecnológico moderno y su posible papel armonización o incluso potenciación de los procesos naturales y ecosistemas que los ecologistas consideran esenciales, los ecologistas se arriesgan a que esta relación sea definida por los grandes propietarios y compañías privadas multinacionales dedicadas a la explotación de los recursos naturales. Estos actores si ofrecen alternativas reales a todos los trabajadores sobre cómo debe ser esta relación. Obviamente, esta relación acaba beneficiando principalmente a estos grandes intereses en detrimento de los intereses a largo plazo de sus clientes y empleados. Es por esto que muchos trabajadores del sector primario en Norteamérica exhiben una gran hostilidad hacia el movimiento ecologista tal como lo demuestra el slogan que da título al ensayo de White y que el mismo leyó en la parte trasera del camión de un leñador norteamericano.

Puesto que el ámbito laboral es un espacio problemático para el activismo político ecologista en EE.UU. los ecologistas norteamericanos han concentrado sus esfuerzos en avanzar su agenda política dentro del ámbito de la política orientada al ámbito comunitario. En este ámbito los ecologistas han tenido un gran éxito a la hora de cumplir sus objetivos y no han necesitado un partido verde competitivo para lograrlo. Esto se debe en parte a la naturaleza del sistema de partidos en EE.UU. En Norteamérica los partidos políticos son lo que se ha venido a denominar como “catch-all parties”, es decir, partidos con una sólida base organizativa y financiera pero sin contenido ideológico dogmático más allá de unas orientaciones generales básicas (progresistas o conservadores). Este sistema difiere mucho del europeo donde todos los grandes partidos suelen alinearse ideológicamente en torno al concepto de clase (conservadores=clases medias empresariales, socialismo=clases medias trabajadoras). A la hora de la verdad estos cascos vacíos organizativos que son los partidos políticos norteamericanos están abiertos a todo tipo de influencias provenientes de la sociedad civil y no al revés como en Europa. El contenido ideológico de los partidos políticos en los EE.UU. surge de las actividades de las asociaciones o intereses vinculados a actores privados en la sociedad civil. En Europa, sin embargo, el sistema de representación de intereses privados es fundamentalmente de carácter corporatista. Es decir, en el modelo europeo es el Estado y los partidos los que vertebran a la sociedad civil y no viceversa. Los grupos de interés europeos, incluida la mayoría de las organizaciones ecologistas, están, todavía hoy, subvencionados por el estado y dependen financieramente del mismo lo cual condiciona enormemente su discurso político. Esto se traduce políticamente en que en Europa un movimiento de base no se vuelve realmente efectivo hasta que es co-optado por un partido político con opciones a capturar el poder a nivel estatal, ya sea a nivel nacional, autonómico o municipal. Una vez conquistado este espacio el movimiento en cuestión puede acceder a los fondos públicos estatales y comenzar a transformar la sociedad civil “desde arriba”. Este no es el caso de EE.UU. En los EE.UU. las “comunidades” (por ej. grupos sociales, profesionales, o empresariales) se movilizan, auto-financian y hacen lobby para forzar a los partidos políticos a asumir sus objetivos y demandas. El impulso político, al contrario que en Europa, es, en consecuencia de “abajo hacia arriba”.

No es casual, por lo tanto, que el movimiento ecologista moderno, entendido como un movimiento de base, naciese en los EE.UU. en 1892 con la creación del “Sierra Club” y que el primer partido verde europeo, el partido verde alemán, no obtuviese representación parlamentaria hasta los años 1980. Todos los procesos políticos avanzan más lentamente en Europa porque estos necesitan el aval del estado para prosperar. Merece hacer hincapié en este factor. El sistema político norteamericano vive orientado hacia las comunidades. Este es un hecho sobradamente conocido por los analistas políticos norteamericanos por lo menos desde que Robert Dahl desarrollo su teoría pluralista de la democracia. Un proceso político de este tipo presenta, por supuesto, ciertas ventajas y ciertos inconvenientes. La lista de organizaciones ecologistas no-gubernamentales norteamericanas poderosas e influyentes es muy larga y a menudo despierta la envidia de sus correligionarios europeos. ¿Para qué se necesita un partido verde si uno puede montar un Sierra Club o un Nature Conservancy que pueden hacer una labor de lobby efectiva ante los partidos políticos “catch all” ya existentes para lograr sus objetivos? En este sistema un partido verde resulta innecesario ya que los intereses de la causa ecologista están muy bien representados por el asociacionismo a nivel comunitario que está capacitado y tiene recursos suficientes para hacer valer eficazmente su influencia política.

Sin embargo, este sistema también presenta ciertos inconvenientes. White, ya resalto uno de ellos; la inhabilidad del movimiento ecologista para elaborar un discurso efectivo sobre la relación del ámbito laboral moderno con el proyecto ecologista de armonizar el progreso material de la especie humana con la conservación de los procesos naturales y ecosistemas del planeta. Otro riesgo importante es que las comunidades pobres o con falta de capacidad organizativa se vean marginadas del proceso político ecologista norteamericano. En su ensayo “La naturaleza como comunidad” Giovanna di Chiro cuenta como un barrio pobre de clase trabajadora de Los Ángeles se vio desamparado por el Sierra Club en su lucha contra la construcción de una incineradora. Cuando las asociaciones del barrio acudieron al Sierra Club en busca de ayuda económica y organizativa esta organización ecologista se negó a asistirles con el argumento de que ese problema no era un tema ecológico sino de “salud pública de su comunidad”. Trabajar en un sistema político que separa con tanta eficacia el ámbito del trabajo del de la comunidad puede crear todo tipo de curiosas paradojas.

 IV. Conclusión

“En la vida americana no existen las segundas partes”
F. Scott Fitzgerald

Norteamérica no es la segunda parte de una película llamada Europa. Los analistas europeos de Norteamérica deberían de asimilar esta lección e intentar analizar la política americana según su propia lógica. Lo que puede ser una buena idea para Europa, la creación de un partido ecologista competitivo electoralmente, puede no serlo para los EE.UU. y viceversa.

De hecho, el movimiento ecologista norteamericano se enfrenta a un reto mucho más grave que el de montar un partido verde en estos momentos. El proceso o sistema político americano podría estar cambiando drásticamente lo cual podría dejar a los métodos empleados por el movimiento ecologista hasta ahora para lograr sus objetivos obsoletos. En el año 2002 Robert Putnam, un destacado politólogo norteamericano, argumento en Bowling Alone que la cultura política de asociacionismo comunitario que constituye la base del sistema democrático norteamericano está en peligro de desaparecer. Los americanos al parecer han dejado de ser tan asociacionistas como en el pasado. En particular, Putnam utiliza el ejemplo de las ligas de bolos para mostrar como la participación en todo tipo de asociaciones ha bajado notablemente desde los años 1960 en los EE.UU. Según Putnam esto se debería a ciertos cambios tecnológicos ocurridos en Norteamérica durante las últimas décadas. La expansión del automóvil, con el crecimiento de los suburbios que ello conlleva, e Internet obstaculizan notablemente esta actividad asociacionista ya que ambas hacen difícil las reuniones personales entre individuos para formar asociaciones. La decadencia de las grandes ciudades norteamericanas y su sustitución por los suburbios periféricos han creado unas comunidades más reclusitas y aisladas la una de la otra y han acabado fomentado un tipo de individualismo extremo no solidario en que el concepto de “comunidad” cada vez resulta más abstracto. Si este fuese el caso, las organizaciones ecologistas como el Sierra Club tendrán en el futuro cada vez más dificultades para reclutar nuevos miembros que paguen sus correspondientes cuotas de afiliación.

Otra dificultad a la que se enfrenta el ecologismo en Norteamérica tiene que ver con el viejo problema de todos los movimientos políticos en EE.UU., es decir, como incorporar el ámbito del trabajo en un proyecto político orientado principalmente hacia las comunidades. En su ensayo La Muerte del Ecologismo Schellenberg y Nordhaus argumentan que los buenos viejos tiempos del activismo político y el lobbying asociacionista ya han pasado a la historia para el movimiento ecologista ya que cada vez estos resultan menos efectivos en un sistema político que cada vez está menos orientado hacia las comunidades. Ambas estrategias tuvieron éxito a la hora de crear una conciencia ecológica global entre la opinión pública y las instituciones norteamericanas logrando que el ecologismo sea ahora un tema prioritario para el gobierno de los EE.UU. y los partidos políticos. Sin embargo, una Norteamérica más concienciada a nivel ecológico no tiene por qué resultar en una Norteamérica más ecológica. Para avanzar a este segundo nivel los ecologistas, según Schellenberg y Nordhaus, deberían de convertirse en empresarios y demostrar en el ámbito laboral que una economía verde, eficiente y que cree empleo es posible. Y para eso esta nueva economía verde debe de ser más competitiva a la hora de satisfacer las necesidades de la especie humana que la vieja economía. He ahí el nuevo reto al que se enfrenta el ecologismo político en Norteamérica.

Notas

[1] Francisco Seijo es profesor, investigador y consultor de política medioambiental en varias universidades norteamericanas y en el Instituto de Empresa. Es coordinador del Área de Relaciones Internacionales de EcoPolítica.

Bibliografía

DI CHIRO, Giovanna. “Nature as community”. En: CRONON, William (ed). Uncommon Ground. New York: Norton 1996.
KATZNELSON, Ira. City Trenches. Chicago: University of Chicago Press, 1981.
MISHEL, Lawrence et al. The State of Working America. Washington: Economic Policy Institute, 2009.
PUTNAM, Robert. Bowling Alone. New Haven: Yale University Press, 2002.
SCHELLENBERG, Michael y NORDHAUS, Ted. The Death of Environmentalismwww.breakthrough.org, 2004.
TOCQUEVILLE, Alexis de. Democracy in Americawww.guttenberg.com, 1835.
WHITE, Richard. “Are you an environmentalist or do you work for a living?”. En: CRONON, William (ed.). Uncommon Ground. New York, Norton 1996.

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