Published on diciembre 18th, 2014 | by EcoPolítica
3La ecología política como paradigma ideológico autónomo
Por Francisco Soler Luque [0]
Desde la irrupción del ecologismo político, una de las cuestiones más recurrentes ha sido la polémica sobre si este movimiento socio-político se sitúa en la izquierda o tiene una ubicación propia. Para una parte del mismo, la ecología política se encuadra en el espectro de la izquierda, de una izquierda renovada y diversa; para otros, es un paradigma político ideológico autónomo, que hace una crítica al capitalismo distinta a la que hace la izquierda. Para desplegar la tesis apuntada analizaré las líneas de tensión más importantes que han existido en cada momento histórico, cruzando dicho análisis con los principios que cimentan los sistemas políticos modernos (libertad, igualdad y fraternidad) y otras variables: ideología, tipo de conflicto subyacente, tipo de economía propugnada y modelo de propiedad, en un eje de coordenadas tridimensional: eje político-social, eje socio-económico y eje ambiental. En el eje político-social se muestra la dialéctica de la libertad, en el eje socio-económico la dialéctica de la igualdad y el eje ambiental introduce la variable de la crisis ecológica y muestra la dialéctica de la fraternidad. Ello no quiere decir que las tensiones que se derivan del eje socio-económico hayan cesado, subsisten, pero relegadas a tensiones de rango inferior, debido a la crisis energética y de recursos, ecológica [1], que subyace en todas las crisis económicas, desde que en la década de 1970 se rebasaran los límites del físicos del planeta y se pusiera en peligro la existencia del hombre como especie.
El modelo económico neoclásico, adoptado desde las revoluciones liberales en América y en Europa, que se fundamenta en la «exclusiva consideración de las preferencias y la exclusión de las necesidades» [2] y da prioridad a las preferencias o deseos de cualquier ser humano individual o grupo sobre las necesidades de un grupo (Riechmann, 1998: 18), ha condicionado el debate político en las sociedades capitalistas hasta hoy. La controversia por la inclusión de las necesidades de los individuos excluidas por la teoría económica, ha sido el elemento central de la política moderna, así como motivo de confrontación y diferenciación política. Esta dialéctica polarizada (priorización de las preferencias de los consumidores por la derecha y alineamiento con el principio de libertad; y priorización de la igualdad de los ciudadanos de la izquierda y alineamiento con el principio de igualdad) como elemento central del debate político, unida al sitio en el que se sentaban los representantes de los distintos segmentos de la sociedad en la Asamblea Francesa, en el Periodo Constituyente: el pueblo, a la izquierda y las fuerzas del Antiguo Régimen (el clero y la nobleza), a la derecha, es el origen de la distinción actual entre izquierda y derecha. Inicialmente como referencia espacial, después como marca ideológica, dicho grosso modo.
Está demostrado además que cuanto más cerca esté la sociedad del confort perfecto y por tanto de la falta de estímulos, más se buscarán formas de consumo que proporcionen emociones e incrementen el nivel de excitación en un bucle infinito [3]. Al ser el tedio la condición moderna, fruto de las comodidades de este tipo de sociedad, éste se ha convertido en una fuerza motora del consumo (De Vries, 2009: 35). Queda al descubierto de esta manera el «motor sistémico del crecimiento» (Valencia, 2014: xiv) que ha permitido devastar la biosfera y poner en juego la vida biológica del hombre y de todo lo viviente: una sociedad sustentada en la producción y en la satisfacción sin límites de las preferencias, que ha convertido a los ciudadanos en consumidores.
La forma de vida que ha originado la crisis ecológica, ha propiciado la aparición de un nuevo polo ideológico: la ecología política, uno de cuyos objetivos fundacionales es dar respuesta a los problemas que ha ocasionado una actividad económica que ha ido más allá de los límites de la biosfera. La ecología política se alinea con el principio de fraternidad: que prioriza las necesidades de todas las generaciones, sin sobrepasar los límites de la naturaleza; quiebra la dialéctica entre izquierda y derecha haciéndola obsoleta al estar en peligro el sostén físico de la vida biológica [4]; y propone reemplazar la vieja dialéctica entre preferencias y necesidades, entre libertad e igualdad, por una nueva dialéctica de los límites, entre productivismo y antiproductivismo, entre igualdad y fraternidad [5], que se traduce en una dialéctica entre los límites y las necesidades entre las diferentes generaciones y la comunidad biótica y reconduce la dialéctica generacional del reparto de la riqueza al ámbito de la equidad y la justicia intergeneracional (acceso y conservación del legado). Las diferencias entre izquierda y ecología política pueden sintetizarse en la siguiente tabla
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IZQUIERDA ECOLOGÍA POLÍTICA – Igualdad – Fraternidad – Productivista – Antiproductivista – Necesidades (generacional) – Límites (intergeneracional) – Creación y redistribución riqueza – Acceso y conservación del legado – Cuerpo político – Cuerpo político–biológico
La finitud del planeta comporta por tanto la naturaleza subsidiaria de la dialéctica del reparto de la riqueza respecto de la dialéctica de los límites, al estar condicionado y limitado este reparto por los límites físicos de la biosfera y por el carácter fiduciario del «legado natural y cultural» (Brown, 1999: 39), en cuanto patrimonio de todas las generaciones, que impone la primacía del acceso y conservación del mismo a todas las generaciones. Este límite de la biosfera impide la receta de la sociedad industrial del crecimiento económico exponencial, pues tal crecimiento de la producción y del consumo requiere un crecimiento de extracción de recursos, que la biosfera no genera al ritmo requerido por la economía. La calificación «izquierda verde» es, por tanto, una contradicción en los términos, una construcción artificial, pues la dialéctica de los límites, impone la necesidad del acceso y conservación intergeneracional de los recursos; en tanto que la dialéctica de las necesidades tiene como objetivo de una supuesta creación y distribución generacional de la riqueza que no es tal, sino consumo y agotamiento de los recursos que constituyen el capital natural de todas las generaciones. Al prestar atención únicamente al metabolismo de la sociedad de la sociedad presente, la izquierda (al igual que la derecha) desconoce el marco ecológico que limita y condiciona toda la actividad humana. El acceso a los recursos plantea pues un conflicto de equidad y justicia y no de igualdad. De equidad si dicho acceso es visto desde la óptica presente y de justicia si se mira desde el futuro, al ser una demanda al presente. Esta confusión sólo ha servido hasta ahora para dar apariencia renovada a un proyecto de la izquierda agotado, a costa de la ecología política. Es ésta, sin embargo, la que por cambio de paradigma, puede integrar a la izquierda como familia o tendencia (como ecosocialismo) y no a la inversa. Debe rechazarse pues la afirmación que «en el plano de la práctica y la estrategia política su lugar [refiriéndose a la ecología política] es la izquierda» (Valencia, 2014: 63), pues la misma equivale a atribuir a la izquierda el monopolio de la transformación social y afirmar el final de la política, negando así la posibilidad de aparición de nuevos proyectos políticos de transformación social.
Entre las aportaciones que la ecología política realiza merecen ser destacadas, sin ánimo de exhaustividad, las que se indican a continuación. La primera y esencial es la referida a «la cuestión de la orientación y el sentido de la producción dentro de un mundo finito», como principio «estructurante y diferenciado» (Marcellesi, 2014). La ecología política opone así los límites de la biosfera al productivismo de la derecha y la izquierda (del capitalismo y del socialismo), anclados en la vieja idea de la producción y el consumo sin límites como medio para alcanzar el progreso social [6]. Su propuesta es la emancipación pendiente de la modernidad: la liberación de la economía, a través de la adaptación de la economía a los límites entrópicos de la biosfera, de forma democrática y con participación de todos. Esta adaptación supone una nueva concepción de la economía como un sistema de transformación de energía y materiales, en productos y servicios útiles y finalmente en residuos, utilizando para ello indicadores sociales y físicos a nivel macroeconómico. Esto es bioeconomía o economía ecológica (Martínez, 2008: 32). El plan: reconocimiento de la condición fiduciaria de la biosfera y los recursos naturales, economía circular, internalización de las externalidades, «decrecimiento económico socialmente sostenible», relocalización de la actividad económica, valoración de los recursos y servicios ambientales no sólo por su valor económico, regulación financiera que favorezca la economía productiva, replanteamiento del sistema impositivo, redefinición de la renta, del trabajo y de la organización de la empresa; frente al dogma productivista del crecimiento de la derecha y la izquierda, que dejará a las generaciones futuras un planeta esquilmado, quebrado, con un patrimonio neto natural inferior al 50% del capital natural existente antes de la industrialización [7] y una cuenta de explotación cuyo resultado es una enorme deuda de carbono en forma de cambio climático. La propuesta del nuevo paradigma económico tiene como objetivo la satisfacción de las necesidades de todas las generaciones, no únicamente de la generación que habita en cada momento el planeta, así como la consideración de las preferencias una vez satisfechas las necesidades, si no se sobrepasan los límites de la naturaleza (economía de las necesidades). Sólo así es posible mantener producción y consumo dentro de los límites de la biosfera.
Otra de las aportaciones de la ecología a la política ha sido la propuesta de la fraternidad como principio estructurante y elemento diferenciador de su filosofía y praxis, distinto del de libertad de la derecha y del de igualdad de la izquierda. La fraternidad en tanto que expresa la hermandad o alianza de todos los hombres y en cuanto encierra el lazo del hombre con el planeta, introduce en la política un «sentir intencional» dirigido hacia algo objetivo, que permite «sentir valores» y es presupuesto «de todo comprender empírico» (Scheler, 2002: 31-33). Este atributo emocional [8] permite transformar y trascender la concepción racionalista de la libertad [9] y la idea materialista de la igualdad al dar entrada en la política a la empatía (donde se residencia el origen del sentido de la justicia) [10] y al cuidado del otro (los miembros de la generación que en cada momento habita el planeta; las generaciones futuras y la comunidad biótica), apareciendo como un órgano de comprensión. Afirmar la emocionalidad en la política subvierte el orden establecido, pues ella posibilita el reconocimiento la gramática biológica de toda actuación política y muestra que la vulnerabilidad y precariedad física de la vida no puede ser ajena a esta actividad, que requiere cuidado y cercanía para ello. Esta manera de actuar fraterna se íntegra y completa con otros principios de naturaleza asociativa: el federalismo –alianza o pacto para la organización del poder– y la cooperación –regla rectora de las relaciones políticas, que pone de manifiesto una relación de igualdad, donde las partes actúan en pos de un mismo fin, sin que ninguno de los cooperadores esté en posición de supremacía–.Triada de principios que constituye uno de los pilares de la política verde.
La fraternidad permite desarrollar una política que dé respuesta al imperativo de satisfacción de las necesidades humanas (y de las preferencias en la medida que resulte posible) sin negar los límites ecológicos de la biosfera, teniendo en cuenta a la totalidad de la población y no a una parte de ella, y no sólo a los miembros de la generación que en cada momento disfruta del planeta, también a las futuras generaciones [11] (principio de equidad intergeneracional) [12], sin originar una merma de los recursos naturales y sin sobrepasar la capacidad de carga del planeta. La fraternidad permite a los países del Norte manifestar la equidad tanto a los países del Sur como a las generaciones futuras. Pero permite además a los países del Norte y a la generación actual, escuchar la exigencia de justicia de los países del Sur y de las generaciones futuras respecto: a) agotamiento de recursos no renovables y la eliminación de los renovables; b) el deterioro en la calidad de los recursos ambientales: aire, agua, suelo; c) pérdida de servicios ambientales prestados por los recursos naturales; d) pérdida de recursos culturales [13]; e) carencia de acceso a los recursos naturales y culturales (Brown, 1999: 41).
Para satisfacer las necesidades humanas presentes de toda la población mundial y de las futuras de las generaciones, sin sobrepasar los límites ecológicos de la biosfera, es decir, con equidad y justicia, la ecología política defiende la aplicación de políticas asincrónicas de progreso humano, social y ambiental con «viabilidad ecológica» (Valencia, 2014:24): estancamiento económico y reducción de la huella ecológica en el Norte y desarrollo desvinculando el crecimiento económico del incremento en la utilización de los recursos e independizando el progreso social del crecimiento económico en el Sur. Se busca no aplicar el modelo de desarrollo históricamente obsoleto del Norte en el Sur (Haas, 2002: 15-22), sino desarrollar modelos endógenos y estrategias de progreso humano, social y ambiental respetuosas con la biosfera, a la vez que se reduce la huella ecológica global, sin cometer los errores y excesos cometidos por los países de industrialización temprana. En consecuencia, la fraternidad debe ser entendida como un contrato moral del hombre consigo mismo, con los otros (hombres y la comunidad biótica) y con las generaciones futuras, que posibilita vivir en paz con el planeta, así como el despliegue radical de la libertad y la igualdad. Para la fraternidad la moralidad no es una intrusa, pues no resulta marginal o irrelevante para la realización de ella.
Otra contribución de la ecología política, que la configura como una ideología y un proyecto político autónomo de la izquierda, es la redelimitación del enunciado pueblo. Esta reformulación consistiría en trascender la conceptuación temporal del cuerpo político de la generación que en cada momento opera políticamente, para proyectarse sobre las generaciones futuras, mediante el reconocimiento de derechos políticos presentes al cuerpo político futuro [14] y la fijación de un requisito de validez (de «condición de hierro» habla Garrido) frente a los actos que limiten los recursos disponibles y la libertad de elección de los que están por venir, que opere como límite absoluto e infranqueable a la actuación de la generación que en cada momento habita el planeta, a fin de salvaguardar la herencia ecológica de las generaciones futuras, las cuales deben ser consideradas como un bien necesitado de esta protección [15]. La reformulación se completa con la demanda de ampliación de la comunidad moral de sujetos a los que se le reconoce valor político, dentro de la cual quedarían incluidos la totalidad de la comunidad biótica (zoé). Con ella se extendería la sacralidad predicada de la vida del hombre a la totalidad de la vida biológica, de manera que sólo sería impune la violencia contra ésta dirigida a cubrir las necesidades del hombre [16]. De esta manera toda la vida biológica, no sólo la del hombre, ocuparía el primer plano en los intereses y cálculos del poder y sería la base de una nueva política que tendría como propósito asumir el cuidado de la totalidad de este nuevo cuerpo político-biológico, que se sustenta en una doble alianza: fraternal y federativa, en la que cada miembro cede parte de su libertad para recibir algo a cambio: no dominación, garantía de la conservación y acceso al «legado natural y cultural» y reconocimiento del valor intrínseco de la naturaleza. La redefinición del depositario de la soberanía junto a los principios enunciados traen una nueva idea de ciudadanía: la «ciudadanía ecológica» (Valencia, 2014: 64). La comunidad en la que este ciudadano se inserta es la biosfera: donde existe y con-vive como igual junto a otros seres vivos y no aisladamente y donde existirán y con-vivirán después otros hombres y otros seres vivos; no la comunidad política humana: llámese Estado-nación, «ciudadanía global», «ciudadanía cosmopolita» (Valencia, 2014: 64) [17] u otra. Se trata con ello de definir una ciudadanía más allá de la visión antropocéntrica actual, que sin extender tal condición a otros sujetos los tiene en cuenta al delimitar una esfera de actuación de este sujeto que abarca la totalidad de la interacción humana, no sólo la socio-política: la comunidad biológica.
Pero la redelimitación presentada provoca además la indiferenciación bíos/zoé, público/privado, y convierte todo acto privado en gesto político, hasta ahora imposible, al ser entendida la política como una técnica y no como una ética y desarrollarse en las instituciones, sin hacerse en el ágora o en la casa. La política entendida como una ética y como una gestión del bien común sería concebida como un conjunto de procedimientos que garantizan una formación deliberativa y racional de las decisiones públicas que no se desarrollaría sólo en el espacio exterior de la ciudad (instituciones, ágora), sino que se ejecutaría también en el recinto interior de cada casa. Se trata de extender la política a otros ámbitos y espacios, de politizar la vida para dejar de ser ciudadanos pasivos y convertir nuestra vida en un arte de vivir político que contribuye a construir la mejor comunidad. Cada acto con independencia del lugar donde acaezca: reciclar la basura, no malgastar el agua, utilizar racionalmente el vehículo privado, dar preferencia al consumo de productos locales y ecológicamente responsables, etc., se convertiría en un gesto político con repercusión actual y futura y dejaría de ser un mero acto privado y una opción individual. Esta opción sitúa a la ecología política en una praxis entendida como emoción colectiva, no como política individualista de facciones e intrigas.
El hombre que en cada momento habita el planeta no es por tanto el único depositario de la soberanía, sino que deberá compartir esta posición con los nuevos sujetos [18]. El hombre se colocaría de esta manera en una situación de cosoberanía que le obligaría a abandonar la visión antropocéntrica que ha causado la actual crisis ecológica y civilizatoria. Esta posición cosoberana haría responsable a la generación que habita el planeta en cada momento de que la gestión de su existencia en la biosfera se realice siempre bajo la premisa del beneficio para todos los sujetos a los que se les reconoce valor político, en pro del bien común, responsabilidad que es efecto y consecuencia, de un lado, de la posición de soberanía compartida del hombre, de otro, de la condición de fideicomiso del «legado natural y cultural» [19]. Esta posición fiduciaria del hombre origina en cada generación (y en cada individuo) la obligación de recibir de las generaciones anteriores el legado natural y cultural que constituyen los recursos naturales y transmitirlo a las generaciones futuras, al menos, en el mismo estado de conservación que lo recibió, pues cada generación tiene derecho a heredar un planeta y una base de recursos, en el mismo estado de conservación que las generaciones anteriores, a la vez que proporciona a la generación que lo disfruta un acceso razonable al legado. La primera tarea que impone esta responsabilidad es la conversión de la obligación moral en norma y obligación jurídica.
Por estas razones y otras recogidas por otros autores, centrales en el discurso de la ecología política, a cuya formulación me acojo, puede afirmarse que la ecología política es un paradigma político ideológico autónomo [20], que trasciende el capitalismo y el socialismo y trata de dar respuesta a los nuevos problemas y retos actuales, para lo cual aporta una visión crítica y transformadora de la realidad económico-ambiental y socio-política e introduce nuevos valores y nuevas formas de acción social y praxis política. Es necesario diferenciar y no confundir la ideología: la ecología política, de la opción ideológica de cada sujeto, configurando estas opciones un «amplio abanico de posturas (…) en la familia ecologista» que «puede variar desde el ecosocialismo hasta el ecoliberalismo» (Marcellesi, 2014). La ecología política es la política de los límites y su plan: la ciudad como naturaleza-habitada, como espacio donde convive lo social con lo biótico y la arquitectura no está pensada para intimidar, ni para recordar a la naturaleza quien manda, sino que es una invitación para intimar, para sumergirnos en esa relación.
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Notas
[0] Abogado y activista ecologista
[1] Crisis ecológica que viene producida no sólo por la superación de los límites físicos de los recursos, sino también de los sumideros. Estos excesos han desencadenado además una crisis civilizatoria. Según Porritt el «industrialismo» es una superideología, dentro de la cual se inscriben capitalismo y comunismo, descrita como la adhesión a la creencia de que las necesidades humanas sólo se pueden satisfacer mediante la permanente expansión del proceso de producción y consumo (Dobson, 1997: 52).
[2] Existen muchas clasificaciones de las necesidades humanas, pero a efectos ilustrativos expondré la desarrollada por Doyal y Gough: 1.) alimentos adecuados y agua; 2.) alojamiento adecuado para la protección frente a la intemperie; 3) ambiente de trabajo sin riesgos; 4.) medio físico sin riesgos; 5.) atención sanitaria adecuada; 6.) seguridad en la infancia; 7.) relaciones primarias significativas; 8.) seguridad física; 9.) seguridad económica; 10.) enseñanza adecuada; 11.) seguridad en el control de la natalidad, el embarazo y el parto (Riechmann, 1998: 14).
[3] Por el economista americano, de origen húngaro, perteneciente a la escuela de la Economía del Bienestar, Tibor Scitovsky.
[4] La ecología política es la reacción a la afirmación de Foucault de que «el hombre es un animal en cuya política está puesta en entre dicho su vida de ser viviente» (Karmy, 2005: 1).
[5] Marcellesi, habla de una «oposición entre capital y vida» (Marcellesi, 2014).
[6] «Desde una perspectiva verde ecocéntrica se puede hacer que las semejanzas entre comunismo y capitalismo parezcan mayores que sus diferencias: Ambos están dedicados al crecimiento industrial, a la expansión de los medios de producción, a una ética materialista como mejor medio de satisfacer las necesidades de la gente, y al desarrollo tecnológico sin cortapisas.» (Dobson, 1997: 52).
[7] El porcentaje e índice indicado es el nivel por debajo del cual la legislación societaria considera inviable un ente mercantil y es causa de disolución.
[8] Petra Kelly, demandaba la introducción de la ternura como valor político, que afirmaba subversivo (Kelly, 1997: 56).
[9] Ilustrada y francesa.
[10] Y es que «la justicia y la equidad deben contemplarse como capacidades antiguas, derivadas de la necesidad de preservar la armonía frente a la competencia por los recursos» (de Waal, 2014: 243), tienen una raíz biológica pues tiene que ver con la vida en grupo.
[11] El Juez Weeramantry, de la Corte Internacional de Justicia, ha señalado que «los derechos de las futuras generaciones han superado la etapa en la que se consideraban un mero derecho embrionario que lucha por su reconocimiento». Se han entrelazado con el derecho internacional a través de los principales tratados, las opiniones jurídicas y a través de los principios generales del derecho reconocidos por las naciones civilizadas (Brown, 1999: 30).
[12] Weeramantry indicó también que el principio de equidad intergeneracional es uno de los principios del Derecho Internacional (Brown, 1999: 30).
[13] Se trata del conocimiento que hemos adquirido como especie, el cual puede ser perdido para generaciones futuras. Esto significa que las generaciones venideras pueden ser privadas de información relacionada con el valor de ciertos recursos naturales: tales como diversas especies de plantas o animales o con respecto al cuidado y mantenimiento de sistemas naturales.
[14] La técnica de incorporar a los no nacidos a un determinado ámbito jurídico no es nueva ni extraña. Ya el derecho romano reconocía derechos al nasciturus y si la mujer estaba embarazada y era condenada a muerte la ejecución se posponía hasta el nacimiento. En la actualidad al concebido y no nacido se le considera como un bien jurídico necesitado de protección.
[15] En relación con las generaciones futuras ha habido varios textos jurídicos que contienen referencia explícita a los intereses de las futuras generaciones. Pueden citarse a modo de ejemplo la Declaración de Estocolmo sobre Medio Humano de 1972, la Acuerdo sobre Diversidad Biológica, la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo, la Convención Marco sobre Cambio Climático. La Cousteau Society se ha propuesto una Declaración de Derechos del para las Futuras Generaciones. Ha habido iniciativas también por algunos países, como por ejemplo Francia, que ha establecido el Consejo Francés para las Futuras Generaciones, como órgano encargado de integrar la perspectiva intergeneracional en las políticas gubernamentales (Brown, 1999: 29-32). En España también ha habido algún modesto avance a nivel autonómico. El Estatuto de Autonomía para Andalucía de 2007 reconoce, en el artículo 27, el derecho e las generaciones futuras a que el medio ambiente sea conservado para ellas. Junto a ese derecho establece, de manera expresa en el artículo 36, el deber de conservación del medio ambiente y, en el artículo 157, recoge como primer principio de la política económica de Andalucía el desarrollo sostenible. Por último establece como principios orientadores de las políticas públicas de Andalucía la conservación de la biodiversidad, el uso sostenible de los recursos, la producción y desarrollo sostenible, ¡¡en los artículos 195-197.
[16] El medio ambiente en España se configura como un bien jurídico nuevo con entidad propia, como un bien jurídico supraindividual autónomo cuya tutela penal directa no ha de depender de la afectación de la vida o la salud humana (Martos, 2010:15).
[17] Valencia en su concepto de ciudadanía ecológica señala como una característica de ella que «se dirige a un sujeto que va más allá del Estado-nación, siendo por ello una suerte de ciudadanía global o cosmopolita.» (Valencia, 2014: 64).
[18] Garrido, siguiendo a Habermas, propone la idea de la «soberanía popular como procedimiento» y para desarrollar esta idea propone una titularidad de la soberanía («quaestio iuris») normativamente limitada y un ejercicio («quaestio factum») deliberativamente limitable. El conjunto de procedimientos normativos e institucionales de dicha idea de soberanía exigiría tres propiedades constituyentes y por tanto intangibles, según éste: a) Responsabilidad: han de estar limitados y orientados hacia la producción de decisiones y elecciones sostenibles ecológicamente y responsables con el futuro (solidaridad intergeneracional e interespecífica), en el sentido que enunció Hans Jonas (generaciones futuras): condiciones de la sostenibilidad. b) Consistencia: Ha de haber coherencia y consistencia entre la titularidad y el ejercicio. Esta propiedad implica intangibilidad de los derechos y las libertades fundamentales, así como de las reglas procedimentales de la democracia. c) Parsimonia: el conjunto de procedimientos (normativos e institucionales) ha de ser el mínimo necesario para garantizar la reproducción de la soberanía. Es decir, que el volumen de las restricciones han ser las mínimas y hay que restringir la máximo cualquier tentación de comprehensividad moral en el sentido definido por Rawsl (Garrido, 2009: 474-477).
[19] El primer principio del derecho ambiental moderno es «el principio de fideicomiso de los recursos de la tierra, dice el ya aludido Juez Weeramantry (Brown, 1999: 30).
[20] Señala a este respecto Dobson que: «Creo que sería acertado suponer que no hay ninguna conexión necesaria entre socialismo y sostenibilidad» (Valencia, 2006: 9).
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Bibliografía
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HAAS, J., HOPPE, R., JÜNEMANN, E., KIPPENHAN, K. y MAENNEL, A. Equidad en un mundo frágil Valencia: Fundación Heinrich Böll, Ediciones Tilde, 2002.
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– Política y medio ambiente. México: Ed. Porrúa, 2014.
VRIES, J. La revolución industriosa. Consumo y economía doméstica desde 1650 hasta el presente. Barcelona: Ed. Crítica, 2009.
Enhorabuena por el texto de ecología política.
Me parece interesante y bien estructurado.
Le planteo la siguiente cuestión:
¿Dónde quedan las expresiones de Bruno Latour en el contexto del artículo?
Muchas gracias y enhorabuena de nuevo.
Muchas gracias por tu comentario Bruno . No he leído a este autor, así pues me documentaré sobre el mismo y te contesto más adelante. Os animo a utilizarlo y a debatir. Hay muchas ideas fuerzas en el mismo. Pero pienso que la novedad que introduce este escrito es la referencia a la fraternidad y la conexiones que apunta con otros valores. Es igualmente destacable la postura que mantengo sobre la autonomía e independencia de la ecología política respecto de la izquierda. Esta diferenciación esta que es fundamental. Ello no quiere decir que no vaya a existir cooperación entre ambos polos ideológicos.
Hola Gustavo, me gustaría responder a tu pregunta. Así pues te pediría me concretaras un poco más esas expresiones. Saludos.