Política y Sociedad

Published on mayo 27th, 2023 | by EcoPolítica

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Objetos de deseo político: mi hipócrita lector, ¿qué es más poderoso que el miedo?

Rui Tavares

Artículo publicado en inglés en el Green European Journal
Traducido por Guerrilla Translation y publicado en El Salto fruto de la colaboración entre el Green European Journal, El Salto, Guerrilla Translation y EcoPolítica

Las emociones son los cimientos de nuestra conciencia, al menos para la especie humana. Sin emociones no hay vida social ni política. Abandonarlas equivale a regalar la política en su totalidad a nuestros adversarios.

Mi hipócrita lector

Empezaré diciendo algo sobre ti. Sí, sobre ti. “Hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère!” como dijo Baudelaire. Sé un par de cosas sobre ti.

Estás leyendo este artículo del Green European Journal, lo que significa que te interesan los asuntos medioambientales, los temas europeos o los debates ideológicos. En pocas palabras: te interesa la política. Piensas mucho en política, quizá incluso seas una de esas personas que piensan en política todo el tiempo y tal vez te justifiques con ese topicazo tan manido de que “todo es política”. Y tienes razón. Todo es político en tanto que todo en la sociedad es social y todo en la humanidad es humano. Pero el hecho de que todo sea político no significa que a todo el mundo le interese la política por ese mero hecho. Más bien al contrario: precisamente porque todo puede definirse como político, para muchas personas (la mayoría, incluso) la política existe fundamentalmente como un medio para alcanzar otros objetos de deseo político.

Pasemos ahora a pensar en la existencia de una tercera persona, alguien que no sea ni tú ni yo. Una persona que no está leyendo ni escribiendo este artículo ni ningún otro del Green European Journal y a la que probablemente tampoco le interese, una opción tan legítima como la de que le importe enormemente. Adivinar cosas sobre esa persona es mucho más difícil. ¿Piensa en política todo el tiempo? ¿Está de acuerdo con que todo es político? ¿O diría que, al margen de un lectura muy de sentido común de esa frase, se enorgullece de no ser político? Sea como fuere, todo tiene también un carácter cultural, o social, comunitario o incluso espiritual. ¿Podría darse el caso de que a esta persona le importara mucho más la cultura, la religión o las artes que a ti la política?

Seguro que conoces a gente a la que la política le importa aún más que a ti y seguro que hay otra gente a la que le importa menos. Quienes se preocupan más por la política no son mejores que tú y tú no eres mejor que quienes se preocupan menos. El hecho de que la gente se preocupe más o menos por algo o de que se preocupe menos por algo ahora mismo y más por algo en el futuro no es más que una cuestión de distribución del interés, la motivación y la atención.

Sin embargo, quien piensa todo el tiempo en política comete un error al creer que los demás hacen mal por no pensar en política con la misma intensidad, en los mismos términos o de acuerdo con las mismas categorías que uno mismo. Si alguien se plantea esto, ya sea explícitamente o de otra manera, es porque en el fondo no está pensando en política con tanta intensidad. Porque, como escribió Spinoza en una ocasión, lo político concierne al ser humano tal y como es y no como creemos que debería ser.

Este hecho, a su vez, conlleva otro error: pensar que la política debería ser razón suficiente para involucrar a la gente en política. No me malinterpretes: probablemente haya estado en tantos mítines, movimientos y demás actos políticos como tú. Para mí, la política fue una motivación suficiente para interesarme por la política. Pero si estamos preparados para confesar una herejía en los círculos políticos, debemos poder afirmar: lo político nunca es motivo suficiente en sí mismo.

La historia nos enseña precisamente eso. La clase trabajadora no creó sindicatos por la propia figura sindical, lo hizo porque quería un salario más alto y una jornada laboral más corta. Las feministas no crearon su movimiento por el movimiento en sí, sino pensando en las propias mujeres; y es que el voto femenino, los derechos legales y las libertades individuales les permitirían vivir sus vidas con mayor plenitud. Los partidos anticoloniales no los crearon personas a las que les encantaba pertenecer a partidos políticos, sino personas que querían liberar a sus pueblos de la opresión y erradicar el colonialismo. Algunas personas sí disfrutaban de las reuniones y los discursos larguísimos y de dedicar la mayor parte de su tiempo libre a la causa. Sin embargo, la mayoría de la gente participa en política motivada por un objeto de deseo político.

Ahora bien, el “objeto de deseo político” en sí mismo rara vez es objeto de reflexión o teorización política. La gente dice que está en política porque desea justicia, libertad o igualdad, pero para llegar ahí, antes hay que desear. Y cuando se lee teoría política, se lee mucho sobre justicia, libertad e igualdad, pero nunca sobre el deseo. ¿No falta algo ahí?

Eso es lo que pretende explorar esta sección. Deseamos el deseo. No somos hipócritas cuando decimos que queremos justicia, libertad o igualdad. Pero sí somos un poco hipócritas cuando pensamos que ser político consiste únicamente en amar unos ideales y conceptos nobles y nos negamos, a la vez, a colocar el mecanismo del deseo en el lugar destacado que merecen. En mi opinión, este nuevo enfoque nos ayudará a comprender mucho mejor la teoría del cambio, a comprender las raíces de algunos de los malentendidos actuales entre la política progresista y nuestra sociedad e, incluso, a identificar algunas de las dificultades de la política verde europea de hoy en día.

En definitiva, para entender el objeto político es necesaria una teoría actualizada de la movilización articulada en torno al deseo. No obstante, esa teoría no tendrá ningún valor hasta que no nos ayude a resolver el principal problema que se nos plantea actualmente en el ámbito político.

Ese problema puede sintetizarse en una pregunta: ¿Qué es más poderoso que el miedo?

Por eso espero (¿Deseo, tal vez?) que sigas leyendo este artículo.

¿Qué es más poderoso que el miedo?

El miedo es eficaz porque es una emoción monopolizadora. Cuando alguien tiene miedo no puede pensar en otra cosa. La clase intelectual intentará descartar el miedo por considerarlo irracional, sin darse cuenta de que, en la medida en que existe, dicha irracionalidad resulta la clave de su poder. Aun así, muchos miedos son racionales, o al menos plausibles, y decirle a alguien simplemente que no debería tenerlos no funciona. La política reaccionaria casa a la perfección con el miedo porque su elemento central es muy instintivo: cuando tenemos miedo, reaccionamos.

No digo nada nuevo al señalar que si los progresistas quieren contrarrestar el uso reaccionario del miedo entonces deben encontrar algo que tenga el mismo vínculo emocional con el progresismo que el que tiene el miedo con la reacción. Un clásico ejemplo son las elecciones que contraponen la “esperanza” al “miedo” o el “amor” al “miedo” (o al “odio”). La elección de Barack Obama en 2008 fue universalmente considerada un triunfo de la esperanza tras años viviendo bajo el miedo al terrorismo bajo la presidencia de George W. Bush. En las recientes elecciones en Brasil, Lula da Silva recurrió, con gran acierto, a un discurso de amor para enfrentarse a Jair Bolsonaro, cuyo mandato es un claro ejemplo de lo que el discurso de odio puede provocar en un país.

Sin embargo, estas victorias no fueron definitivas, no solo porque se obtuvieron por muy poco margen, sino también porque la esperanza acostumbra a ser un sentimiento pasivo (sobre todo en las lenguas latinas, donde la palabra esperanza, esperança en portugués y catalán y espoir en francés, son variaciones del verbo esperar). Cuando el amor no es pasional suele ser una emoción más sosegada que el odio.

Los progresistas pueden sucumbir a la política tecnocrática, sobre todo cuando están en el Gobierno. Este retroceso predomina especialmente en el ámbito de la Unión Europea y representa un grave error. Cuando nos enfrentamos a un desafío tan contundente como el que plantean los autoritarismos nacional-populistas (que ya destruyeron una vez las democracias europeas, no lo olvidemos), la respuesta tecnocrática consiste en decir: “Que ellos se queden con el espacio de las emociones, que nosotros nos quedamos con la realidad”, sin darnos cuenta de que las emociones son nuestra principal conexión con la realidad. Las emociones son los cimientos de nuestra conciencia, al menos para la especie humana. Sin emociones no hay vida social ni política. Abandonarlas equivale a regalar la política en su totalidad a nuestros adversarios.

Los progresistas, y Los Verdes en particular, tienen su propio catálogo de miedos: el miedo a no tener un planeta en el que se pueda vivir en el futuro, el miedo a las consecuencias de las desigualdades, y un largo etcétera. Ahora bien, los reaccionarios también saben cómo hacer uso de los miedos más inmediatos. El miedo no es monopolizador únicamente respecto a otras emociones, sino también en relación con otros miedos distintos. Solo una vez nos hemos ocupado del miedo más inmediato podemos preocupamos por el siguiente. De ahí que a la mayoría de la gente le cueste preocuparse por el fin del mundo cuando su principal preocupación es llegar a fin de mes.

El uso del miedo tiene un efecto paralizador en cuanto a la movilización de la población a favor de políticas progresistas, a diferencia de lo que ocurre en el marco de la política reaccionaria. Si desde la política progresista nos dedicamos a ir por ahí diciéndole a la gente que la próxima generación no tendrá planeta, que no hay recursos suficientes para que todos podamos disfrutar de una vida digna y que, en resumen, no hay mundo suficiente para todos, no nos sorprendamos de que la gente baje los brazos, vuelva a casa y se haga un ovillo en su cama. ¿De qué sirve salir a la calle, acudir a reuniones interminables u organizarse en el lugar de trabajo si de todas formas todo va a ir a peor?

Si se infunde desesperanza en la política, lo único que se genera es desaliento y pesimismo, lo que garantiza que las cosas vayan a peor. Es más, cuando los progresistas recalcan un futuro desfavorable, están propiciando su comparación con un pasado favorable, lo que beneficia automáticamente a los reaccionarios.

Nadie apoyará a los progresistas si no encuentran una forma creíble de decir que hay un mundo lo bastante próspero para que todos vivamos una vida mejor, y que la forma de conseguirlo es vencer las dificultades actuales con un plan progresista. El progresismo depende del optimismo, del deseo por un futuro mejor. Afortunadamente, el deseo es más poderoso que el miedo.

Antes de terminar, volvamos un momento a la teoría. La transformación que necesitamos introducir aquí es la de la relación entre el “ahora”, el pasado y el futuro. Es lo que Thomas Oden, uno de los grandes teólogos del siglo XX, denominó como la “estructura de la conciencia” en un libro muy esclarecedor publicado bajo este mismo título.

Según Oden, existen dos maneras fundamentales de abordar esta relación: la primera, en la que el pasado es básicamente el yacimiento de la culpa y el futuro, el origen de la ansiedad; y la segunda, en la que nos servimos de la memoria como “un intento de reimaginar lo que ha sucedido” y de la imaginación como “un intento de preimaginar lo que podría suceder”. La primera modalidad es opresiva y ansiogénica, mientras que la segunda es emancipatoria y liberadora.

Si nuestro objetivo es combatir (y vencer) los objetos de miedo político con objetos de deseo político, entonces debemos llevar a cabo esta transformación, y pasar de un pasado que provoca culpa y un futuro que provoca ansiedad a un pasado que se transforma en memoria y un futuro que se transforma en imaginación. En otras palabras: hay que concebir el futuro como una posibilidad atractiva.

Una política progresista acertada no es (ni lo ha sido nunca) el archivo de Excel de una izquierda tecnócrata o alarmista. El programa progresista, y en especial el programa de Los Verdes, debe ofrecer una visión de futuro atractiva, respaldada por los ejemplos y los pasos que hay que dar para conseguirlo.

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